OPINIÓN ONLINE
Deje así
La continua discusión sobre por qué el No ganó el plebiscito aporta muy poco.
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Arrancamos esta semana con el extraño auto de una magistrada del Consejo de Estado, donde pone en entredicho los votos de los 6.4 millones de colombianos que rechazaron el primer acuerdo para terminar el conflicto, suscrito por el gobierno del presidente Juan Manuel Santos y las FARC. Según la doctora Lucy Jeannette Bermúdez, la victoria del No “fue el producto de la violencia por el engaño a que fueron sometidos los colombianos por parte de quienes impulsaron dicha campaña”. Es una tesis que ha promovido el mismo gobierno y sus aliados; una excusa perfecta para justificar su inexplicable derrota del 2 de octubre.
Es tan ridícula la posición de la magistrada que Timochenko, alias Rodrigo Londoño, la acogió fervorosamente. Según el jefe de las FARC, las cuatro mentiras principales del No fueron alegar que el acuerdo promovía la ideología de género, la impunidad, la afectación de la propiedad privada y el “castrochavismo”. Si bien nunca compartí esa visión -y por ello voté afirmativamente el plebiscito-, cada crítica tenía algo de sustento.
Hubo titulares desde La Habana, previos a la votación, que hablaban de género -y sólo después- se explicó en qué consistía. Para algunas personas, la no cárcel con barrotes equivale a impunidad. El texto borrascoso y gaseoso del acuerdo generaba dudas sobre la defensa de la propiedad privada, tanto que finalmente se reescribieron las partes más confusas. Hablar del riesgo de la implementación de un régimen similar al venezolano es legítimo porque es futurología.
Dice el Centro Democrático que el pronunciamiento de la magistrada pone en riesgo la democracia. Es aún peor: la aspiración de quienes demandaron al Consejo de Estado para que anulara los resultados del plebiscito es un atentado contra la inteligencia. Es querer ganar en el escritorio lo que perdieron en la cancha. Qué oso.
Deberían aprender de Hillary Clinton, quien obtuvo casi tres millones de votos más que Donald Trump y fue blanco de mentiras exorbitantes, y aun así aceptó su derrota. Entendió que esas eran las reglas de la democracia. Y punto. Como David Cameron en el Reino Unido y Matteo Renzi en Italia.
Es igualmente insensata la discusión sobre si Juan Carlos Vélez, director de uno de los comités promotores del No, había ingerido bebidas alcohólicas antes de su entrevista al diario La República, donde contó su exitosa estrategia. Para nadie era un secreto que “la indignación” hacia las FARC fue parte integral de los mensajes de los del No. Era una elección emocional, más no racional.
Pocas personas se iban a tomar el tiempo de leerse el mamotreto de 297 páginas y menos digerirlas. Entre tanto, los del Sí ayudaron desde su discurso invitando a los colombianos a tragarse unos sapos (la no cárcel, FARC en el Congreso) hasta la declaración del jefe negociador Humberto De la Calle a El Tiempo afirmando que “Timochenko podía ser presidente”.
Así las cosas, era una táctica válida buscar que la “gente saliera verraca a votar”, como explicó Vélez, como lo fue también la advertencia del Presidente que regresaría la “guerra urbana”. La política electoral nunca ha sido un juego de niños.
Por eso, no me pareció escandaloso que Vélez admitiera el foco de su estrategia. Ni quita ni pone. Lo que no comprendo es la obsesión de algunos miembros del Centro Democrático con atacar a su colega y tratarlo de “borracho”. No es creíble.
Este debate destemplado sobre el plebiscito es inoficioso para ambos bandos. Y francamente lamentable. Como diría el comediante Andrés López, “deje así”.
Muchas gracias a mis lectores y a mis contradictores por leerme. Feliz año 2017. Esta columna regresa en enero.
*En Twitter: Fonzi65