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AL GENERAL CAMPO

Antonio Caballero
30 de junio de 1997

Se ofende el comandante de la Policía de Bogotá, general Teodoro Campo, porque en esta columna suscribí la semana pasada la hipótesis del Cinep según la cual la masacre de sus colaboradores los esposos Calderón Alvarado "es parte del hostigamiento contra las organizaciones no gubernamentales y sociales que organismos de seguridad del Estado y grupos paramilitares han desatado en el país". Me explica que sus declaraciones al respecto, diciendo que esa es "una mera hipótesis" y sugiriendo que se trató de una equivocación de los asesinos, que buscaban a otras personas, no es una muestra de cinismo, como la calificaba yo; sino una "actitud mesurada" propia de quien, por tener responsabilidades públicas, no puede "rebasar la prudencia" y acusar sin tener pruebas. Y me pide que, puesto que de mi escrito "se deduce fácilmente" que yo sí las tengo, que las aporte.
No, general Campo. No tengo esas pruebas.
De lo que sí tengo pruebas -toda una vida de pruebas- es de que quienes tienen responsabilidades públicas en Colombia siempre carecen de pruebas. Por eso mantienen siempre una "actitud mesurada" ante las masacres. Y por eso las masacres se repiten siempre. Recuerdo dos ejemplos particularmente vistosos por venir de quienes han tenido las más altas responsabilidades públicas: la frase del entonces presidente Julio Cesar Turbay según la cual los detenidos "se autotorturaban para desprestigiar a las autoridades" y la del entonces presidente Virgilio Barco que achacaba la matanza incesante de miembros de la Unión Patriótica a ignotas "fuerzas oscuras". Tal vez esas dos frases puedan ser interpretadas como actitudes mesuradas, que no rebasan la prudencia, acordes con "el momento que vive el país". Yo las veo más bien como claras demostraciones de cinismo. Y creo que ese cinismo ha contribuido mucho a que el momento que vive el país sea cada vez peor. Es posible que las declaraciones del general Campo sobre el caso del Cinep no tuvieran el mismo tono de las de Turbay o las de Barco en sus tiempos, pero a mí me pareció que lo tenían. Por eso las llamé cínicas. Temí que fueran, como siempre, el anuncio de que también esta nueva masacre quedaría impune.
Entienda general: llevo toda una vida aprendiendo a desconfiar de quienes tienen responsabilidades públicas en Colombia.
Me dice también el general Campo que mis escritos "destruyen" y "estimulan la violencia desde una página de revista". Me reprocha que no contribuya "al desarme de los espíritus". Y me pide que "no ayude con tanta vehemencia a empujar el carro hacia el despeñadero".
No, general Campo. No es así.
Mis escritos no estimulan la violencia, sino que la denuncian y la condenan. Pero no se limitan a condenar sus consecuencias -los "repudiables hechos"-, sino que intentan investigar sus causas. Y una de las principales, insisto, es la impunidad, que en la mayor parte de los casos es fruto de la indiferencia, de la complicidad o del cinismo con que las autoridades colombianas suelen tratar tales hechos. Y otra más es, insisto, la cautela de la prensa, que al comentarlos se abstiene de pedir responsabilidades. Un ejemplo de esa cautela: en todo lo que he leído en estos días sobre el fallecido ex presidente Barco no he encontrado ninguna referencia al hecho de que durante su gobierno se multiplicaron desaforadamente los grupos paramilitares autores de matanzas. Ciento cincuenta, llegó a contar su entonces ministro de Gobierno, César Gaviria. Barco no quiso ver en ellos más que "fuerzas oscuras", y así lo declaró, y ahí quedaron las cosas. Hoy deben ser por lo menos 300, y el Ministro del Interior, comentando precisamente esta última masacre contra el Cinep, se limita a llamarlos "fuerzas al margen de la ley". Tal vez esta cautela de la prensa al no exigir jamás responsabilidades contribuya, ella sí, al "desarme de los espíritus". Pero sucede que esos espíritus desarmados son los mismos que están siendo asesinados. Al revés, general Campo: hay que armar los espíritus de los colombianos, y considero que a ello se puede y se debe contribuir desde las páginas de las revistas.
Finalmente, no creo estar ayudando a empujar el carro hacia el despeñadero. Por el contrario: estoy diciendo que las autoridades que manejan el carro lo están llevando al despeñadero. Como ese pasajero sensato que, desde el fondo del bus, grita angustiado que el chofer va borracho, mientras que los demás, los más sensatos, le dicen que se calle, o que más bien contribuya a desarmar los espíritus cantando un bolero.