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A qué le tengo miedo

Y le temo a eso: a que Duque no sea capaz de salirse del campo magnético de Trump y que quedemos los colombianos condenados a librar una guerra que nos destruiría peor que el coronavirus.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
28 de marzo de 2020

Claro que le tengo miedo al coronavirus. Una enfermedad que se combate con el confinamiento, que nos quita los besos y los abrazos y que a donde llega pone al descubierto, de un manera cruda y brutal, los desajustes de las sociedades en que vivimos da mucho miedo.

Sin embargo, tengo que confesar que le temo aún más a lo que pueda sucederles al mundo y a Colombia después del coronavirus.

La pandemia nos va a dejar a todos heridos, fracturados, porque habrá puesto a prueba la condición humana. Las sociedades más desarrolladas sufrirán un impacto proporcional a la legitimidad de sus instituciones y a la fortaleza de su economía; pero otras como la colombiana, que han embolatado las reformas y que tuvieron que enfrentar el coronavirus con instituciones poco legítimas y marcadas por la corrupción, pueden sufrir traumas mucho más profundos.

En Colombia nos esperan tiempos difíciles luego del coronavirus. Vamos a entrar en una crisis económica que exacerbará aún más la inequidad, la informalidad y los desafíos que nos plantea la creciente migración venezolana. 

¿A qué le temo? Pues a que por falta de un liderazgo presidencial –eso tenemos que aceptarlo, así nos tachen de apátridas– terminemos adoptando medidas autoritarias que puedan afectar las voces de la ciudadanía, de la oposición y de los periodistas que utilizan la libertad de expresión para cuestionar las medidas que se toman, un derecho que desde ya empieza a ser considerado por cierto discurso uribista como una afrenta al poder presidencial. Si criticar al Gobierno fuera un acto impúdico en tiempos de pandemia, The New York Times estaría ya cerrado.

Le temo también a que la pandemia sea utilizada para fines políticos. En un clima tenso, que ya estaba marcado por la polarización antes del coronavirus, he visto con preocupación cómo crece el desencuentro entre las autoridades locales y el centro, y cómo, inexplicablemente, el Congreso sigue sin sesionar por cuenta de una leguleyada. El Poder Legislativo debería estar funcionando hoy más que nunca, la Justicia no debería estar frenando sus investigaciones en momentos en que se destapa la Ñeñepolítica y el presidente debería tener el liderazgo de concertar sus medidas con la autoridad local. ¿Mucho pedir?  

La cuarentena no puede convertirse en una mampara para que los violentos se aprovechen y se intensifique la matanza de los líderes sociales –como, de hecho, ha venido sucediendo desde que esta se inició–, ni para que sucedan masacres en las cárceles como la ocurrida en una prisión de Bogotá hace pocos días. Murieron 23 presos en la cárcel La Modelo la semana pasada y la noticia pasó casi inadvertida. Le temo a eso: a que mueran en Colombia más colombianos por la falta de garantías que por el coronavirus y que nos pase lo que nos sucedió hace 30 años, cuando el país registraba los asesinatos de la UP y de los candidatos presidenciales, sin poder entender la gravedad de lo que sucedía. Hay más muertes hoy por la violencia absurda que por el coronavirus. Es bueno que nos demos cuenta de eso.  

Me aterra también que esta pandemia pueda ser utilizada para reversar la implementación del acuerdo de paz, y que, en lugar de que a los empresarios que se beneficiaron con las exenciones y a los bancos que tuvieron años de grandes ganancias se les exija ponerse al servicio del país, se abran paso otras soluciones para poder enfrentar la crisis social y económica que produciría la pandemia, como la de que quitarle el dinero a la JEP, una propuesta que ya está circulando en las redes. 

Ojalá estas ideas se contengan, porque, de lo contrario, cuando salgamos del coronavirus, no solo nos vamos a ver expuestos a una crisis económica, sino a una explosión social de grandes proporciones. 

Le temo también a que luego del coronavirus tengamos que enfrentar un nuevo deterioro en las relaciones con el régimen de Maduro. Trump, en medio del pico más alto de la pandemia, le ha declarado la guerra y en Colombia los uribistas han salido a mostrar los dientes. No hay duda de que Maduro es un dictador que tiene sumido al pueblo en una crisis política y humanitaria de grandes proporciones. Pero no creo que a Colombia le convenga sumarse a las decisiones de Trump ni a la guerra que él quiere fabricar para ver si gana las elecciones. Lo que menos nos serviría es que, además de nuestros propios problemas, de nuestra inequidad, de las secuelas que nos va a dejar el coronavirus, nos metamos en una guerra con Venezuela. 

Y le temo a eso: a que Duque no sea capaz de salirse del campo magnético de Trump y que quedemos los colombianos condenados a librar una guerra que nos destruiría peor que el coronavirus.

El historiador Yuval Harari dice que una sociedad informada es más consciente de lo que está en juego que una sociedad a la que se le imponen las medidas sin que tenga derecho a participar. Agrega también que para ello es importante tener confianza en el Gobierno y en sus instituciones. 

En Colombia eso es todo un desafío. Por eso, todos los políticos deberían respirar profundo para estar a la altura de las circunstancias. Petro debería actuar con más aplomo con su Twitter y pensar no tanto en él, sino en la Colombia que lo escucha y que lo ve como un referente. Lo mismo diría de los uribistas excelsos. Cálmense.

Las voces que queremos oír hoy no son las de los políticos, sino las de los científicos, de los expertos, de los médicos. Y le temo también a eso: a que la voz de la ciencia termine acallada por la arrogancia del poder que no soporta la verdad.

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