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Ahí está el detalle

Los alcaldes de bogotá llevan muchísimos años prometiendo solucionar el caos del transporte urbano. Pero ninguno se ha atrevido a hacerlo

Antonio Caballero
2 de agosto de 2008

El otro día quemaron en Bogotá seis busetas. Dijeron, como siempre, que habían sido las Farc. Pero también es posible que hayan sido los desesperados usuarios del transporte, que han decidido iniciar por mano propia la prometida y nunca cumplida chatarrización de los buses y busetas obsoletos y sobrantes. Así surgieron los paramilitares: cuando los narcos y los ganaderos tomaron en sus manos las tareas de defensa que no cumplía la fuerza pública. Así surgieron las guerrillas: como autodefensas (también ellas) contra la persecución de la Policía oficial, llamada entonces chulavita. Así surgió el propio transporte urbano privado: cuando por el despilfarro y el saqueo de las empresas públicas sólo quedó el Mercedes del gerente mientras las carcasas de los buses municipales se pudrían abandonadas en unos potreros de la Beneficencia. Que también está hoy privatizada. Como todo. Para allá van las cárceles, según el anuncio de "tercerización" del Inpec hecho por el Ministro del Interior y de Justicia. ¿Por qué no, de una vez, privatizan el ministerio entero? Si lo "tercerizaran", por primera vez en su vida Fabio Valencia Cossio no tendría puesto público, ni carro oficial. Tendría que andar en buseta. Y, desesperado, la chatarrizaría con sus propias manos.

Me limito al tema del transporte en Bogotá: el de las busetas incendiadas con que empecé este artículo.

Los alcaldes de Bogotá llevan muchísimos años prometiendo solucionar el caos del transporte urbano. Porque aunque las empresas que prestan el servicio sean ahora privadas, su regulación y control siguen siendo responsabilidad pública. Pero ninguno se ha atrevido a hacerlo. No han podido acabar con la guerra del centavo entre buses y busetas, beneficiosa para los empresarios pero perjudicial para los choferes y los pasajeros. Tal vez el primer alcalde que dijo que lo haría, y no lo hizo, fue Luis Prieto Ocampo, con su estrambótica y contraproducente idea del "todo bus" por la carrera décima. No han sido capaces de conseguir que los buses, como los demás carros, moderen sus emisiones mefíticas de gases negros. Augusto Ramírez, en compensación, creó la ciclovía de los domingos. Jaime Castro fue el primero en ofrecer la construcción de un metro, y el primero en no hacerla. Antanas Mockus puso payasos en los pasos de cebra, que ahí siguen hoy, pero pidiendo limosna. Enrique Peñalosa trajo el Transmilenio, envidia, según él, de todo el universo, y los carriles de bicicleta bajo los aguaceros bogotanos. Pero el Transmilenio no sustituyó los viejos buses, sino que les cambió las rutas: hoy los vemos, casi vacíos pero subvencionados como siempre, por la carrera séptima. Lucho Garzón se inventó el "septimazo": llenar de carritos de ventas ambulantes las avenidas del centro de la ciudad.
 
Samuel Moreno, que llegó, como todos, prometiendo metro, va ahora en un proyecto de tren de cercanías por las viejas carrileras que fueron de los Ferrocarriles Nacionales antes de que estos fueran, también ellos, saqueados y luego destruidos por la privatización. En cuanto a los buses, anunció que en los primeros cien días de gobierno sacaría 1.300 de la congestión de las calles. En siete meses ha sacado 60 (que son, justo es reconocerlo, 60 más que los que sacó Garzón). De las 66 empresas de buses y busetas que hay en la capital, sólo cuatro le han pasado al Fondo de chatarrización el sobreprecio que con ese fin específico les cobran a los pasajeros. Las otras están debiendo recaudos por 131.000 millones de pesos. Y tomo una noticia de El Nuevo Siglo: "Ayer, los transportadores se negaron a considerar siquiera la posibilidad de cancelar los intereses legales por mora y cualquier tipo de multa".

Todos esos alcaldes sucesivos de Bogotá, sin excepción, aspiran a ser presidentes de la República, y se consideran con merecimientos de sobra para serlo. Se dirán sin duda: "Si lo fue Andrés Pastrana..." Porque olvidaba que también Pastrana pasó por la Alcaldía. Y su contribución al problema del transporte urbano (no a su solución) consistió en erigir en la que llamó Troncal de la Caracas (la misma avenida Caracas de siempre, pero talados sus árboles) una barrera infranqueable de aguzadas lanzas de hierro en las que se quedaban ensartados los peatones poco ágiles.

Uno de esos alcaldes que han sido incapaces de darle solución al gravísimo problema de la movilidad urbana, Lucho Garzón, sacó hace unos meses una larga entrevista-libro para el lanzamiento de su candidatura presidencial. Y rechazó indignado la insinuación, apenas esbozada de paso por su entrevistador Julio Sánchez Cristo, de que tal vez no había sido demasiado firme con el gremio prepotente de los transportadores. Dijo que no se puede juzgar a un gobernante sólo por un detalle.

Yo creo que sí, cuando ese detalle es nada menos que la falta de carácter.

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