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¡... Ni qué niño muerto!

Lo que importa no es el niño sino la utilización oportunista de su existencia para los respectivos intereses políticos

Antonio Caballero
5 de enero de 2008

Hace ya años que de este niño Emmanuel, el hijo de Clara Rojas, dijo con sorna ‘Tirofijo’: “Es mitad de ellos y mitad nuestro”. Y, en efecto, desde que se supo de su nacimiento lo están partiendo a tirones en dos mitades entre el establecimiento y la guerrilla. El caso es peor que el de Eliancito. ¿Se acuerdan los lectores de aquel balserito cubano a cuya madre devoraron los tiburones en el estrecho de la Florida, y a quien luego se disputaban por un lado su familia materna de Miami con ayuda del tiburón Bill Clinton y por el otro la paterna de Cuba con ayuda del tiburón Fidel Castro? En últimas los despojos quedaron en las fauces de Fidel. Y hoy tienen a Eliancito en Cuba involuntariamente convertido en un “héroe de la Revolución” al que muestran en los desfiles cada 26 de julio y el resto del año guardan en el cajón de los trofeos inútiles, con el sombrero de Camilo Cienfuegos y las manos cortadas del Ché y un automóvil viejo de Fulgencio Batista. Pobre niño. De él nadie se acuerda. No es un niño, sino un símbolo.

Con este niño Emmanuel pasa lo mismo. No importa la suerte de la criatura, sino ganar la pelea.

En la historia bíblica del juicio de Salomón se cuenta un caso parecido, pero en realidad contrario, porque terminó bien. Se enfrentaban dos madres por el mismo hijo, reclamándolo ambas. Llamó el rey sabio a su verdugo y le ordenó: “Parte con la espada al niño vivo en dos y dale la mitad a cada una”. Y así pudo saber cuál era la madre verdadera: la que renunció al niño con tal de que lo dejaran vivo y entero, aunque fuera para la otra mujer. En el caso de Emmanuel no hay madre verdadera: las dos, guerrilla y gobierno, quieren que el niño les quede como propio, aunque las dos mitades se mueran en el proceso.

Hablo de dos madres (y no cuento a Clara Rojas, la biológica), pero en verdad son muchas más las falsas madres que falsamente se mesan los cabellos en la pelea por el niño. Además del presidente Álvaro Uribe, que anuncia el día de fin de año que otro Emmanuel vendrá y ese sí será el Emmanuel verdadero, y de los portavoces de la guerrilla, que simulan escandalizarse ante la dureza de corazón de Uribe y anuncian de antemano que rechazan, por imperialistas, las prometidas pruebas de identidad genética del niño nuevo, hay otras cuantas. El presidente Hugo Chávez, a quien vimos en la televisión cargando a otro niñito en brazos para pavonearse ante las cámaras. Los invitados VIP al circo con flotilla de helicópteros que montó Chávez en Villavicencio, que se fueron furiosos y sintiéndose comparsas de un sainete pero ahora anuncian que quieren volver. Los columnistas de la prensa, los locutores de la radio, los presentadores de la televisión, que se esfuerzan a porfía por parecer más humanitarios los unos que los otros, rivalizando de cursilería lacrimosa en sus manifestaciones de fervor por el niño, descuartizándolo vivo como quien despresa un pollo: ¡Yo quiero pata! ¡Para mí pechuga! ¡Me pido el apostadero! Pues lo que importa no es la persona del niño, sino la utilización oportunista de su existencia para los respectivos intereses políticos. Hay que exprimirle al niño todo el jugo político que tenga, y poco importa si se muere el niño exprimido.

Aquí cabe, literalmente, la franqueza brutal de la expresión que se usa para mostrar desprecio por un tema: ¡Qué niño ni qué niño muerto!