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El día después

Urge evitar que la campaña del plebiscito destruya las posibilidades de un consenso para la implementación de los acuerdos.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
22 de julio de 2016

Hace unos meses me contaron de un proyecto que buscaba realzar uno de nuestros símbolos patrios. La iniciativa era de unos jóvenes que, al escuchar tanto sobre la paz, pensaron en cómo podrían poner su granito de arena. Forman parte de esa inmensa mayoría para la cual la coyuntura política y mediática los tiene sin cuidado. Se dedican a vivir su vida, a hacer lo mejor en su trabajo, a amar a sus familias, a compartir con sus amigos. Son parte integral de nuestro tejido social.

Seguían a 30.000 pies los ires y venires de las negociaciones entre el gobierno y las FARC. A dos de ellos, si no estoy mal, se les ocurrió revisar la letra de nuestro himno nacional. Todas las estrofas, no sólo la que cantamos cuando juega la selección Colombia (la de “cesó la horrible noche”). Descubrieron que hay un hilo conductor de muerte, guerra y sangre.

Con algo de idealismo concibieron que una manera de celebrar el fin del conflicto armado con las FARC sería agregarle una estrofa, la 12. Esta hablaría del futuro, de un país sin guerra. Quizás pecaron de ingenuos, pero ese es un rasgo esencial de todo optimista. 

Nunca me imaginé -ni ellos- que alguien calificaría su idea como la "estrofa de las FARC" o que se convertiría en un nuevo campo de batalla entre uribistas y santistas. Menos en un país donde diariamente se ventilan reformas constitucionales y asambleas constituyentes.

El debate que generó -retumbaron los trinos- develó el delicado grado de polarización en que estamos, ad portas de comenzar en firme la campaña del plebiscito. Si bien no es nueva la animadversión entre las partes, preocupa la creciente intensidad. Nadie parece estar pensando en el día después de la votación.  De cómo evitar que el resultado, cualquiera fuera, nos divida más. Ya antes - en junio de 2014- se perdió una oportunidad de calmar ánimos y tender puentes.

Nunca entendí por qué la noche en que fue reelegido, el Presidente Santos no se reunió con Óscar Iván Zuluaga para dejar atrás las recriminaciones. Barack Obama lo hizo tanto con John McCain como con Mitt Romney. Facilita cerrar las heridas.

Todo indica que el plebiscito logrará el umbral del 13 por ciento, con un probable triunfo del sí. Sin embargo, ni los más optimistas esperan una participación superior al 50 por ciento, lo que permitirá a los críticos cuestionar la legitimidad del resultado.

Ante ese escenario sería prudente comenzar desde hoy mismo, acciones encaminadas a bajarle la temperatura a la discusión.  Es contraproducente calificar toda declaración del Centro Democrático de "fascista". De aceptar como normal que un guerrillero de las FARC tilde a un ex presidente de "paraco". Como si alias Jesús Santrich no fuera aún sub júdice. A punto de insultos e irrespeto no vamos a llegar a ningún Pereira. Olvidan que hay millones de colombianos que si bien no comparten la posición radical de Uribe frente al proceso de paz, tampoco considerarían justo verlo tras las rejas y las FARC de paseo.

Es curioso. Tanto uribistas como santistas concuerdan en un hecho: de cómo se maneje el posconflicto depende si lo negociado con la guerrilla es el principio del fin o el germen de una futura conflagración. Por esa coincidencia en visión, urge crear las condiciones para que ese lunes después de las elecciones sea más fácil construir acuerdos que garanticen que las FARC cumplan de verdad con lo firmado.

 *En Twitter: Fonzi65

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