Blog: Psicoanálisis aplicado

Pragmatismo

El pragmatismo planteaba que ninguna diferencia podía ser indiferente. La función de la filosofía era precisamente descubrir qué diferenciaba un concepto, para usted o para mí, en un momento particular de la vida.

Semana
24 de abril de 2014


Leyendo la historia de la filosofía de Julián Marías aprendí muchas cosas. Entre ellas, que la evolución de esta disciplina es una línea discontinua en el tiempo con épocas no tan fértiles, etapas en que simplemente se comentan y se interpretan obras anteriores, los pensadores se dedican a meditaciones triviales sobre sí mismos. Y en otras, en cambio, hay filósofos destacadísimos, que incluso aparecen en series. Además, como en casi todas las eras, la filosofía británica se desarrolló pari pasu con la del resto del continente europeo, ora relacionándose, ora no. Los ideólogos surgen en medio de circunstancias particulares, no al azar.

Así sucedió entre los siglos cuarto y quinto antes de Cristo en Grecia, con Parménides, los presocráticos, Sócrates, Platón y Aristóteles. Luego en la Edad Media, durante casi catorce siglos, en un momento dado emergió San Buenaventura, Santo Tomás, Duns, Scotus, Roger Bacon, Eckhart y Occam. Hasta que en el siglo XVII llegó Descartes, de quien se dice es el primer hombre moderno, pero también vivieron Malebranche, Spinoza y Leibniz, además de Bossuet, Fénelon y Pascal, que cavilaron en el límite entre la filosofía y la religión. Por ello se afirma que la filosofía moderna nació en el siglo XVII, luego de que los escolásticos mantuvieron viva la metafísica durante la Edad Media. Después, entre Francis Bacon y Hume, hubo una serie de estudiosos que se opusieron al grupo de Descartes y Leibniz. Hasta que nació el idealismo alemán, desde Kant hasta Hegel. Y vino una época sombría en el siglo XIX dominada por el positivismo y el naturalismo, hasta que por fin, en el siglo XX, renació la metafísica.

Pero entre el siglo XVI y el XVII, paralelamente con el idealismo racionalista que imperaba en el continente europeo, se desarrolló la filosofía británica, tan característica. Tenía dos peculiaridades: estaba menos inclinada a la metafísica y más interesada en la teoría del conocimiento y del Estado; y, en cuanto al método, predominaba el empirismo sensacionalista, mientras que en el continente dominaba un racionalismo a priori, a veces matemático. De modo que la filosofía británica tendía a convertirse en psicología, pues le daba preponderancia a la experiencia como fuente de conocimiento.

En todo caso, la filosofía británica moderna es muy importante por su influencia y sus consecuencias históricas. Entre los siglos XVII y XIX sus ideas fueron determinantes. Siguiendo con la tradición que traían desde la Edad Media produjeron nociones decisivas en las transformaciones de la sociedad europea. El sensacionalismo, la crítica a la facultad cognitiva, que en algunas oportunidades llegó hasta el escepticismo; la idea de la tolerancia de la diversidad humana, los principios liberales, el espíritu iluminista; el deísmo, o la religión natural, y, finalmente, como una reacción del sentido común al nihilismo metafísico, surgió la ética utilitarista.

Y a finales del siglo XIX apareció un nuevo elemento en la filosofía anglófona: se trató de la filosofía norteamericana, con el pragmatismo, el primer aporte original de esta escuela de pensamiento, y un elemento que marcó el principio de su madurez. Pero, mientras el pensamiento norteamericano era cercano al inglés, también contaba con influencia alemana y francesa, pero sobre todo estaba determinada por las características sociopoliticoeconómicas tan peculiares de los Estados Unidos. Ahora las implicaciones de la filosofía norteamericana hacen de ella un componente imprescindible de la filosofía occidental.

Este fue el caso del positivismo inglés. Un sistema de pensamiento que se interesaba en problemas éticos y lógicos. Y en este contexto surgió la ética utilitarista, desarrollada por Jeremy Bentham (1748-1832) y John Stuart Mill (1806-1873). La finalidad de las aspiraciones humanas era el placer, lo bueno, lo grato era lo útil. Pero no se trataba de una ética egoísta, por el contrario tenía carácter social, propendía por la máxima felicidad posible para la vasta mayoría. Y la clase media capitalista de mediados del siglo XIX era una expresión palpable de esta ética. Ideas que luego llegaron estar en la raíz del personalismo y del pragmatismo norteamericano.

El personalismo ha sido una tendencia dominante en los Estados Unidos. Insistía en la realidad y el valor de la persona, de sus interpretaciones del mundo desde su propio punto de vista. Cercano al pragmatismo en lo relacionado con el problema de la lógica, y también se oponía al mecanicismo y al conductismo, en el campo de la psicología, así como a la interpretación naturalista de la realidad. El personalismo afirmaba la libertad del hombre y la base individual de la realidad: un dios personal, por ejemplo. Este movimiento estaba representado por filósofos que vivieron en su mayoría en Nueva Inglaterra entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX: Borden Parker Bowne, Mary Whiton Calkins, Edgar Sheffield Brightman y William Ernest Hocking.

En aquel entonces la actividad filosófica en Estados Unidos se congregaba principalmente en la Universidad de Harvard, el centro intelectual más importante del país. En la primera mitad del siglo XIX los trascendentalistas Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau reaccionaron al materialismo y al positivismo que imperaba en la época. Y, por esa misma época, el término ‘pragmatismo’ se atribuyó a William James (1842-1910), quien lo utilizó por primera vez en forma escrita en 1848. Pero, en realidad, él lo tomó de Charles Saunders Pierce (1839-1914), quien originó esta doctrina veinte años antes, y además, para diferenciar su pensamiento del uso corriente del vocablo, es decir como adjetivo para quien prefiere lo práctico o útil, utilizó la palabra ‘pragmaticismo’. En todo caso, la relación académica entre Pierce y James todavía es motivo de controversia.

Resulta que Pierce era contemporáneo de Dilthey, Brentano y Nietzsche. Nació en Cambridge, Massachusetts, y fue docente en Harvard y en Johns Hopkins. Sus primeras lecturas filosóficas fueron obras de Schiller y de Whately, pero también recibió influencia de Scotus y de su propia formación matemática.  Escribió poco. Además sus textos no se han publicado en su totalidad. Aun cuando su obra es fragmentaria y no muy sistemática, tocó problemas variados de la teoría del conocimiento, la lógica y la metafísica, pero, sobre todo, lo que pretendió fue desarrollar la metodología del pragmatismo. La actitud de Pierce era teórica. Para él la filosofía era una ciencia del descubrimiento, y hacía parte de las ciencias teóricas. La función de la filosofía era señalar y explicar las regularidades de la naturaleza. Para ello utilizó dos puntos de partida: la lógica, por una parte, y, por otra, la fenomenología, o sea la experiencia ante los estímulos mundanos. Elementos que convergían en tres categorías metafísicas: la cualidad, la relación y la mediación.

El pragmatismo era un método que ponía a prueba los significados de las palabras frente a los conceptos abstractos, que los consideraba nociones intelectuales que servían como argumentos para legitimar los hechos. Con su método Pierce intentaba precisar las preguntas metafísicas tradicionales, eliminando las partes sin sentido, si las había claro está. De modo que pragmatismo era una lógica, y la función del pensamiento era generar habitualidades. Planteamiento que llevaba a considerar el efecto práctico del objeto conocido, a idear el significado de la noción, entonces la concepción de las implicaciones concretas de la cosa era la cosa en sí. En otras palabras, para que sea plausible el significado de una intelectualización debían considerarse las consecuencias de que tal concepto existiera, nociones que daban significado a la idea. En suma, pragmatismo era la idea de que toda construcción teórica que podía expresarse como una oración del modo indicativo era una confusión que podía aclararse al enunciarla como una máxima práctica correspondiente, expresándola como una oración condicional con apódosis en el modo imperativo. Por esto dicen que la obra de Pierce es fragmentaria y no muy sistemática.

James, contemporáneo de Pierce, nació en Nueva York. Era profesor en Harvard: primero fue psicólogo, luego médico, y, por último, se hizo filósofo. Llegó a ser la figura más destacada de la filosofía norteamericana, pues era elocuente en el salón de clases y con la pluma, así que contribuyó enormemente a la difusión y al establecimiento de la filosofía de su país. Sus mayores áreas de interés eran la moral, los temas religiosos y la metafísica.

Sus especulaciones filosóficas fueron uno de esos intentos notables de comprender la vida del hombre a finales del siglo XIX. Sus planteamientos psicológicos fueron análisis penetrantes de la realidad psíquica y su movilidad. “El flujo de la consciencia” es una expresión suya aún muy usada en la actualidad, en especial por los neurofisiólogos. Pero su interés por la existencia tomó el camino del antintelectualismo y el irracionalismo, tendencias tan en boga en su época, en especial en Kierkegaard, Spengler, Unamuno, Nietzsche y Bergson.

El pragmatismo planteaba que ninguna diferencia podía ser indiferente. La función de la filosofía era precisamente descubrir qué diferenciaba un concepto, para usted o para mí, en un momento particular de la vida. Un modelo para pensar con raíces en Sócrates, Aristóteles, Locke y Berkeley. Se trataba de una actitud empírica en una forma más básica y menos objetable. Implicaba abandonar las abstracciones y las insuficiencias de las soluciones verbales, junto con los malos juicios a priori y los principios rígidos, los sistemas cerrados de conocimiento y los supuestos absolutos, las ideas que servían de base a todas las demás. Retornó a lo elemental, a lo concreto y lo adecuado, a los hechos, las acciones y al poder. Se oponía a la concepción de que la metafísica era un enigma que se resolvía mediante palabras y principios. James buscaba el valor de cada palabra. No planteaba una solución sino un programa para seguir trabajando sobre cómo cambiar realidades. De modo que las teorías eran instrumentos. Eran útiles. El pragmatismo no tenía dogmas ni doctrinas, por el contrario, era un método compatible con otras escuelas de pensamiento. Se trataba de una actitud que invitaba a mirar más allá de la primera impresión y los principios, de las clasificaciones y las necesidades supuestas; para concentrarse, más bien, en las consecuencias, los frutos, el desenlace.

En cuanto a la verdad, James renunció a la posibilidad de que concuerden el pensamiento y la realidad. Puesto que el pensamiento era la manera de concebir al mundo, y el mundo solo podía conocerse a través del pensamiento. Las ideas surgían de la experiencia, y eran verdaderas en la medida en que tenían relaciones satisfactorias con nosotros mismos. Verdad era lo que funcionaba, lo que resultaba bien, lo que convenía creer, en suma, lo que se debía creer. Ideas muy valiosas, y de hondas consecuencias en el mundo moderno, aun cuando se opacaron un poco con el irracionalismo y las interpretaciones utilitaristas estrechas del éxito.

Finalmente, otros pensadores continuaron desarrollando el pragmatismo hasta mediados del siglo XX, como Ralph Barton Perry (1876-1957). Junto con John Dewey (1859-1952), quien utilizaba el vocablo ‘instrumentalismo’ en lugar de ‘pragmatismo’. Fue profesor en Columbia University, y una persona muy influyente en los círculos intelectuales norteamericanos, en especial en los educativos. Al igual que Ferdinand Canning Scott Schiller (1864-1937), quien nació en Alemania, y fue profesor en Cornell, Oxford y luego en California. Un personaje que se consideraba humanista, pues pensaba que su concepción era más amplia que el pragmatismo, ya que abarcaba todas las disciplinas filosóficas. Además afirmaba que la verdad dependía de las consecuencias prácticas, pues la vida intelectual tenía como objeto último de estudio la entidad individual humana. Entonces todo conocimiento estaba subordinado a la condición humana y a sus necesidades básicas. De manera que para Schiller el humanismo era la percepción de que el problema filosófico concierne al ser humano que trata de comprender el mundo de la experiencia del hombre mediante la mente. Así que la mente transforma la realidad al someterla a sus esfuerzos cognitivos, y, así las cosas, los deseos y las ideas son fuerzas que configuran la realidad.