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Brexit: una derrota

Si el Brexit triunfa, las consecuencias serán graves, tendiendo a catastróficas. Para empezar se desgarrará también el propio Reino Unido.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
18 de junio de 2016

La Unión Europea es la empresa política exitosa más importante de los últimos siglos. Tiene defectos. Y tal vez el primero es que, estrictamente hablando, todavía no es política. Es solo una unión comercial y monetaria carente en muchos aspectos de política común y que, por ejemplo, solo en el ámbito más reducido del “espacio Schengen” permite la libre circulación de las personas. Pero va –o iba– en constante ampliación, tanto geográfica como estructural.

Empezó hace 70 años siendo una modesta Comunidad del Carbón y del Acero entre las industrias siderúrgicas de Francia y Alemania, que apenas unos pocos años antes estaban todavía dedicadas a fabricar cañones para bombardearse mutuamente. Y de ese embrión fueron desarrollándose el Mercado Común, la Comunidad Económica, y finalmente la Unión Europea, que incluye a 28 países de muy distintos tamaños y niveles de riqueza en una suerte de fraternidad revolucionaria: una congregación voluntaria y pacífica de pueblos. No un imperio hecho por la conquista violenta y mantenido mediante la fuerza, como lo habían sido en los milenios anteriores el Imperio romano o el carolingio, el romano–germánico o las sucesivas y fallidas tentativas hegemónicas de Felipe II, Napoleón o Hitler.

Por supuesto, esa creación lenta y laboriosa de una entidad multinacional, multilingüe, multirreligiosa, multiétnica –ingleses con españoles, polacos con alemanes, griegos con letones, franceses con búlgaros, irlandeses con italianos; y multirracial, al incluir a muchos millones de inmigrantes nacionalizados procedentes de África, Asia y América– iba (o va) en contra de la naturaleza de Europa, cuajada en su historia de guerras intestinas incesantes. Un continente que en los últimos 15 siglos, desde la disolución del Imperio romano, solo ha conocido 70 años consecutivos de paz. Estos mismos 70 de la construcción de la Unión Europea. Una paz solo alterada, en su periferia, por las guerras de la desmembración de Yugoslavia en los años noventa del siglo pasado. Y esta desmembración sangrienta de una entidad tan artificial y antinatural como la propia Unión Europea, basada en la coexistencia pacífica de enemigos ancestrales como han sido serbios, croatas y musulmanes bosnios, debería servir de advertencia para los actuales impulsores del recrudecimiento de los nacionalismos en toda Europa. La paz es creación artificial de la civilización. Lo natural es la guerra entre vecinos: guerra de clanes, de tribus, de naciones: la barbarie.

Esa inclinación natural de las comunidades humanas por la guerra tribal se expresa en los nacionalismos, la xenofobia y el racismo: por ser lo natural, es también lo tradicional. Y de ahí se nutren las derechas y las ultraderechas europeas –en Francia, en Alemania, en Italia, en una docena de los países del antiguo bloque socialista– xenófobas y “euroescépticas”.

Con lo cual llegamos al referéndum británico sobre la permanencia en Europa o su salida: el llamado Brexit. La consulta, que se celebrará el próximo jueves 23 de junio, a seis días de esa fecha tiene partido por la mitad al electorado, con ligera ventaja para la salida, el Brexit: 44 por ciento la apoya, 42 por ciento está por la permanencia, y hay un 10 por ciento de indecisos. Los viejos son partidarios de salir de Europa: el tradicional “espléndido aislamiento” –splendid isolation–, que es también natural: la Gran Bretaña es una isla. Los conservadores están divididos. La extrema derecha –el UKIP– hace una rabiosa campaña xenófoba y racista en favor de la salida. Los laboristas y los liberales, en general, son partidarios de la permanencia.

Si el Brexit triunfa, las consecuencias serán graves, tendiendo a catastróficas. Para empezar se desgarrará también el propio Reino Unido: las encuestas indican que los escoceses quieren mayoritariamente seguir en la UE –y hace solo dos años que el independentismo escocés fue precariamente derrotado en un referéndum–; y lo mismo pasa con los irlandeses del Norte, cuya mitad católica hace solo 18 años dejó de combatir al Ejército inglés. Pero el euroescepticismo crece también en Francia y en Italia, donde las derechas crecientemente poderosas podrían imponer un referéndum semejante al británico. Y aunque España es mayoritariamente proeuropea el independentismo de los catalanes y los vascos puede llevar a su separación, (en el caso de Cataluña es inminente un referéndum sobre la independencia), con las complicaciones consiguientes.

Si los partidarios del Brexit ganan el referéndum británico de este jueves, será una derrota de la civilización.

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