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Al carajo con las Farc

Las Farc no sólo nos han convertido en un país menos secular, sino también en una sociedad más proclive a gobiernos de derecha.

María Jimena Duzán
5 de julio de 2008

Me la he pasado estos tres días pegada al televisor, siguiendo paso a paso la conmovedora bienvenida que el país les ha dado a Íngrid Betancourt y a los soldados y policías, luego de su cinematográfico rescate de las fauces de las Farc, y desde entonces no dejo de hacerme esta pregunta: ¿hasta dónde los abusos de las Farc, sus secuestros, sus actos terroristas y sus minas quiebratas, culpables de que el país tenga hoy una generación de lisiados, nos han convertido en el país derechizado y decimonónico que somos hoy?

No se necesita ser un profundo analista para advertir que la 'contribución' de las Farc en esta transformación de Colombia ha sido determinante. Sin duda la carga de religiosidad que tuvo la llegada de Íngrid y de sus compañeros a la libertad no tiene precedentes en nuestra historia reciente. Puede que este innegable resurgir religioso tenga que ver con el hecho de que en las sociedades amenazadas, la religión termina siendo un abrevadero en el que muchas personas encuentran sosiego. Algo de eso nos está pasando: en la pista de Catam, todos los rescatados y sus familiares se arrodillaron a rezar ante las cámaras, mientras el presidente Uribe, desde otro punto, ordenaba comenzar su alocución con las tres Aves Marías, como es ya costumbre en sus consejos comunales. Algo similar ocurrió en su alocución nocturna. ¿A dónde fue a parar el Estado secular que proclamó la Constitución del 91?

Las Farc no sólo nos han convertido en un país menos secular, sino también en una sociedad más proclive a gobiernos de derecha. Si las Farc no hubieran secuestrado, asesinado y atropellado a los colombianos como lo han hecho durante tantos años, en el país no habría podido prosperar un liderazgo como el de Álvaro Uribe; no se le habría torcido el pescuezo a la Constitución del 91, con la primera reelección; no se estaría pensando en una segunda reelección, y, desde luego, no estaríamos en las que estamos.

Las Farc han cambiado de manera dramática las vidas de muchas personas, comenzando por la del presidente Uribe, cuyo padre fue asesinado por un frente de esa guerrilla. Muchas veces me he preguntado cuál habría sido el talante de Álvaro Uribe si eso no le hubiera ocurrido. Puede que me equivoque, pero algo me dice que su aproximación a la política y al poder habría sido muy diferente, como también estoy convencida de que si al vicepresidente Francisco Santos no lo hubiera secuestrado Pablo Escobar, él no habría llegado ni a la puerta del Palacio de Nariño.

Algo parecido se puede decir de Íngrid Betancourt. La Íngrid que se bajó del avión es una mujer profundamente creyente y religiosa que habla en un tono predicador, como si sus palabras emanaran de un alma predestinada. A la Íngrid de hoy le suena la idea de una eventual reelección del presidente Uribe, aunque esta sea inconstitucional, porque considera que su permanencia en el poder es la única garantía para conseguir la derrota final de las Farc. Ella y más de medio país piensan lo mismo. Sin embargo, algo me dice que si no la hubieran sometido a la indignidad del secuestro, hoy estaría en la otra orilla, cuestionando al presidente Uribe por estar desconociendo sus límites constitucionales.

Pero también por culpa de las Farc, estamos creando unos líderes con pies de barro. Ahí está nuestro canciller, Fernando Araújo, a quien el secuestro lo reencauchó de manera inusitada: de haber sido un ministro gris en el gobierno de Andrés Pastrana y protagonista de uno de los escándalos mas tristemente célebres, el de Chambacú, del cual fue finalmente exonerado, se convirtió en una de las figuras más prominentes del partido Conservador con aspiraciones a ser candidato de su partido. Estoy segura de que si al doctor Araújo las Farc no lo hubieran secuestrado, no habría vuelto a la política y hoy nadie se acordaría de él. Algo parecido está sucediendo con Luis Eladio Pérez y Jorge Eduardo Géchem Turbay, dos políticos que antes de ser secuestrados nunca sobresalieron por nada diferente a que eran dos caciques tradicionales acostumbrados a la manzanilla. Hoy, sin embargo, luego de su secuestro, han adquirido una estatura de estadistas y de oráculos políticos que los debe tener sorprendidos hasta a ellos mismos. A Pérez, Íngrid Betancourt lo tiene fichado para trabajar en su proyecto político, y Géchem Turbay está convertido en un personaje nacional que hace noticia hasta con su vida privada. Hace poco los medios informaron de su separación como si hubiera sido la de Madonna. Las Farc han degradado la sociedad colombiana hasta el punto de que nos han vuelto fácilmente manipulables. Al carajo con las Farc.

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