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Perdón y olvido

Los exjefes paramilitares están volviendo a la libertad después de cumplir sus penas. Es el preámbulo a lo que nos espera con las FARC.

Semana.Com
10 de octubre de 2015

“Más de 400 muertos. Fueron varios días de plomo”, es el recuerdo de un llanero, de esos que nacieron y crecieron en una zona que algunos han bautizado la 'otra Colombia'. Estamos por los lados de Villanueva, Casanare. Uno de esos extensos municipios colombianos, cuyo casco urbano es apenas una fracción de su territorio. Le había preguntado por esa guerra entre paramilitares a principios de este siglo, que había pasado desapercibida por Bogotá y los medios nacionales, pero que es parte integral de la historia de este departamento. Y del país. No era una entrevista sino más bien una conversación de esas que nacen de la nada. Me había comentado que él había vivido en la región durante esa época. Tal vez fui imprudente. Pero se me grabaron sus palabras.

Según me cuenta, en ese año 2004 llegaron los 'Urabeños', unos “morochos grandotes”. Venían a expulsar del área a los 'Buitragueños', comandados por alias 'Martín Llanos'. Durante días –quizá una semana- los dos bandos se enfrentaron en una batalla campal. “Al que levantaba la cabeza lo quebraban". Ganaron los 'Urabeños'. A los otros, les tocó huir. Entre sus hombres se encontraba uno conocido con el alias “HK”, una leyenda negra. “Las balas le rebotaban. Una vez le dispararon a quemarropa. Cayó y luego se levantó como si nada. Es que –me explica– antes de salir a pelear, los paramilitares se hacen rezos y brujería que los protegen de las balas”. Cuando le comento que HK moriría después en un enfrentamiento con la Policía, le quita importancia. “Ese día seguro se le olvidó hacerse los ritos”.

La superstición choca con la realidad. Me relata que una vez una familia se fue a bañar en un caño, con la mala fortuna de que encontró “algo”.  Informado del hecho el 'Pato' –otro temido comandante de la zona- los asesinó. Al papá, la mamá, los niños. “Creo que eran ocho. Estuvieron de malas”.

Cuando los 'Urabeños' pasaban por las fincas, había que atenderlos. Agua, comida, lo que fuera. En esas visitas contaban historias. De cómo, por ejemplo, cuando hacía mucha hambre y escaseaban los alimentos, optaban por el canibalismo. “Las nalgas, comentaban, eran las preferidas”.

Siguen apareciendo huesos de esa matanza en Casanare. Rara vez encuentran esqueletos enteros, a los cuerpos los picaban para facilitar su entierro.

Para ser aceptado como miembro de una organización paramilitar, al voluntario o recluta se le ponía una prueba. Se le entregaba un arma y se le exigía matar a un hombre amarrado y encapuchado. Pero antes de cumplir con la macabra orden, le quitaban la capucha a la futura víctima. “Era el mejor amigo, un primo, un familiar o hasta un hermano”. Si se negaba, morían los dos. Con la desmovilización de los paramilitares en el proceso de justicia y paz del presidente Uribe, se fueron los 'Urabeños'. Por aquí no volvieron, me cuenta.

Me impresiona su relato. No sólo por la crudeza de sus historias sino cómo describe el horror que vivieron miles de casanareños. No juzga. Dice. Los adjetivos son inexistentes. Es un sobreviviente. No mira atrás. Lo que pasó, pasó. Sólo quiere trabajar y trazar un mejor futuro para su familia.

Su cuento, tristemente, no es excepcional. En Colombia pululan los testigos de la barbarie.

En los últimos meses, muchos de los responsables directos de estos horrores han ido saliendo de la cárcel. Ramón Isaza, cuyo prontuario judicial incluye 11.000 víctimas, será el próximo en regresar a su casa. En Mampuján, Bolívar, miran con resignación como el hombre quien ordenó el asesinato de 12 personas de ese municipio –Edward Cobos, alias 'Diego Vecino'- vuelve a la libertad tras cumplir su pena. Esa masacre es apenas una nota de página: fue acusado de 135 homicidios, 165 desapariciones forzadas y 137 torturas, entre otros delitos.

Se podrá ver con Freddy Rendón, alias el 'Alemán', quien, según las autoridades sería el autor intelectual de 18 masacres y también fue excarcelado. Todos se beneficiaron de la ley de justicia y paz, que a cambio de entregarse, confesar unos delitos y contar algo de verdad podrían ser condenados a un máximo de ocho años. Fue el pacto de perdón y no repetición con el Estado colombiano. Es un sapo que nos ha tocado tragar para que personas como mi interlocutor llanero puedan vivir en paz.

Ahora que nos acercamos al Pacto II –la jurisdicción especial para las FARC– recemos para que no sea un trilogía.

En Twitter Fonzi65

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