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Agua caliente

Que la guerrilla haya sabido instalar agua caliente en el inhóspito páramo de Sumapaz demostraría que representa el progreso.

Antonio Caballero
13 de noviembre de 2000

Dicen que los campamentos de la guerrilla conquistados hace unos días por el Ejército en el inhóspito páramo de Sumapaz tenían “hasta agua caliente”. Y por el tono con que lo dicen, da la impresión de que les parece mal.

¿Por qué les parece mal? Se me ocurren sólo dos motivos. El machismo mal entendido, y la ideología mal entendida.

Objetivamente hablando no tiene nada de malo que los guerrilleros hayan instalado agua caliente en los páramos (y también, es de suponer, agua fría en la tierra caliente). Por el contrario, es bueno. Significa que sus estrategas se preocupan por el bienestar de la tropa, cosa esencial en una guerra; y que en cambio el Ejército colombiano, por su parte, no hace. Estoy seguro, por ejemplo (aunque a lo mejor me equivoco), de que el campamento del Ejército que conquistaron hace tiempos las Farc en el inhóspito cerro de Patascoy no tenía agua caliente. Y es posible que esa carencia haya incidido de mala manera en la moral de combate de sus defensores.

Una larga tradición militar de machismo mal entendido sostiene que los soldados deben estar en las peores condiciones posibles para curtirse, hacerse recios, acendrar su valentía. Para ser hombres de verdad, en suma. La derrota final de Aníbal por los romanos se atribuye así a su reblandecimiento en “las dulzuras de Capua”: agua caliente, etcétera. Pero es al revés, y así lo enseña toda la historia militar. Las tropas bien tratadas por sus jefes, bien comidas, bien pertrechadas, suelen ganar las batallas (si no entra en juego, claro está, algún fanatismo, religioso o patriótico, de sus adversarios): es el caso de las falanges macedónicas de Alejandro Magno o de las panzerdivisiones alemanas de Guderian y Rommel. Y las tropas mal tratadas, en cambio, suelen perderlas. Es eso lo que les sucede a las del Ejército colombiano: hay muchos Mercedes-Benz para los generales, pero pocas botas para los soldados. ¿Agua caliente? Ni hablar: se amariconarían.

Los guerrilleros de las Farc, en cambio, tienen agua caliente. Tal vez se estén amariconando, pero están ganando las batallas.

Lo del amariconamiento, por otra parte, a lo mejor es bueno para el arte de la guerra, como suele serlo para todas las artes. Entre los aqueos que conquistaron Troya, según Homero, los mejores guerreros eran dos amantes homosexuales, Aquiles y Patroclo. El propio Alejandro que mencioné más arriba no se quedaba atrás (o sí, si hay que hacer un chiste). O Julio César: famoso, no sólo como gran general, sino por haber sido “el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos” de Roma. Y entre los ejércitos alemanes de la Segunda Guerra Mundial las tropas más temidas eran las de las SS, constituidas casi exclusivamente por maricas.

El otro motivo del tonito de condena con que se habla del agua caliente de las Farc es ideológico: de ideología mal entendida. Como si el confort fuera un vicio, no ya homosexual, sino burgués. ¿Acaso no eran comunistas?

Suponiendo que lo fueran (cosa que yo, personalmente, dudo mucho), su comunismo no tiene por qué estar reñido con el agua caliente, a diferencia de lo que les gusta creer a los burgueses. Por el contrario: el hecho de que hayan sabido instalarla en sus campamentos en el inhóspito páramo de Sumapaz serviría para demostrar que, en efecto, representan el progreso. En cambio el Estado colombiano no ha sido capaz de llevar, no digamos ya agua caliente, sino agua a las cuatro quintas partes del país. Y eso no es un motivo de orgullo, sino de vergüenza.

No. A las guerrillas no hay que criticarlas por las cosas buenas que hacen, como es esta del agua caliente para sus combatientes. Hay que criticarlas por las cosas malas, que son mucho más numerosas.

Lo que pasa es que el Estado colombiano, y el ‘establecimiento’ en su conjunto, no tiene la menor autoridad moral para criticar a nadie por nada. Las cosas que ha hecho son peores que todas las que pueda criticar. Y por eso, así como su Ejército pierde las batallas por ser incapaz de darles a los soldados botas (y mucho menos agua caliente), así el Estado, por ser incapaz de darles siquiera agua a los colombianos, está perdiendo la guerra.