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Enrique Gómez, columnista invitado.
Bogotá, febrero 14 de 2022. Foto: Juan Carlos Sierra-Revista Semana.

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Aniversario de una paz sangrienta e inútil

Hace ya seis años, el 2 de octubre de 2016, Colombia, contra todo pronóstico, rechazó popularmente los acuerdos alcanzados por la administración Santos con las Farc en la Habana.

3 de octubre de 2022

Violando la promesa de respetar la voluntad popular, Santos y el Congreso a su servicio nos metieron a la brava en lo que a la postre ha sido otro más de los fracasos de los doctrinantes de la paz. Es claro que las Farc están tan fuertes como siempre, carentes de cualquier representatividad, disfrutando su capacidad de asesinar y metidas hasta el tuétano en el tráfico de cocaína.

Para entender la obsesión del diálogo y la negociación de la ley, es pertinente una digresión histórica. Santos, y los demás prosélitos de la paz, son y fueron parte de una doctrina superior que se nutre de la incompetencia y falta de compromiso y vocación de los gobernantes de nuestro país para hacer cumplir la ley en todo el territorio de la República y a todos sus habitantes y que, por otro lado, materializa la visión de una intelectualidad dominante, autoungida de superioridad moral, que ha controlado una parte importante de la política global desde la década de los sesenta.

Durante las guerras civiles del siglo XIX, nuestros gobernantes fueron prestos en la concesión de indultos y amnistías frente a las repetidas y alternativas sublevaciones y guerras civiles.

En el siglo XX, la violencia política entre liberales y conservadores, desatada a partir de 1930, se cerró después de 27 años de violencia con el Frente Nacional, un acuerdo de cogobernabilidad que no pretendió la judicialización de la violencia ejercida e implicó de facto una amnistía amplia e indeterminada.

La rebelión guerrillera y marxista que se expandió desde el inicio del Frente Nacional, impulsada por la Unión Soviética, fue enfrentada de manera determinada, pero poco exitosa por el establecimiento del Frente Nacional, utilizando unas fuerzas militares y de Policía que nunca estuvieron suficientemente dotadas y articuladas con un sistema judicial fuerte y eficaz.

Después de 20 años de accionar guerrillero, el presidente Betancur, influenciado por las élites del socialismo internacional presididas por Olaf Palme, implementó en la región y en Colombia una extensión de la ética negociadora en conflictos endémicos que durante los setenta y ochenta se convirtieron en una doctrina generalizada con base en el prestigio de los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto de 1978, acuerdo que fue más el resultado de la extraordinaria capacidad militar de Israel y su doctrina de utilizarla de manera contundente que un triunfo del pacifismo.

El apaciguamiento en el siglo XX llevó al ascenso al poder a los peores fascistas y nazistas y fue el motor de la Segunda Guerra Mundial. Estas doctrinas dieron nacimiento al movimiento pacifista de los sesenta, que dominó la cultura pop global, un movimiento aprovechado por el expansionismo soviético en el marco de la guerra fría y que se convence de que la paz se alcanza con base en la sola intención pacifista, así sea unilateral, y no por el equilibrio material de fuerzas que disuade a las partes de la opción de la agresión. Hoy, cuando Ucrania padece los efectos de ese pacifismo Europeo ciego y crédulo, no se escucha a quienes aplaudían entusiastas la contemporización irresponsable con el tirano ruso.

El objetivo de lograr la paz es deseable y loable. Se transforma en una visión espléndida, pero tiende a reemplazar la realidad. Como lo decía Schumpeter, lo primero que un idealista está dispuesto a hacer para defender su visión es mentir. Lo segundo que está dispuesto a hacer es difamar y destruir a quien trata de mostrarle la realidad o difiere de la viabilidad de su visión. Quienes nos oponemos a los visionarios de la paz podemos y debemos ser estigmatizados, violentados, silenciados, censurados y excluidos.

En nuestro país este pacifismo ha sido una herramienta de quienes, desde la sociedad civil, respaldan y justifican la subversión y violencia guerrillera y terrorista como una forma justa de alcanzar el paraíso socialista en el país. De tanto usarla lograron su cometido y ya están en el poder.

Ahora reciclan la ética dialogante y la negociación descarada de la ley para afincarse en el poder. La “impunidad total” de Petro es la ruta por la cual el socialismo se quedará en el poder apoyado en la complicidad de delincuentes y terroristas de todas las banderas.

Opongámonos de manera cotidiana y eficaz al gobierno de Petro, rechazando la paz total y centrando nuestras fuerzas en un triunfo contundente en 2023.

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