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Al Mono' e la Pila

El apetito desmedido de su propia reelección ha convertido a Álvaro Uribe en el más generoso dispensador de puestos de todos nuestros presidentes

Antonio Caballero
4 de julio de 2004

Mientras transcurre la farsa de Santa Fe de Ralito hablemos de otra cosa. ¿Alguien cree seriamente que puede salir algo beneficioso de la charla entre el gobierno y sus aliados en la guerra sucia? Algo saldrá, sin duda: pero algo malo. Una absolución mutua.

(El otro aliado, la embajada de los Estados Unidos, finge protestar. Quiere cobrar más caro su waiver, su nihil obstat).

Hablemos de otra cosa. Una de las razones de la farsa con los paramilitares es la de distraernos para que no hablemos de otras cosas.

La corrupción y la politiquería.

¿Les suena?

Cuando fue derrotado por los votantes, el año pasado, su tan cacareado referendo "contra la corrupción y la politiquería", el presidente Álvaro Uribe sacó la conclusión lógica: lo que pasa es que los colombianos quieren más corrupción y más politiquería. Y nos está dando raciones de las dos a manos llenas.

Corrupción. No fue suficiente el desfachatado caso del ministro de Justicia (!) e Interior Fernando Londoño en Invercolsa. A eso hay que sumarle ahora el del ministro de Transportes Uriel Gallego en el asunto de la losas rotas de TransMilenio. Según denuncia el presidente de la multinacional cementera Cemex, Gallego le insinuó que el pago de veinte millones de dólares y la utilización de un "pavimento perpetuo" inventado por él mismo servirían para arreglar el asunto. Las explicaciones del Ministro, hasta donde las conozco, son todavía muy vagas. Y está por otra parte un tercer caso escandaloso, que es el de la compra del nuevo avión presidencial. En ella se han cometido toda suerte de irregularidades, según he podido deducir de las informaciones fragmentarias publicadas hace un mes por la revista semiconfidencial La Otra Verdad, del ex uribista Pedro Juan Moreno, y hace una semana por El Espectador, del todavía uribista Grupo Santo Domingo. Irregularidades de toda índole que han acrecentado considerablemente el costo del avión con el único objeto de que alguien (no sé yo quién, y no lo desvelan ni Pedro Juan ni Julio Mario) se embolsille una comisión de varios millones de dólares. Ya digo que no sé: pero me gustaría saber. Me gustaría que la Contraloría, digamos, o alguna 'unidad investigativa' de algún periódico (si es que quedan unidades investigativas, si es que quedan periódicos) informara algo al respecto.

Hablo sólo de la corrupción en los más altos niveles: ministerios, presidencia. Aquella cuyo olor ha debido llegarle al presidente Uribe.

Y politiquería. Esa politiquería que con lo de la reelección presidencial (o, más exactamente con lo de la reelección de Álvaro Uribe Vélez para la Presidencia de la República, o para la dirección de la Aeronáutica Civil, o para la sede Archiepiscopal de Medellín, o para lo que él quiera) se ha desatado con desfachatez aún mayor que la de la corrupción misma. Ni siquiera Julio César Turbay llegó jamás tan lejos. Ni Ernesto Samper, cuando se vio obligado a comprar con prebendas y favores al Parlamento entero para salvar su pellejo. El apetito desmedido de su propia reelección ha convertido a Álvaro Uribe en el más generoso dispensador de puestos y contratos, de cargos diplomáticos y condecoraciones, de todos nuestros presidentes. Sin hablar de esos temas de caja menor que solventa en los consejos comunitarios que celebra en los pueblos con su carriel y su naipe de culebrero paisa, repartiendo a la redonda lo que él mismo llama, sin rubor, "milagritos":

-Hágame el milagrito, Ministro, y me les hace una carreterita por aquí y un puentecito por allá. Y me lo paga con esa platica.

El método recuerda al que usaba María Eugenia Rojas en Sendas, en tiempos de su padre el dictador Rojas Pinilla. Un método copiado, a su vez, de Evita Perón, y que tiene su origen en las distribuciones de trigo gratuitas de los demagogos de la antigüedad romana. También la filipina Imelda Marcos, o la hija del peruano Fujimori, hacían campaña así. Pero a quien más me recuerda el presidente Uribe en sus consejos comunitarios es a aquel narcotraficante de marimba barranquillero que se llamaba Lucho Barranquilla, que hace veinte años celebraba en los barrios sus propios consejos comunitarios:

-Qué se le ofrece, mi señora.

-Don Lucho, yo es que necesito una máquina de coser.

-Aquí tiene mi señora. ¿Y usted, compadre?

-Yo, don Lucho, una operación de amígdalas para el niño.

-¿Cómo se llama el niño?

Ese politiquero rodeado de corruptos es el que pide ser reelegido Presidente. Si lo reelegimos, vayamos después a quejarnos al Mono'e la Pila.