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La draga que mata

El oro es un negocio tan lucrativo como la exportación de cocaína, pero a diferencia de la droga, su venta es legal.

Ana María Ruiz Perea
21 de noviembre de 2016

Muy poca gente sabía alguna cosa del mercurio hasta que cundió la indignación para señalar al atún enlatado como potencialmente tóxico por los altos niveles de mercurio detectada en la carne del atún. El desvaradero más común en el almuerzo de millones de colombianos por su bajo costo y buen sabor, resultó peligroso.

Ahora cualquiera habla del mercurio, de su toxicidad y las afectaciones para la salud. Pero el problema no está en la lata ni en la marca. La razón del mercurio es el oro, sin mercurio no hay oro, y eso lo saben los que explotan minas desde tiempos inmemoriales. Hay mercurio en el atún porque hay oro en joyas y lingotes y en cajas fuertes para que los seres humanos demuestren entre sí la riqueza; porque el oro sigue siendo el rey metal de la ostentación.

El mercurio se usa para desprender las pepitas de oro de la tierra que acuna al río, es el elemento que le arranca el brillo al sedimento. Los españoles cuidaban con idéntico celo las minas de mercurio y las de oro, y el mercurio del Perú hacía más eficientes a los esclavos en los ríos llenos de oro del Pacífico colombiano. Por la aleación de mercurio con esclavos, zarpaban de Cartagena galeones atiborrados de oro para su majestad.

No tengo idea, ni me aventuro a especular, acerca del manejo ancestral del mercurio en los ríos de la cuenca del Pacífico colombiano. Pero algo se está haciendo mal, desgarradoramente mal, para que en lo que va del siglo 21 los ríos hayan muerto y o estén en proceso de estarlo. Esto no había ocurrido en siglos de extracción artesanal.

Para los mineros ribereños de las cuencas del Pacífico el paisaje y la vida están cambiando con los dragones, como llaman por allá a las dragas enormes que rompen sin pudor el lecho del río. La draga fractura en un punto, y cuando lo deja moribundo sigue río arriba, rompiendo en otro punto, y así, hasta que el río muere por las heridas profundas en su cauce. Todo, para que los dueños del negocio, legales o ilegales, se hagan a unas fortunas vendiendo en el mercado libre un cotizadísimo producto legal.

Es escalofriante constatar en fotografías aéreas lo que está sucediendo. Los dragones están ahí, en lo suyo, y nadie hace nada. Hay decenas de dragones en el Pacífico, y vaya uno a saber de quiénes son. De la minería legal que llegó con bríos montada en la locomotora minera del presidente anterior; o de la minería ilegal que es de cualquier capo que actúa con alias en nombre de cualquier sigla delincuencial; y la minería ancestral aun existe, pero está desapareciendo.

Hoy la proporción de uso de mercurio en los ríos del Pacífico es de 5 a 10 gramos de mercurio para extraer 1 gramo de oro. El tesoro va para la bolsa, mientras el mercurio viaja rio abajo hasta los afluentes, se incrusta en los peces y se transmite entre ellos hasta los del mar y de ahí, a la lata para el plato del consumidor.

El oro es un negocio tan lucrativo como la exportación de cocaína, pero a diferencia de la droga, su venta es legal. No importa tener o no licencia ambiental, ser hampón o CEO de multinacional minera; si espolia el río, se hace a una mercancía cuyo valor por onza no incluye los metros de ribera de río destrozados para conseguirla.

Mientras el valor siga por las nubes, y el mundo no estipule un “sello de origen limpio” para el oro, dragones y mercurios seguirán excavando sin tregua, y el Estado colombiano no tiene un solo diente con qué frenar esa barbarie. Los ministerios de Minas y Medio Ambiente se desgastan tratando de distinguir entre legales, ilegales y ancestrales, mientras el crimen ambiental avanza y la mafia se incrusta como gobierno y como cultura en las comunidades. Para que no digan que no se hace nada, eventualmente mandan un pelotón de soldados a parar a uno que otro dragón que, de todas maneras, sigue ahí metido en medio de la selva esperando para darle el próximo zarpazo al río hasta despedazarlo. Apenas la tropa da media vuelta el dragón se vuelve a prender, ahí no ha pasado nada.

Así pues que la lata de atún potencialmente tóxica tiene que ver con una que otra cosa más que un empaque o una marca. Se trata de un desastre ambiental y cultural que está ocurriendo aquí mismo en el país, en un ecosistema que es tesoro del planeta. Mientras el Estado se pone de acuerdo a quiénes perseguir y desde cuál postura jurídica o ética hacerlo, lo mínimo en lo que podría avanzar es que Colombia ratifique el Tratado Internacional de Minamata que regula el uso del mercurio para extracción en minas. (amplia información en internet)

Ah, un último dato. El 80% de la producción mundial de mercurio es China. Hay oferta, hay demanda, dragones, mafias y mucha inconciencia.

*@anaruizpe

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