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50 sombras de Roy

En esas me encuentro: escribiendo de Groy Barreras, enfermizo seductor que se acostaba con quien estuviera en el poder.

Daniel Samper Ospina
5 de enero de 2013

La vida no es fácil, y esta vez no pude pasar las fiestas de fin de año en Cartagena. Ya había retirado las cesantías para invitar a mi mujer a comer a La Vitrola, y quería apartar cupo en la fiesta del Santa Clara para que la clase dirigente en pleno me viera bailando y supiera lo que es bueno: ah, suspiraba, mientras me visualizaba haciendo
el trencito con Santos, aunque la locomotora no arrancara; celebrando con Gaviria en la hora loca; bailando, en fin, al son que me tocaran, como Armandito Benedetti.

Pero no me alcanzó la plata para el viaje, y tuve que pasar las vacaciones en Bogotá leyendo las 50 Sombras de Grey y con la agenda tan desocupada como la de Luchito Garzón, que puede hacer dibujos en cada página, qué envidia.

No me quejo. La ciudad es apacible por estos días, y ya no hay tanta basura como aquel 18 de diciembre en que las bolsas estaban desperdigadas por las calles. Recuerdo que, durante aquellos días, salí con vehemencia a defender al alcalde, a quien admiro tanto que a veces me descubro imitándolo inconscientemente: no acepto críticas, hablo de mí mismo en tercera persona, me saco chichones con una sartén y me siento perseguido.

–A Bogotá se la tomaron las mafias de la improvisación –denuncié ante mi mujer aquella vez–; ahora Daniel vive en una ciudad hecha para favorecer a Bacatá y otros perritos callejeros, que gozan con las bolsas de basuras.

Pero después reconocí que el alcalde fue el único que honró el vaticinio de los Mayas y destruyó, si no el mundo, al menos el territorio que estaba en sus manos: Bogotá. Y eso tiene un mérito.

He ahí un progresista. Se equivocan quienes creen que es un socialista trasnochado. Al revés: nadie ha hecho tanto por la derecha y el empresario privado como Petro, que graduó de héroes a William Vélez y demás contratistas, y le dio alas a Miguel Gómez, el senador de la U –de la U... ltraderecha– que encabeza un movimiento para revocarlo: firmo si la revocatoria incluye la destitución de semejante delfín jurásico. Vamos por ambos. Por lo demás, del alcalde uno dirá lo que sea, menos que improvisa: trajo a destiempo un arrume de camiones rotos desde Nueva York, es cierto, pero, ¿cómo no iban a venir estrellados, si se trataba de un plan de choque?

Me quedé, pues, en la plácida Bogotá de Petro leyendo la novela erótica del momento, el best seller que narra la vida de Christian Grey, un millonario seductor que firma un contrato sexual con la bella estudiante Ana Steele, y que realiza con ella todo tipo de prácticas eróticas: sumisión, sadomasoquismo. Todas menos sexo excremental.
 
Me lo leí en tres días. Y eso que no soy muy intelectual: me alejé del mundo académico desde aquella vez que traté de quitarle la nariz a Ignacio Mantilla, el rector de la Universidad Nacional. Pensé que era una de esas narices que vienen con gafas y bigotes. Desde acá le ofrezco excusas de nuevo.

No soy muy intelectual, digo, y además no me gusta la literatura erótica. El único libro que me devoré de ese género fue Sentimientos y ternuras, el poemario que escribió doña Amparo Canal de Turbay inspirada en el organismo de Julio César Turbay. Porque Turbay, quién lo niega, era de esas personas que dejaban una huella profunda en los demás. En especial en quienes pisaba.

Me devoré, pues, las 50 sombras de Grey, y, con miras a apuntarme un éxito editorial que mejore mis finanzas, quise escribir una versión criolla protagonizada por un magnate irresistible que tiene sexo en todas partes. Y pensé, cómo no, en Carlos Mattos: Carlos Mattos teniendo sexo en su ascensor dorado; en el retrete de cuero de su avión; en la cama con dosel de su isla. Incluso en el Carlos Mattos Hall de la Universidad de Babson.

Pero, por mucho que lo intentaba, no me fluía: necesitaba un personaje, no digo que más viril, pero sí algo más promiscuo, más audaz. Y lo más audaz que ha hecho Carlitos Mattos es vestirse con esmoquin y armar fiestas para validarse ante el jet set nacional.

Por eso llegué a Roy Barreras. Yo sé que Roy tiene sus defectos; que le pidió a Angelino que se hiciera el examen de próstata sin nada de tacto, fíjense la paradoja; que suele aprobar reformas a la brava. Pero respira erotismo por cada poro, como lo dejó claro en su novela Polvo eres y en polvo te convertirás, y eso no tiene precio.

En esas me encuentro: escribiendo las 50 sombras de Groy, de Groy Barreras: un enfermizo seductor que se enamoraba de todos los partidos, era sumiso con el presidente de turno y se acostaba con quien estuviera en el poder, pero que, sadomasoquista y sinvergüenza, se apropiaba sin rubor de la salud en el Valle del Cauca; hacía contratos indefinidos ya no con una mujer, sino con contratistas de diversas índoles, y, armado con un látigo, castigaba coqueto a la población vulnerable, ubicaba a su hijo en el Concejo y se abría de piernas para votar las leyes que le ordenaran, siempre y cuando le garantizaran pasajes aéreos.

En esas ando. Sé que Groy tiene muchas sombras y que tendré que escribir varios tomos. Pero se venderán como pan caliente y tendré dinero suficiente para viajar a Cartagena el próximo diciembre. De golpe hasta me alcance para una Coca Cola en La Vitrola.                                                        

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