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¡Ah, normalidad!

La discapacidad no es una enfermedad. El aporte de los médicos es importante pero hace falta el de la sociedad.

Semana
20 de enero de 2012

Los asuntos sobre derechos de las personas en situación de discapacidad son poco taquilleros. Los medios de comunicación tienden a ignorarlos por el poco tráfico que generan las historias de vulnerabilidades y los políticos no ven buen capital electoral en estas minorías. Pareciera que el tema aburre porque no tiene sexo ni sangre. Es como una mala noticia que es mejor no recibir.

Y claro que es mala la noticia que ofrece la situación de esta población colombiana. A pesar de la deficiente información que hay en Colombia, según un estudio que hizo Dejusticia, las cifras sobre insatisfacción de derechos son, por decir lo menos, preocupantes. Casi una tercera parte de las personas con discapacidad carece de aseguramiento en salud; un porcentaje mínimo se encuentra trabajando; el grueso de la población con incapacidad permanente no tiene una pensión que compense su exclusión del mercado laboral y más de la mitad de las personas con discapacidad entre 5 y 24 años no asiste a una institución educativa, por lo cual alcanza niveles ínfimos de educación técnica o superior.

La explicación de estas malas noticias no se encuentra sin embargo concentrada en los servicios que ofrecen los médicos, los hospitales o los hacedores de política pública. La respuesta amplia la dieron hace más de medio siglo las personas con discapacidad y sus familias al alinear sus demandas a las de otros movimientos como el de derechos de género y de raza, y apoyar lo que se conoce como el modelo social. Según esta visión, la mejor forma de entender la discapacidad está en la posición que asumamos los miembros de la sociedad para crear una sociedad incluyente y contribuir a que el entorno no impida la adaptabilidad de las personas en discapacidad. Es decir, que la sociedad, y con ella el Estado, debe adaptarse a las discapacidades de los otros y no a la inversa. Así lo recoge la Convención de personas en situación de discapacidad de la ONU, ratificada por Colombia el año pasado.

Y sin embargo, tenemos muchas dificultades para asumir una actitud de comprensión hacia el mundo de la discapacidad. Como sociedad, nos cuesta reconocer la diferencia como parte de la misma. Desde siempre, los que nos consideramos “normales”, hemos construido un concepto de normalidad que excluye lo diverso, que mide a las minorías como extrañas y problemáticas. En resumen, padecemos de una relativa imposibilidad para ponernos en el lugar del otro y verlo como igual, lo que al final excluye a la persona en discapacidad.

Esta posición de búsqueda constante de la normalidad, que se traduce en una falta de interés por el mundo de la diversidad es fruto, creo yo, de la inconciencia. Si comenzamos por reconocer las limitaciones que tenemos como sociedad y trabajamos en herramientas para incluir efectivamente a estas personas en la vida laboral, en la vida social y en general en nuestra propia cotidianidad, estaremos aportando bastante. Un ejemplo de sensibilización lo ofrece el documental “las limitaciones no están en las personas” de la Fundación Saldarriaga Concha, en el que la privación voluntaria y temporal de algunas facultades obliga a tres líderes de opinión colombianos a abrir puertas de su conciencia a la discapacidad.

Para la investigadora argentina Patricia Brogna, dejar exclusivamente en manos de los médicos el asunto de la discapacidad es como pedirle al ginecólogo resolver los problemas del machismo o al dermatólogo las cuestiones raciales. Para enfrentar como sociedad esta clase de diversidad no hay que ir a un médico entonces, hay que desarrollar una conciencia sobre la discapacidad e intentar impugnar la hegemonía de la normalidad, así como propender por nuevas formas de considerar la “anormalidad”.

*Subdirectora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (www.dejusticia.org)