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Una concesión inoportuna

Suspender los bombardeos a las FARC es más riesgoso de lo que muchos creen.

Semana.Com
14 de marzo de 2015

¿Bombardear o no bombardear? Como la frase célebre de Hamlet, es una decisión de vida o muerte. En su recorrido público, Juan Manuel Santos, primero como ministro de Defensa y luego como Presidente, ha escogido siempre la opción bélica. Lo hizo con 'Raúl Reyes', aunque el miembro del secretariado de las FARC se encontraba en territorio ecuatoriano. Igual con el 'Mono Jojoy' e incluso contra 'Alfonso Cano', jefe máximo de las FARC con el cual ya había contactos para iniciar un proceso de paz.

Fueron precisamente esos golpes estratégicos los que obligaron a las FARC a sentarse en la mesa a negociar en serio su eventual desmovilización. Y ha sido esa continua presión militar la que ha facilitado la concreción de acuerdos en La Habana. No es gratuito que la plana mayor de la guerrilla esté hoy en Cuba y no en “las montañas de Colombia”. Saben que en el país corren el peligro de morir como 'Reyes', 'Jojoy' y 'Cano'. A diferencia de los extraditables, no prefieren ni una tumba en Colombia ni una cárcel en Estados Unidos. Quieren que su decisión de irse al monte no sea en vano.

Pero también son conscientes de que a diferencia de las anteriores conversaciones, el tiempo está en su contra si no se cambia el statu quo: los jefes tomando ron en la isla y la tropa guerrillera huyendo de la ofensiva de la fuerza pública. Es una posición insostenible. Por eso, su insistencia desde el primer día en que se concertara un cese bilateral de fuego y por eso, la negativa rotunda del presidente. Hasta el pasado martes 10 de marzo. Esa noche, en una alocución nacional, Santos anunció la suspensión de los bombardeos a los campamentos de las FARC por un mes.

De un tajo, el Estado colombiano renunció a la ventaja estratégica con la cual había gozado desde el 2000, cuando se utilizaron los primeros helicópteros Blackhawks. Esa superioridad aérea impidió a la guerrilla el paso a la guerra de movimientos y los devolvió 10 a 15 años en sus objetivos militares. Fue gracias a ese poderío en los cielos que se rompió el mito de la invencibilidad del Secretariado y que aceleró la salida del país de los otros integrantes de la dirigencia guerrillera.

El Ppesidente justificó su decisión con tres argumentos principales: las FARC han cumplido su cese al fuego unilateral, han prometido dejar de reclutar a jóvenes menores de 17 años (un reconocimiento explícito que en el pasado cometieron un crimen de lesa humanidad) y se han comprometido a colaborar en remover las minas antipersonal que ellas mismas pusieron. Gestos importantes, sin duda. Pero mínimos si la guerrilla espera que la sociedad colombiana les conceda el perdón, casa, carro y beca.

Muchos analistas han dicho que lo que hizo Santos fue hacer pública una realidad en el terreno. Que en los últimos meses, los bombardeos eran cada vez más esporádicos. Que la guerrilla ya se había adaptado y la efectividad de los ataques aéreos era cada vez menor. Que, en fin, toda acción encaminada a reducir la intensidad del conflicto hay que aplaudirla.

La apuesta de Santos es riesgosa y con pocos precedentes. Normalmente, las concesiones militares no provienen del que va ganando la guerra. El acuerdo que puso fin al último conflicto de los Balcanes –la de Kosovo- fue precedido de intensos bombardeos encaminados a obligar a Serbia a firmar la paz. Sin los ataques aéreos de la OTAN, Milosevic nunca hubiera cedido. Y el mandatario serbio era menos dogmático que Márquez y compañía.

El presidente tendrá sus razones para darles esas indulgencias a las FARC. Tal vez, como dicen algunos, las negociaciones están mucho más avanzadas de lo que conoce la opinión pública.

Aun así, no veo el valor de garantizarle a la guerrilla, aunque sea por un mes, el derecho a dormir sin miedo. Eso vendrá después, cuando dejen las armas. Llegará el momento de perdonar y aceptar la incorporación de los jefes de las FARC en la legalidad. Pero cuando lo hagan, no antes.

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