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La vulgar retórica democrática

El plebiscito por la paz y el referendo en contra de la adopción gay son contradictorios. Cuando el primero incluye al pueblo, el segundo lo excluye.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
19 de septiembre de 2016

El plebiscito y el referendo son dos palabras que en Colombia no oíamos desde hace décadas y hoy son el pan diario de esta cresta de la ola en la que estamos viviendo. El primero, trascendental e histórico como ejercicio de construcción y compromiso colectivo con un mejor país. El segundo, un intento mezquino por arrasar con los derechos de la mitad de la población colombiana.

El plebiscito por la paz es una cosa y el proyecto de referendo de Morales y Lucio otra bien distinta, aunque los promotores del esperpento moralista y discriminatorio intenten hacer un parangón entre ellos. “¿Cuál es el miedo a someter este asunto al voto popular? ¿Acaso le tienen miedo a la democracia?”, he escuchado decir por ahí en entrevistas a gentes que no merecen en absoluto mi respeto. Discurso retórico que apela al valor de la democracia del llamado a las urnas, para sustentar la falacia de que los colombianos deben decidir, Sí o No, si el país acepta que sus niños y niñas abandonados puedan adoptarse por personas solteras, viudas, separadas o por parejas del mismo sexo.

Se puede decir muchas cosas del proyecto de referendo ese, no es sino asomarse a la redes y pululan las razones. Aunque el plebiscito del 2 de octubre y su campaña copen todos los espacios sociales y mediáticos en este momento, el baldado de exclusión social de usar al pueblo para discriminarse unos a otros ha recibido críticas desde todos los rincones: desde la manipulación religiosa, la falta de “autoridad moral” de sus promotores, la violación del derecho fundamental a la igualdad y a la no discriminación, la incongruencia de un partido que de liberal no tiene nada, la demostrada posición de la Corte frente al tema, la cachetada a los miles de niños y niñas que esperan desde los hogares de Bienestar Familiar y los ejemplos que la vida diaria nos ofrece, de seres irreprochables que han entregado amor a sus hijos de manera generosa y libre.

Hay miles de verdades contundentes para cantarle de frente la tabla a la dupla Morales – Lucio por su antidemocrática propuesta. Pero lo más grave no es que a una pareja de cristianos con ambiciones y poder se les ocurra esa barbaridad, sino que la Comisión I del Senado, la de asuntos constitucionales, haya votado abrumadoramente a su favor. Ahí es donde la impúdica criatura mostró sus dientes.

Si algo define a los autores del referendo ese, es su ambición de manejo de los hilos de la política. Hay que ver que el cálculo de Morales y Lucio sobre el momento para radicar y movilizar el debate fue estratégico. Difícil encontrar una época más propicia, cuando todo el país está volcado al proceso plebiscitario para sellar con lacre un acuerdo de paz. Nadie escucha más que eso, todo voto cuenta en las urnas y cada voto vale en el congreso.

Como una quijote, Claudia López se batió en contra de los molinos y su ponencia quedó destrozada en las aspas moralistas y politiqueras de la Comisión. Que los conservadores y los uribistas lo votaran era casi obvio, pero que los Vargaslleristas resultaran más godos que los azules resulta muy diciente del talante retrógrado del vicepresidente. A esta foto se suman los pusilánimes, temerosos o muy ocupados en campaña, que convenientemente no acudieron a la sesión o se retiraron a la hora de votar. Congresistas indignos.

Puede ser que el proyecto ese haga carrera en el Capitolio y se apruebe en las votaciones que aun le faltan, mecido en el arrullo de palabras como “decisión soberana del pueblo”, “deliberación democrática” y demás que sirven para disfrazar de democracia a las tiranías de la mayoría. Si eso llegara a suceder, hay que saber que bajo esta Constitución y en esta democracia los colombianos nunca vamos a ser llamados a las urnas para decidir si excluimos a un grupo de personas de algún derecho fundamental. Tenemos algo de sensatez jurídica que se le atravesará a una pretensión de esa calaña, la Corte jamás lo va a permitir.

Es tan evidente, que resulta altamente sospechoso que 10 senadores hayan votado semejante exabrupto tan inconstitucional, discriminatorio y antidemocrático. Y más aún el silencio de los ausentes que hacen su propio cálculo político, el del costo de defender los derechos de la gente “diferente” o “no tradicional” cuando estamos a 15 días de una votación histórica.

Quisiera conocer de fondo los intríngulis políticos de esta votación descabellada, pero solo sé lo que veo y lo que la intuición me indica. Que esta hidra tiene muchas cabezas, unas pequeñas puestas en la coyuntura y otras grandes y pesadas que se mueven en la carrera por la presidencia del 2018; y que todas, en coro, cantan los cantos de sirena de la democracia tiránica de las mayorías en ejercicio de su poder excluyente.

@anaruizpe