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Carta disuasiva a Angelino Garzón

Tómese, por ahora, la sucursal del cielo, arcángel generoso. Sálvelos primero a ellos, mi señor.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
11 de octubre de 2013

Apreciado amigo,

Ante todo excúseme, mi querido señor, por no haber asistido al lanzamiento de su libro Agradecido con la vida, que –si me permite confesarle– en un comienzo supuse que era de cocina: un compendio de recetas prácticas para saber cómo servir una lechona en una mesa, preferiblemente electoral, y de consejos fáciles para cocinar una reelección de la mano de Juan Manuel Santos: aquel repostero experto en untar con mermelada la torta presupuestal para que cada congresista tenga su tajada y tramite leyes sin demoras. 

Porque, mi máximo amigo, ya es costumbre que a Santos le hagan huelgas. Y usted, que fue el primero en entrar en paros,  bien lo puede certificar.

Pero, en lugar de un recetario, me topé con un libro en edición de lujo, forrado en hojas de tamal, que contiene el relato conmovedor de su vida y que si llevan a la pantalla grande significaría el regreso del Chinche Ulloa a la actuación.

Quiero, pues, felicitarlo por ese legado bibliográfico, muy señor mío. Y aprovecho la ocasión feliz de comunicarme con usted, Gendarme del Harapiento, para  ventilar la siguiente inquietud: durante el lanzamiento de su importante obra, afirmó usted que, si el Milagroso de Buga le da fuerzas, aspirará a la Alcaldía de Bogotá o a la de Cali, la que caiga primero: su caprichoso corazón no ha definido aún a cuál ciudad iluminará con su acostumbrada sabiduría, mi Líder Generoso. 

Cometo el abuso de escribir esta misiva para arrojar una tímida luz sobre sus cavilaciones. Doctor Angelino: no lo dude. Ayúdeles cuanto antes a los hermanos caleños, a quienes los bogotanos cederemos, no sin lágrimas, semejante honor. El Señor Caído de Monserrate, que nos enseñó la importancia del desprendimiento, sabrá darnos consuelo. Pero, por lo pronto, guíe con su grácil mano el destino del amigo valluno, que requiere de su presencia prioritaria.

Y me cuesta decirlo. Como capitalino, qué más quisiera yo, Sublime Propretor, que mi ciudad fuera administrada por cuarta vez consecutiva por un ejecutivo y gerencial mandatario de izquierda. Lucho Garzón, padre de este feliz ciclo, demostró que, como alcalde, estaba muy por encima de la media. De la media de aguardiente, especialmente. 

Samuel Moreno conmovió a la ciudad al ejercer esa bella virtud católica del amor por la familia, y ser, antes que el frío burgomaestre, el hermano ejemplar, el hijo modélico. Y Gustavo Petro ha continuado con la próspera senda que trazaron sus antecesores en una Alcaldía que está resultando inolvidable. Sí: la administración debe sobreponerse cada 15 días a la renuncia de algún secretario, que no soporta la estricta metodología alemana con que trabaja el alcalde. 

Pero el burgomaestre cuenta con el valioso concurso de Bacatá, un canino muy especial que representa la síntesis perfecta del paso de la izquierda por el poder distrital: es una perra poderosa, como las que se aplicaba Lucho; capaz de dar unas mordidas enormes, como las de Samuel Moreno. Y parece enferma de rabia, como el mismo Petro. 

Enriquecería usted ese paralelo, porque la perrita Bacatá late echada, como lo hiciera su corazón antes de ser remendado. Pero, Comendador del Exhausto, Trajano del Desposeído: no sería justo privar a los demás de su presencia. Y los bogotanos estamos dispuestos a compartirlo para legar a la parte rural y a la parte urbana del país una gran lección de generosidad. 

Tómese, por ahora, la sucursal del cielo, Arcángel Generoso. Sálvelos primero a ellos, mi señor. Aproveche el ameno clima valluno, sus riquezas culinarias, la cercanía con el santuario de Buga, para forjar el futuro de esa tierra promisoria, mi Infatigable Dómine de la clase obrera, y entonces sí, después de eso, torne sus ojos de zafiro al páramo capitalino y a acuda presto a su rescate. 
Después, Padre Mío. Pero no antes. 

Entiéndame bien: si alguien tiene talla imperial, ese es usted, Odín de los niños y de las niñas de Colombia. Basta su poderosa fuerza para impulsar a su hija Angelina hasta una curul del Congreso, destino al que aspira para convertir a los Garzón, de una buena vez, en una casta política alejada por siempre de toda condición zarrapastrosa. 

También sóbranle fuerzas a sus alas para volar a destinos más altos, Magnífico Infanzón, y ocupar, si lo quisiera, la máxima magistratura. Porque, como el mejor jamón serrano, usted ya se encuentra curtido: suficiente experiencia adquirió como coequipero del presidente Santos, aquel mandatario que se congració con los padres de la patria a punta de primas millonarias, al punto de que ahora tendremos que elegir entre los primos de José Obdulio o las primas de Juan Manuel. 

Sin embargo, antes de ascender al solio de Bolívar, vayamos paso por paso, Buda Caucano, Aborrajado Celestial, Atalaya del Insolvente, y empecemos por Cali. Quede atrás, por ahora, la fría y brumosa Bogotá. Talle su cincel magnífico el mármol de la capital valluna. Dome el brioso corcel de esa tierra tan suya, y aléjese de la malsana capital, mi Centurión Insomne. Bruña con su colosal sabiduría, Sinsote Sindical, el magnífico bronce del Occidente todo. Y arranque para allá, papito lindo, no sea malo, que los bogotanos no aguantamos más desastres.

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