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Otra de youtubers

El problema, digo yo, es el desconocimiento total que tenemos los adultos del fenómeno.

Semana.Com
2 de mayo de 2016

Hace un mes, al llegar a un tradicional hotel bogotano, encontré en la entrada un enorme grupo de fans que, sin importarles la lluvia que arreciaba, gritaban y coreaban nombres indescifrables. ¿Qué artista está de visita? Le pregunté al portero. Ninguno, son los youtubers, me respondió, mientras trataba de controlar con guardias de seguridad el acceso. ¿Los qué?

Se realizaba en Corferias el Club Media Fest, un encuentro internacional de Youtubers que convoca a lo más exitoso del gremio, a todos los wannabe y a miles de seguidores de esta gente que hace videos caseros en los que echa un (rollo, carreta, discurso, cuento) frente a la cámara, los edita en su computador, los pone en su canal de Youtube y se sienta a esperar que lo publicado reciba visitas y visitas y más visitas, la mayoría de ellas de suscriptores.

Más de 27 millones y medio de personas están suscritas al canal HolaSoyGermán, del chileno Germán Garmendia, vaya uno a saber cuántas de ellas viven en Bogotá y llegaron en masa (muchas con sus papás) hasta la Feria del Libro para ver en persona al youtuber divertido que cada semana les dice algo en video; video que pueden ver en la Tablet, en el computador o en el teléfono; cuando y donde se les venga en gana.

Un fenómeno de masas que ni Corferias ni los organizadores de la Feria del Libro, previeron. Como la gente siempre rechaza lo que no entiende y se inventa todo tipo de argumentos para justificar su incapacidad de entender, entonces el colapso no es de la Feria sino de la cultura. Pero no nos equivoquemos: la culpa no es del Youtuber exitoso ni de sus seguidores; es de la falta de previsión del único recinto ferial que tiene una ciudad de 8 millones de habitantes, que pone a padecer con su ineficiencia a todos los bogotanos que requieren de ese espacio.

El problema real no es el colapso de un día en la Feria del Libro (cada año mejor), sino los youtubers (y sus fans), dicen los críticos. El problema es su mal gusto, su bobería, su poder alienante, su masificación de la tontería, su vacuidad. El problema, digo yo, es el desconocimiento total que tenemos los adultos del fenómeno.

Que alce la mano el que no escuchó decir a los papás “bájele a esa música infernal”, o “deje de ver esas bobadas en la televisión”. Con los youtubers pasa lo mismo, es un tema de gustos, ya lo dijeron algunos colegas de columna semanal en respuesta a las críticas que “desde la cultura” le han hecho al fenómeno. En las críticas que hacemos, los adultos que crecimos con la televisión como el paradigma comunicativo mostramos nuestra absoluta ignorancia del fenómeno de masas que ocurre a un click de distancia, a través de los hijos que hoy tenemos en crianza.

Más allá de las pendejadas que dicen en un video, los youtubers nos incomodan porque desconocemos el medio en el que se mueven y las nuevas dinámicas comunicativas que crean. Un chico o una chica con una manera particular de decir las cosas en cámara logra, por su propia cuenta, tener más seguidores y ganar más dinero que muchas divas de telenovela, periodistas o cantantes, y ni nombremos a los escritores. Y lo hace a pulso, sin tener que rogarle al jefe de programación, sin pagar payola a los DJ de las emisoras, sin pre-negociar pauta con el canal. Cuántas estrellas del espectáculo quisieran tener 27 millones de admiradores en su canal; cuántos columnistas quisiéramos tener siquiera una migaja de esa cantidad de seguidores para lo que decimos cada semana.

Eso es un gran avance en términos de comunicación social; el internet es profundamente democratizador de la información, y ese futuro que hace apenas 10 años medio atisbábamos, ocurre ya. Por mi parte, me niego a poner palancas que abran aun más la brecha generacional que de por sí existe entre mis hijas y yo, y prefiero entender el fenómeno antes que descartarlo desde una posición de superioridad estética o moral. A mis hijas les seguiré diciendo cuándo algo me parece bueno y cuándo malo, pero no intentaré jamás –válgame el cielo- intentar prohibir el consumo de nuevas formas de comunicación.

Aquí el punto, igual que al ver cine, leer libros o ver la tele, es el criterio. Consumir lo bueno y saber ser crítico con lo malo, en forma y en contenido. Dejemos de descalificar desde posiciones arcaicas y enseñemos más bien a manejar el difícil arte del discernimiento.

@anaruizpe

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