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Trump, el nuevo bolivariano

Sorprenden las similitudes del candidato republicano con los ideólogos de la izquierda al sur del Río Grande.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
4 de noviembre de 2016

Se ha vuelto común en Colombia hacer la comparación entre Donald Trump y el expresidente Álvaro Uribe. Se emplea el siguiente silogismo: odio a Uribe, odio a Trump, entonces Trump y Uribe son iguales. Siempre es un error aplicar un sentimiento emocional a un racionamiento lógico. En realidad, Trump se parece mucho más -no sólo en su estilo de liderazgo sino en pensamiento- a la izquierda latinoamericana, sólo le falta hablar español.

Como Nicolás Maduro y Rafael Correa, Trump admira a Vladimir Putin. Y contempla a Rusia más como a un aliado que como a un enemigo. Nunca le ha gustado la OTAN. Desde los años 80 ha sido crítico de la política exterior estadounidense por ser demasiado intervencionista. La protección de los derechos humanos en otros países no es su prioridad; que cada gobierno haga con su pueblo lo que quiera. Una posición que es compartida por los miembros del ALBA (Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, San Vicente y las Granadinas, Antigua y Barbuda). En noviembre de 2014, Ecuador votó en contra de una resolución que buscaba que la Corte Penal Internacional juzgara al régimen de Corea del Norte por torturas, violaciones sexuales, ejecuciones, etcétera, etcétera.

En Siria, Trump ha criticado la política de Obama de buscar la salida del poder de Bashar al Assad y ha elogiado, en cambio, la postura de Rusia que apoya al dictador sirio. En esto también coincide con sus políticos colegas bolivarianos. Venezuela es la mano derecha de los rusos en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Trump tampoco es muy amigo de la libertad de prensa. Ha amenazado en llevar a los tribunales a diarios críticos, ha denunciado la concentración económica de los medios, frecuentemente humilla en público a periodistas en sus eventos e instiga a ataques de sus seguidores contra ellos. Parece un alumno aventajado de Rafael Correa.

Y como el presidente ecuatoriano, el candidato republicano no resiste la crítica y menos, que sea por Twitter. En Ecuador aún se habla de la entrevista por televisión del periodista Andrés Carrión a Correa, donde el mandatario le reclamó al comunicador haber retuiteado una información negativa. Una y otra vez, Correa mostró su disgusto. Como Trump, quien tiene fama de acudir a Twitter a las tres de la mañana para responder a insultos reales e imaginarios.

Pero donde hay más coincidencias con la izquierda bolivariana es en el uso de la lucha de clases como sustento de su proyecto político. Para ambos, la culpa de todos los males es de las élites (la oligarquía). Son ellas las responsables de la pobreza y el atraso. Son ellas quienes han conspirado contra el pueblo y corrompido al sistema. La única solución es “drenar el pantano” y sacar a los sinvergüenzas del poder. Y para lograrlo es fundamental incitar al odio y a la rabia en el corazón entre las masas. Y, tristemente, nada más eficaz que los prejuicios racistas.

Como Evo Morales, que utilizó el resentimiento de la población indígena contra la minoría blanca en Bolivia, y Hugo Chávez, que hizo lo mismo con los mestizos y negros venezolanos, Trump replica la fórmula con un grupo racial, que si bien es numéricamente mayoritario, se siente maltratado. Estos hombres blancos enfurecidos perciben que su sueño americano fue arrebatado por otros: inmigrantes ilegales, negros, asiáticos, mujeres. Trump se compromete abogar por ellos y a corregir esa injusticia.

Esa es la piedra angular de su discurso "América primero" y su eslogan de campaña "Hagamos a América grande otra vez". Es una promesa de volver a un pasado idílico. Como todo recuerdo es una falacia. Las cosas nunca fueron tan buenas como nos acordamos o nos cuentan nuestros abuelos.

Igualmente falaz es la promesa de Trump de reconstruir las industrias manufactureras golpeadas por la globalización y las nuevas tecnologías. El acero de Pensilvania siempre será más caro que el de China. Cerrar las fronteras, denunciar los TLCs y embarcar a Estados Unidos en una guerra comercial no traerá de regreso nuevos empleos sino una recesión. El proteccionismo fundamentalista y xenófobo que pregona el candidato republicano cabe perfectamente dentro del ideario izquierdista de estigmatizar a las "transnacionales". Como el senador Jorge Robledo, Trump alega que los negociadores gringos fueron ineptos y que los TLCs son intrínsecamente dañinos para los trabajadores.

Quién lo creyera: Trump, Robledo y la izquierda bolivariana en la misma página. Se confirma el axioma de que al final los extremos se juntan.

* En Twitter: Fonzi65