OPINIÓN

La soledad de Santos

El presidente ha tenido cinco secretarios generales, lo que representa una tragedia por la importancia de ese cargo en el desempeño del Gobierno.

José Manuel Acevedo M., José Manuel Acevedo M.
5 de octubre de 2013

A lo largo de su vida pública, Juan Manuel Santos siempre supo rodearse de los mejores. Lo hizo en su paso por el Ministerio de Comercio, repitió la fórmula en Hacienda y, sin duda, tuvo a los viceministros más calificados del gabinete mientras lideró con éxito la cartera de Defensa, que lo catapultó a la Presidencia.

Sin embargo, tres años y dos meses después de su llegada a la Casa de Nariño, Santos está más solo que nunca. Su mejor cualidad, que era la de armar buenos equipos, terminó siendo su peor defecto como presidente.

Y es que lo grave no es haber cambiado tres veces de ministro de Salud, cuatro veces de ministro del Interior o que haya tenido tres ministros de Transporte. Lo verdaderamente calamitoso es que el primer mandatario ha sido incapaz de consolidar un buen entorno que le ayude a tomar decisiones en caliente.

El presidente ha tenido cinco secretarios generales, lo que representa una tragedia por la importancia de ese cargo en el desempeño del Gobierno. Sin ir más lejos, ¿qué habría sido de Virgilio Barco sin Germán Montoya gobernando en sus ausencias mentales? ¿O se imaginan a César Gaviria sin Fabio Villegas o sin Miguel Silva, que lo mantenían conectado con la realidad?

Juan Manuel Santos se dedicó a crear consejerías inútiles y se quedó sin una mano derecha que lo acompañara con lealtad y asertividad en su día a día. A los amigos los premió con ministerios y embajadas sin darse cuenta de que era en palacio donde más los necesitaba.

Nunca debió dejar ir a Juan Carlos Pinzón. El hoy ministro de Defensa sabía exactamente lo que tenía que hacer como secretario general y, con la ayuda de una costosa consultoría que pagaron en el arranque del Gobierno, había un plan de acción impecable para rodear al presidente y tratar de que se equivocara lo menos posible.

Todo se vino abajo y después llegó Federico Renjifo, quien, callado y aplicado a sus tareas en la Secretaría general, lo hacía mejor que como ministro del Interior y de Minas.

Más tarde, cuando Santos resolvió entregarle la Secretaría general a quien se desempeñaba como alto consejero para las comunicaciones, Juan Mesa Zuleta, acabó por darle a este personaje un exagerado poder que, en vez de sumar apoyos, le trajo algunas enemistades.

Por ejemplo, el procurador general, Alejandro Ordóñez, no lo podía ver ni en pintura. Tampoco fueron buenas las relaciones de Juan Mesa con quien sería su sucesor, Aurelio Iragorri Valencia, y, para rematar, Mesa es uno de los grandes causantes del distanciamiento del expresidente César Gaviria con la actual administración.

El paso fugaz de Aurelio Iragorri por la Secretaría general tampoco ayudó mucho. Experto en discreta manzanilla, cambió su prudente papel por uno más visible durante el paro campesino, pues sabía que esa era su oportunidad de oro para saltar al Ministerio del Interior, como en efecto ocurrió.

Ahora ha llegado a esa posición una técnica que sabe mucho de gerencia y muy poco de relaciones con el complicado mundo político que la acecha. María Lorena Gutiérrez es una buena mujer enfrentada a una jauría parlamentaria que intenta raspar la olla de la mermelada.

Ni hablar de lo que ha pasado en la oficina de comunicaciones, en donde luego de dos consejeros y algunas ayudas externas infructuosas, se avecinarán nuevos cambios porque la cosa tampoco cuajó allí.

El presidente, equivocadamente, prefirió quedarse solo, y así le va… ¡Así le va!
     
Twitter: @JoseMAcevedo