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Diatriba por la ilusión

La bandera de la anticorrupción en manos de los actuales políticos produce miedo. Usan una tragedia social para conseguir réditos electorales encarcelando unos ladrones pero preservando el sistema político que ha garantizado el florecimiento de la corrupción en todos los niveles.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
17 de enero de 2017

Álvaro Uribe es un corrupto político que no irá a la cárcel, como muchos otros. No se ha probado que sea paramilitar o matón por más que entre sus colaboradores y aliados políticos por años tenga acusados y condenados por estos delitos.

Lo que sí es claro es que es un corrupto político, hijo de las entrañas de un sistema que favorece y estimula la corrupción política en el máximo nivel de gestión del Estado.
 
Así son los regímenes presidencialistas, especialmente éstos, donde los contrapesos no funcionan o se mueven sólo en función de poderosos intereses económicos o de la voluntad presidencial (que se mueve en función de ellos).

Si, no hay de que sorprenderse, somos igualitos a como actúa el PRI en México o  a la corrupción de Venezuela, entre muchos. Estos regímenes donde el presidente es ley, estimulan y protegen la corrupción política.

Ello explica que el descubrimiento de los ladrones no sea producto de esfuerzos nacionales sino que vienen de afuera, paradójicamente de los tribunales estadounidenses, como en el caso de la Federación Colombiana de Futbol que nos llegó gracias a la investigación contra la FIFA.

O el de los militares que asesinaron fuera de combate a colombianos vulnerables para ganar los estímulos que el Estado entregaba a cambio de colombianos muertos.

O como los militares y policías, gigantes y robustos para perseguir y asesinar activistas de derechos humanos y líderes sociales pero serviles y enanos frente a políticos, narcotraficantes y empresarios legales e ilegales que exigen o promueven hechos de sangre en diferentes zonas.

La corrupción es un estilo de vida, de gobernar, de hacer la política y de…. exacto: administrar lo que es de todos, lo público.

Por ello la corrupción es tristemente tan popular y aceptada en el país en todos los estratos, en todos los círculos y sí, en todos los partidos.

La corrupción está en la almendra del sistema político que impera y en los debates sobre lo público en Colombia, podemos poner ejemplos y más ejemplos, desde el siglo XX y lo que va del XXI: el caso de la Handel y antes en tiempos de López Pumarejo, la construcción de la vía por la hacienda La Libertad en el de López Michelsen, el robo de la elecciones de 1970, el saqueo de los recursos petroleros de los 80,  el robo del Guavio en los 90, el proceso 8000 contra el ex presidente Samper, otros más en los 2000 sobre las basuras, los fondos del Ministerio de la Defensa, las concesiones y las losas de Transmilenio, la explotación maderera China en el Chocó, la explotación de carbón en varios departamentos con su rosario de muertes producto de licencias de operación sin cumplir normas por autorización de funcionarios venales, los homicidios fuera de combate, las chuzadas, el nuevo festín con las regalías petroleras en Arauca, Casanare, en Barrancabermeja, en el Huila, en Tibú y en Norte de Santander, el robo de Interbolsa, el caso Reficar, la muerte de los niños Wayuu y Embera por desnutrición en la Guajira y Chocó, la contratación en el ICBF, el sultanato de la familia Char en Barranquilla o las compras de los votos de los Ñoños y de Yahir Acuña. Etc, etc, etc.

Todos estos escándalos se cierran con resultados que en el mejor de los casos sancionan a intermediarios más o menos conocidos sin hacer mella al sistema y a la estructura real de poder que facilita la corrupción.

En nombre de la lucha contra la corrupción hemos tenido “zares anticorrupción” y se han edificado liderazgos morales y políticos como el de la Familia Galán, que instauró un descarado abuso del servicio público a favor de sí mismos.

La bandera de la anticorrupción en manos de los actuales políticos produce miedo. Usan una tragedia social para conseguir réditos electorales encarcelando unos ladrones pero preservando el sistema político que ha garantizado el florecimiento de la corrupción en todos los niveles.   

Superar la corrupción exige cambios de comportamiento serios de parte de todos.
La ilusión es que podamos hacer conciencia de esto profundizando la precaria democracia que tenemos.

Para ello, debe garantizarse que los contenidos del acuerdo de paz no sólo con las FARC sino con el ELN se cumplan de manera ágil y efectiva, pues allí hay elementos de reforma al régimen político que ayudarían a superar los procedimientos que permiten a la corrupción mantenerse a pesar de la indignación ciudadana expresada día a día.
 
Este es un sistema que se da el lujo de estimular que aflore la indignación ciudadana contra “los corruptos” sin cambiar nada de fondo con el único fin de promover algunos intereses políticos de cuando en cuando, como evidencia la historia del país.

Para la muestra un botón: este sistema político denunció a Ernesto Samper cuando el proceso 8000, lo acusó de corrupto favorecedor y empleado de los narcos y convocó a muchos para que saliera de la Presidencia. Este mismo sistema lo tiene hoy como representante de todos los colombianos en la Secretaria General de UNASUR.

Algo ha de funcionar mal para que de cuando en cuando pasemos de la indignación al nombramiento, y felicitación como en el caso del “agudo y simpático Doctor Ernesto Samper” y hay más.

Profundizar la democracia hará posible derrotar la corrupción. Esta es la ilusión que por décadas, en medio de aciertos, equivocaciones y con costos en sangre  y persecución albergamos  muchos colombianos.

Posdata: Invito a ver la excelente película Hindú “Bandas de Wasseypur”. En ella se puede ver como la corrupción y la violencia se retroalimentan de la política en todas las latitudes y cómo, desde luego conservando diferencias, se parece bastante a lo que hemos vivido y estamos viviendo (Ver).

ajimillan@gmail.com
@alvarojimenezmi

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