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Entre Uribe y mi perra

Digo que mi casa equivale al Centro Democrático, porque así me gaste horas tratando de adornarla y aromatizarla con perfumes y ambientadores, mientras mi perra la siga habitando, seguirá oliendo a mierda, sin importar lo que yo haga.

Federico Gómez Lara, Federico Gómez Lara
19 de julio de 2017

El domingo es el día que mi papá y yo reservamos para vernos. Sin importar los planes del uno y del otro, por lo general sacamos un minuto para charlar un rato. Recibo siempre con alegría esa llamada en la que me dice: “hola hijo, ¿estás en tu casa? Quiero pasar a saludarte”.

El proceso casi siempre es el mismo. Cuelgo el teléfono, miro a mi alrededor y me doy cuenta de que mi casa, por ser domingo, no está en condiciones de recibir a mi papá. Es entonces cuando me pongo los zapatos y los guantes, echo mano del trapero y de la escoba y me pongo a “hacer oficio”. Doy siempre lo mejor de mí para dejar brillante cada superficie, tiendo mi cama, saco la basura, limpio los vidrios, echo ambientadores, cepillo a mi perra y recojo los residuos de concentrado que quedan en el piso. Cuando termino la tarea y mi papá ya está llegando, me siento a espéralo en el sofá, feliz de ver mi casa impecable y oliendo a flores.

Sin embargo, a pesar de mis esfuerzos, la historia se repite. Contesto el citófono y oigo la voz del portero que me dice: “don Federico, ahí va subiendo su papá”. A los pocos segundos suena el timbre y mi perra, una Bernés de la Montaña que no tiene conciencia de su tamaño descomunal, y que no sabe que mi padre la detesta, va corriendo a la puerta a esperarlo. Cuando abro, ella se le tira encima buscando una caricia suya y él , al mejor estilo de un torero, le hace el quite a la embestida, le da dos breves palmaditas en la cabeza y la saluda entre risas diciéndole: “hola bicho”. Acto seguido, nos damos un abrazo, mi papá cruza la puerta y mientras espero que me felicite por lo bien tenida que está mi casa, frunce el ceño y me dice: ¨hijo, esta casa apesta a perro. ¿Cuándo vas a hacer algo al respecto? Cambia los tapetes o alguna cosa. Es que no entiendo como puedes vivir así”. Yo le alego que llevo tres horas limpiando, y él me responde que a mi no me huele feo por que ya estoy acostumbrado.

De pronto, al ver que los uribistas siguen defendiendo a capa y espada a su jefe, el maestro del engaño, me doy cuenta de que mi situación de los domingos tiene muchas coincidencias con la justificada odisea que ha desatado en el país la difamación sucia, asquerosa y mezquina de la que fue víctima Daniel Samper Ospina.

Me explico. Hagan de cuenta que Uribe es mi perra, mi casa el Centro Democrático, mi papá la parte sensata de la opinión pública, y yo, un uribista cualquiera. Si reducimos lo que está pasando a algo así de simple, se hace más fácil entenderlo.

Digo que mi casa equivale al Centro Democrático, porque así me gaste horas tratando de adornarla y aromatizarla con perfumes y ambientadores, mientras mi perra la siga habitando, seguirá oliendo a mierda, sin importar lo que yo haga. Uribe sería mi perra, porque es justamente ella la causante del olor. Mi papá representaría la parte sensata de la opinión, pues al no tener a mi perra entre sus afectos y no vivir en mi casa, tiene una visión objetiva y puede afirmar con toda seguridad que huele a mierda y que es necesario hacer algo al respecto. Yo, por mi parte, represento en este escenario a un uribista promedio por varias razones: como vivo en mi casa (el Centro Democrático), ya estoy acostumbrado al olor, y en vez de mierda huelo rosas. Además, amo a mi perra (Uribe) con toda mi alma y sin importar lo que me digan, me sigo arrunchando con ella, la dejo subirse a mi cama y, si a alguien no le gusta, bien puede irse de mi casa.

Como decía Jaime Garzón, uno de los grandes males de Colombia es que aquí no llamamos las cosas por su nombre. Entonces, hagámosle caso a Jaime y empecemos: Senador Uribe, usted, con sus mentiras inagotables, con su idea de que en política todo vale, con su intención de tomarse el poder a toda costa y de sumirnos para siempre en una guerra, nos tiene a los colombianos tan acostumbrados a vivir entre su mierda que muchas veces ya ni sentimos el olor. Sin embargo, en su más reciente impulso de verborrea, ya se salió de madre.

No me cabe la menor duda de que usted sabe perfectamente que sus seguidores toman sus palabras como realidades innegables. Siendo eso así, ¿como es posible que sea usted capaz de decirle violador de niños a Daniel Samper, sin tener ni media prueba que sustente semejante acusación? ¿Acaso no entiende que, al hacerlo, no solamente está jugando con el nombre sino con la vida un periodista?

Aunque no es la primera vez que lo hace, parece que en esta ocasión sí va a salirle caro. Usted no puede andar diciéndole narcos extraditables, o violadores de niños, a periodistas honorables que lo contradicen con argumentos, y pretender que nada le pase. ¡No señor! En este país existe un librito que se llama Código Penal, y en él dice que lo que usted hizo ¡es un delito!. Así que le veo tres opciones: o tiene los pantalones de rectificar esta calumnia y tantas otras estupideces infundadas que dice a diario; o presenta las pruebas de que Daniel Samper es un violador de niños; o asume sus palabras y se va a pasar un buen rato en la cárcel, como le tocaría a hacer a cualquier colombiano que no se llame Álvaro Uribe.

@federicogomezla

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