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La paz es mucho más que el silencio de los fusiles

Y entre tanto, no nos queda más que soportar el vértigo de ser colombiano, de pertenecer a un país que se obstina en rompernos la esperanza.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
3 de octubre de 2016

La mitad del país amaneció el 3 de octubre con el corazón partido, con desasosiego, con dolor de país. Ninguna elección antes nos había tocado las fibras de la esperanza de tal manera, para que ante la derrota entráramos en este estado de tusa colectiva, como si nos hubiera dejado botados una gran historia de amor.

Con una diferencia de apenas algo más de 50 mil votos, aquí que nadie cante victoria. Lo que quedó claro con este plebiscito es que Colombia tiene una profunda herida de guerra, y que no fue suficiente, para la mitad del país que votó, el empeño por sanarla compaginado en el acuerdo de La Habana.

Los colombianos no entendieron la grandeza del momento, la gran triunfadora de la jornada es la paupérrima cultura electoral. Además, resultó eficaz esa campaña en negativo que mentía sin piedad, mientras el mesías aseguraba que hacer un mejor acuerdo era como cambiar “un articulito”.

El escenario al que quedamos abocados es un limbo jurídico y político total. La negociación en la que durante 5 años hubo dos partes sentadas a la mesa, se volvió tripartita. Ya no es el Estado el que negocia con la guerrilla, ahora la fórmula absurda es que se van a tener que sentar el gobierno y el uribismo con la guerrilla, que queda empoderada en la mitad viendo como se destrozan entre sí las facciones de su contraparte, partiendo el país en dos.

Desde que se conocieron los resultados del plebiscito, las FARC han reiterado que se mantiene el cese al fuego, que lo suyo son las palabras, ya nunca más las armas. Obvio que tiene que ser así, tienen a su gente movilizada en puntos localizables, vulnerables. El respeto por la vida de los guerrilleros en este momento es un valor que hasta Álvaro Uribe advierte, fue lo primero que dijo en su discurso de la “victoria” el domingo en la noche.

Pero el callar de los fusiles es apenas una parte de lo que se llama paz. Al estancarse la implementación del acuerdo se dilatan en el tiempo y se complican procesos tangibles, medibles y verificables. ¿Cuándo, entonces, empieza la movilización a las zonas veredales para ser censados y recoger sus armas? ¿En un mes, en un año, nunca? Si no se conforma el tribunal de justicia transicional, ¿quién los va a juzgar? ¿va a haber, o no, operación de desminado y de sustitución de cultivos? Los recursos de financiación internacional listos para apoyar el campo en el posconflicto ¿quedan congelados hasta cuándo?.

Si este acuerdo no fuera serio, sería menos grave para Colombia lo que está sucediendo. Pero como comprende mucho más que dejar de echarse bala, con la votación del 2 de octubre quedó en manos de un partido, el Centro Democrático, el seccionamiento de una filigrana compleja, de la que pretende desenmadejar básicamente dos piezas: la reforma rural integral y el mecanismo de justicia transicional.

La reforma del campo atenta contra intereses históricos y revierte la dinámica de expropiación que tan eficazmente pusieron en marcha aupados en la violencia paramilitar, época oscura de la historia colombiana que dejó como consecuencia la mayor cifra de desplazados internos del mundo. Para quien el modelo agrario son el Agroingreso seguro, debe ser una afrenta la sola idea de que se normalice la propiedad rural y se fortalezca la producción agraria en territorios que ellos quieren mantener en disputa.

La segunda pieza que les incomoda es la justicia, que en el acuerdo no se limita a acordar tiempos de condenas, sino que privilegia que se cumpla con la verdad, la justicia y la reparación a las víctimas del conflicto armado, lo que supone la posibilidad de llamar a cuentas también a otros actores de la guerra más allá de los guerrilleros de las FARC. Este mecanismo atormenta al que se sabe victimario.

No digo que esto sea lo único a lo que quieren echarle mano, cada quien tiene un No que le justifica su voto. Que si la ideología de género, que en esas 297 páginas no se nombra a Jesucristo, que 3,7 % del congreso es un regalo muy caro. Y así estamos. Los fusiles en silencio y la paz bloqueada, esperando que un partido diga qué es y cómo pretende modificar lo que no le gusta.

Y entre tanto, no nos queda más que soportar el vértigo de ser colombiano, de pertenecer a un país que se obstina en rompernos la esperanza.

* @anaruizpe

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