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Volví a bailar

Sobre mi gran amor por el ballet y la necesidad que tenemos todos de hacer aquello que nos hace feliz, así no seamos los mejores.

Semana
6 de diciembre de 2013

Hace unos años, cuando aún trabajaba en la redacción de la revista Semana, tuve que regresar a mi antigua academia de ballet para hacer una pequeña entrevista a la directora respecto a su show de navidad. Esta mujer había sido mi maestra de ballet durante ocho años, su entonces esposo lo fue también durante los últimos dos, de los en total diez años que dedique a ese arte. Llegué, hice la entrevista, y en ningún momento me reconoció, entonces decidí hablar: “Yo fui alumna tuya durante muchos años, hice muchas presentaciones en el Colón y pasé gran parte de mis tardes acá”. Nada, no se acordaba de mi. Luego fuimos a donde su ex esposo, a ver la clase que estaba dictando, y ella le dijo: “Mira, ella dice que fue alumna acá durante 8 años”. Así, con algo de displicencia. Él me miró de arriba abajo y luego dijo: “No, yo no me acuerdo de ella. Pero bueno, menos mal no está gorda como todas las que pasaron por acá y que tienen su edad”. Me dio la espalda y siguió con la clase. Yo me despedí y salí con el corazón arrugado.

Durante diez años, desde que tenía cinco, dedicaba varias tardes a la semana a las clases de ballet. Era un gran sacrificio para todos en la familia, especialmente mi mamá quien me llevó y me trajo cuantas veces fue necesario. Las zapatillas, trusas, calentadoras y clases, eran costosas. Además, el ballet es de los ejercicios más dolorosos que pueda realizar el cuerpo humano. Las coyunturas se impactan, los músculos aprenden posturas anormales, los ligamentos deben volverse flexibles y cuando ya se empieza a bailar en puntas, los dedos de los pies se transforman en una sola ampolla y las falanges se deforman.

A los 15 años, después de muchas presentaciones en el teatro Colón de Bogotá, decidí retirarme. Las razones eran varias. Todas las tardes y los fines de semana se iban en clases y ensayos, en Cascanueces me pusieron de flor en la última fila, y para completar, aunque no era pésima, no tenía el talento para llegar a ser bailarina profesional. Todo eso me cansó. Bailar ya no era divertido.

Luego intenté mis pinitos en la danza contemporánea y el tango. Nada tan serio como lo que había hecho antes, ya sin una dedicación tan extrema.

El baile siempre fue una parte importante de mi ser. Era algo con lo que me identificaba, que había marcado mi vida. Por eso años más tarde que no me recordaran, fue muy doloroso. ¿Era así de mala? ¿Era así de olvidable? Claro, mi mamá nunca fue de las mamás metiches que llevaba regalos para que a la niña le dieran el solo. Aún así, siempre me daban aunque fuera una partecita para destacarme; excepto el último año, ahí si creo que ni mis papás me pudieron ver, estaba tan atrás que temía dar una vuelta equivocada y llevarme el telón de la decoración.

Aún así, el ballet es mi gran amor. Lo puedo comparar quizás con el fútbol para quienes son fanáticos afiebrados. El ballet es mi fútbol. Es mi pasión. Nunca dejé de ver cuanto video, película o foto de gente bailando. Fame , A chorous line, Flashdance, Dancers, Center Stage, First Position y Breaking Pointe han sido películas y series que he visto hasta el cansancio. Ahora mi nueva obsesión es City.ballet la web series del New York City Ballet producida por Sarah Jessica Parker.

Pero desde agosto hay algo más. A mis 32 años, y con por lo menos 12 kilos más que a mis 15, he vuelto a clases de ballet. Y lo disfruto. Ya las piruetas no salen perfectas casi nunca, el pie no se acerca a la oreja y las puntas nunca volverán, pero soy feliz. Y lo hago con gusto, con amor. Lo hago por mi. Y el cuerpo recuerda. Tan pronto como empieza a sonar la música y pongo mi mano sobre barra viajo de vuelta a aquella época en que era liviana como el algodón y podía volar con cada salto. En que soñaba ser uno de los cuatro pequeños cisnes, o la mismísima Giselle.

Sí, quizás mis maestros no me recuerden y sí, quizás mi ‘turnout’ nunca fue gran cosa. Pero lo que he aprendido ahora, 17 años después, es que uno debe hacer lo que lo hace feliz y no esperar siempre ser perfecto. Hay que ser más amable con uno mismo y al final no dejar de lado lo que le gusta simplemente porque nunca lo va a poder hacer de manera profesional. Así como hay cantantes de ducha y futbolistas de fin de semana, hay bailarinas de sala y yo soy una de ellas y estoy orgullosa. ¡Vivan los hipopótamos de Fantasía!

Twitter: @caritovegas