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Socios de lujo

Un país con las necesidades de Colombia no puede darse el lujo de no aprovechar, con el menor impacto ambiental posible, las riquezas de su subsuelo.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
8 de julio de 2017

Quizás el resultado más significativo de la XII Cumbre de la Alianza del Pacífico que se realizó en Cali la semana pasada fue que, por primera vez, se incorporaron formalmente 4 nuevos países, en calidad de asociados, a esta iniciativa de integración. Que naciones de altísimo nivel de desarrollo económico y social, como lo son Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Singapur—todas entre las 21 de mayor ingreso por habitante del mundo y las 13 de mayor desarrollo humano, según el índice de Naciones Unidas—, ingresen a la Alianza es, sin dudas, una fuerte validación de la vigencia de este proyecto. Y es, también, una gran oportunidad de aprendizaje, en múltiples dimensiones, para Colombia y los demás países fundadores.

La decisión del presidente Trump de marginar a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, ha impulsado a estos 4 países a buscar nuevos mecanismos de acercamiento con otras naciones de la cuenca, y la Alianza ha logrado, en buena hora y en poco tiempo, capitalizar esa circunstancia. Colombia es, entre los países de la AP, el que menos relaciones económicas tiene con Asia y Oceanía. En el caso del Valle, las exportaciones a estos nuevos aliados escasamente superaron los US$23 millones en 2016, con una fuerte concentración en Canadá (73%) y en café (61%). Y aunque en la región hay algunas inversiones notables, como el 50% del Puerto de Aguadulce que tiene la Autoridad de Puertos de Singapur y las 2 plantas de empaques de la australiana Amcor, las relaciones son incipientes.

Estas ricas y diversificadas economías ofrecen variadas oportunidades de aprendizaje y generación conjunta de riqueza, vía exportaciones, importaciones, inversión extranjera, turismo, alianzas, cooperación, etc. a Colombia y a sus empresas. Pero es posiblemente en el sector minero, objeto de acalorado debate hoy en el país, donde más nos podrían aportar. Australia y Canadá son grandes potencias mineras que han apalancado la riqueza de su subsuelo para generar desarrollo y bienestar a su población. Cerca del 50% de las exportaciones de Australia en 2015 fueron de minerales e hidrocarburos (más de US$150.000 millones). Su primer rubro de exportación fue el mineral de hierro, el segundo, el carbón y el cuarto, el gas natural licuado. En el caso de Canadá, en 2016 el petróleo fue su segundo producto más exportado, oro y piedras preciosas el cuarto y aluminio el décimo; y el total de sus despachos minero-energéticos superó los US$100.000 millones.

Es notable, por ejemplo, el énfasis que se ha dado en Canadá a la vinculación de comunidades nativas en los desarrollos mineros. La Asociación Minera de Canadá se precia de que la minería es, en términos proporcionales, el primer empleador de pueblos aborígenes del país, y de que paga los mejores salarios entre todas las actividades industriales. También afirma que sus compañías fueron las primeras en el mundo en desarrollar un sistema externo de verificación de desempeño en sostenibilidad en la actividad minera y resalta la enorme contribución que realizan a través de impuestos locales y nacionales.

Un país con las necesidades de Colombia no puede darse el lujo de no aprovechar, con el menor impacto ambiental posible, las riquezas de su subsuelo. Ya en el país están activas varias mineras canadienses y australianas que aportan capital, tecnología, conocimiento y mejores prácticas, pero que bueno sería lograr acuerdos robustos a nivel de Estado, con elementos importantes de transferencia de conocimiento, intercambios y cooperación, con estos 2 países, para impedir que se siga marchitando esta enorme oportunidad.

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