Blog: Comiendo prójimo

La culpa no es de la vaca, es de la madre

Los padres mandan a sus hijos al colegio a que los arreglen, pero sin reconocer que fueron ellos los causantes de que se dañaran.

Semana
21 de febrero de 2014

Mi mito urbano favorito es que el proceso educativo y formativo de las personas es responsabilidad única de la academia: primero el preescolar, luego la escuela, más tarde el colegio y, quizá después, la universidad. El descuido de algunos padres de familia frente a la formación de sus hijos es tal, que pareciese que su labor hubiera finalizado en el momento del parto, con una pequeña cláusula de alimentación y manutención a término fijo, y así, así cualquiera tiene hijos, porque en caso de que alguno le salga mal, le puede echar la culpa al sistema, y eso es profundamente cómodo.

Para aquellos padres que aún no lo sepan, sea por descuido o desconocimiento, los seres humanos desarrollamos nuestras capacidades físicas, fundamentalmente, por el proceso de imitación que empezamos desde una temprana época del desarrollo; y entre sus aprendizajes fundamentales están: las primeras palabras que almacenamos en nuestra mente, los primeros fonemas que balbucearemos, la estructura sintáctica de las primeras frases–para diversión de los mayores-, y el desarrollo como seres inmersos de una comunidad, es decir, si acatamos o no las normas establecidas en el contrato social, tales como no robar, no mentir, no estafar y no matar; pero también nuestra forma de reacción frente al entorno: los puños, los insultos, los empujones, la lucha incesante por vencer, por ser el primero, por ganar, la competencia desleal, el engaño y la traición.

Resumiendo, los primeros malos vicios, actitudes, recelos, resabios y hasta malas costumbres que tiene el menor, las aprendió en el hogar, en la charla con los grandes, en el querer que el niño despierte, en las conversaciones subidas de tono que se tienen en torno a unos buenos whiskeys, en las discusiones subidas de tono, etc. Lo mismo sucede con el comportamiento corporal, la expresividad, o carencia, de afecto y su capacidad de generar lazos de amistad y confianza con alguien más. Y todo esto, damas y caballeros, niños y niñas, lo conservamos, casi intacto, durante toda nuestra vida, amoldándolo suavemente a las necesidades del paso del tiempo; pero, casi siempre, marcado por una tendencia: descuido y negligencia en el hogar.

Para muchos padres y madres de familia funciona así: matricula al hijo en un buen colegio, le compra los útiles, le paga una suscripción de por vida a las loncheras de Ramo y Yupi, trabaja fuertemente para producir el dinero que se le va tan fácil, y termina su labor: lo demás es cosa del colegio, al fin que bien caro que sí sale; pero se le está escapando que ese hijo aprende también de los errores y los vicios con que lo deleitan, que si no hay alguien que le revise su proceso, que se muestre interesado por sus logros y que lo regañe por sus errores, se va a relajar más: él, sin su ayuda, no entiende que tiene responsabilidades.

Hay una actitud que tristemente se ha replicado mucho entre las personas y que sigue sin cambiar: todos al escuchar la frase la primera educación viene desde el hogar, hacemos cara de “estoy reflexionando”, y la dejamos pasar de nuevo. (Tómense un segundo para reflexionar acerca de la frase, si se pueden pasar la mano por la barbilla sería perfecto. Eso, muy bien)

El menor llega a la escuela con eso que usted y su familia le dan, y todos tranquilos porque allá lo están puliendo para el futuro, allá lo están haciendo una mejor persona, allá lo tienen que arreglar, a esos precios más vale que nos den uno nuevo a final de año. Y los padres pretenden que en el aula de clase se corrijan cosas que deben establecerse desde el hogar, por simple responsabilidad social, como el respeto por el que habla, el acatamiento de las instrucciones, el aseo personal, la interacción con el otro, decir “por favor” y “gracias”, no tirar la basura al piso, entre otras.

Y que no haya confusión. Si los aquellos que ya tienen sus hijos grandes se sienten fuera de esto, están muy equivocados. Muy probablemente, a causa del comportamiento repetitivo y la alcahuetería por parte de este tipo de padres, han creado vicios de por vida en ellos, como lo son: la pereza, el facilismo, la mentira, el irrespeto, etc., cosas por las cuales, quizá después, tendrán que castigarlo -y no le digo que no lo haga, ya esas son medidas de contingencia contra la crisis-. 

Pero, ¿qué hacer? Si bien nunca es tarde para embarrarla, tampoco lo es para arreglarla, como dice mi madre: "¡Hay que apretarle la rienda!". 

Para este momento, seguro algunos habrán determinado no volverme a dirigir la palabra, alejar a sus hijos de mis ideas, y mandarme extraditar; pero quiero hacer salvedad en algo: hay padres muy buenos, los hay regulares que sólo necesitan corregir un asuntico en su proceso de crianza; pero también los hay que caen en todas las acusaciones aquí expuestas, y más. 

No digo que para los padres sea fácil, pero si ya tienen un hijo, hay que sacarlo adelante, ¿qué más va a hacer? Piénselo de esta manera: probablemente ya es muy tarde para abandonarlo en un moisés cerca al convento, y un hijo bien educado y formado va a ser una persona productiva en el futuro, así que: ¿Pretende usted vivir algún día de su hijo o pretende que su hijo viva toda la vida de usted? 

Y si sienten que es difícil, imagínense lo valiosa que es la labor de un maestro, que en un aula de clase se enfrenta al genio, la disposición y las malas costumbres, y muchas otras cosas más, de 30, 40 o más niños y jóvenes. Pero esto ustedes ya lo saben, ya todos lo sabemos, lo que falta es empezar a actuar para corregirlo, y no tiene que ser masivamente, cada uno de nosotros es parte fundamental del engranaje. 

Hay tres cosas que uno como hijo nunca perdona: que no le den la barbie o el carrito que pidió de aguinaldo un diciembre, que de pequeño le den la carne más grande a sus hermanos mayores y/o a su papá, y que no le presten la atención que requiere. Y hablo de todos los campos: que se interesen por sus logros y fracasos, que compartan tiempo con él y lo premien a la par que lo castigan, que le enseñen cosas interesantes y otras que no tanto; pero todo encaminado a moldearlo a uno mejor.

Por otro lado, si usted como joven ya se dio cuenta que lo hecho, hecho está, pare la cabeza y empiece a buscar salida del pantano, porque para bien o para mal, usted ya está en el mundo y tiene que superarse para algún día educar mejor a sus hijos, o para dañarlos mejor, como bien le parezca. Pero sobre todo, deje de culpar a su papá y a su mamá de errores que también son suyos, deje la actitud de rebeldía y bipolaridad -cuyo nombre científico es adolescencia-, y ubíquese en el planeta que algún día usted será ese adulto responsable, o irresponsable, que lo mantiene, lo mantuvo, lo retuvo o mandó, por entre un tubo.