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El plagio

Lo que hubiera sido llamativo, y eso sí escandaloso, es que la mujer del candidato presidencial dijera cosas originales

Antonio Caballero, Antonio Caballero
23 de julio de 2016

La prensa norteamericana le está armando un escándalo a Melania, la esposa del candidato Donald Trump, por haber plagiado en su discurso ante la Convención Republicana varios párrafos del discurso que Michelle, la esposa del entonces candidato Barack Obama, pronunció hace ocho años en la Convención Demócrata.

“Lo que no es tradición es plagio”, sentenció hace un siglo el escritor catalán Eugenio d’Ors. De donde puede inferirse que lo que no es plagio es tradición. Y es eso lo que le pasó a Melania Trump. Dicen que le copió a Michelle Obama manidas frases literales sobre la recompensa al trabajo honrado, los valores norteamericanos que hay que transmitirles a los hijos norteamericanos (en plural en el discurso de Michelle, que tiene dos; en singular en el de Melania, que solo tiene uno), la grandeza de la nación norteamericana, la moral norteamericana correcta, los sueños norteamericanos que hay que cumplir, etcétera. Los habituales lugares comunes políticamente correctos de que están hechos los discursos retóricos de las primeras damas norteamericanas. Y también los de sus maridos, desde George Washington hasta el día de hoy. Lo tradicional.

Lo que hubiera sido llamativo, y eso sí escandaloso, es que la mujer del candidato presidencial dijera cosas originales. Muy raros, muy obsesos, tienen que ser los politólogos que descubrieron que esas triviales bobadas eran plagiadas, y plagiadas de quién: gente rara que es capaz de guardar en la memoria un discurso viejo –¡ocho años!– de una primera dama. O que, con más rareza aún, se pone en la extravagante tarea de hacer análisis comparativos de texto de los discursos protocolarios de las sucesivas primeras damas de los Estados Unidos. Tarea incompleta, sin embargo: porque sin duda, escarbando mejor en los archivos, los críticos de Melania Trump hubieran encontrado exactamente las mismas frases en los discursos de Eleonor Roosevelt, la mujer de Franklin, que fue primera dama cuatro veces, o en los de la de Abraham Lincoln, Mary Todd, que estaba loca.

El escándalo, desde el punto de vista de su propósito electorero, es ridículo: nadie sale a votar porque lo haya convencido el discurso de una primera dama. Más bien habría que criticarle al marido de Melania que haya calcado él el mismísimo meollo de otra campaña presidencial, la de Ronald Reagan: “Make America great again”. Aunque en realidad ni siquiera eso es un plagio: es otro lugar común allá, no digamos que desde los Padres Fundadores de la república: desde los Padres Peregrinos del Mayflower de la Colonia.

En todo caso si plagio hay, no es de Melania Trump, ni lo plagiado es de la autoría de Michelle Obama. Esos discursos rituales no los escriben ellas, sino unos asesores externos cuya profesión consiste en redactar y vender discursos políticos o empresariales de encargo: los ghost writers de la campaña electoral. En este caso, según se ha sabido, esos autores fantasmas fueron dos: los mismos expertos que le escribieron al presidente George W. Bush su apocalíptico discurso a la nación tras la voladura de las Torres Gemelas de Manhattan. La metida de pata de ahora de este par de escribidores es una tontería en comparación: por aquella de entonces le deben al mundo varios millones de muertos. En el texto final del discurso de la aspirante a primera dama intervino también una tercera correctora de estilo: la misma que les dio redacción definitiva a los libros de autoayuda sobre cómo hacerse billonario que Donald Trump ha publicado con su firma. Si esos libros sirvieran para lo que prometen, la billonaria debería ser ella. No estaría ahora teniendo que alquilar su pluma al mejor postor.

Pero eso es tradicional también: que los discursos los escriban otros, como Shakespeare escribió (a posteriori) los de Marco Antonio en Roma o los de Enrique V de Inglaterra en la batalla de Azincourt. En la historia casi nadie ha escrito lo suyo. Lo de Sócrates lo escribió Platón, lo de Cristo sus cuatro evangelistas, lo de Mahoma sus primeros discípulos. En los Estados Unidos el último presidente que redactó personalmente sus propios discursos (no a mano sino a máquina: esa fue su novedad) fue Woodrow Wilson hace 100 años. Entre nuestros presidentes de Colombia el último escritor original fue tal vez Alberto Lleras, que antes había sido el redactor fantasma de los discursos del presidente López Pumarejo: llegado su turno se limitó a plagiarse a sí mismo.

Es que todo es plagio, incluida la tradición. Hace ya mucho tiempo –copiando no sé a quién: a algún obispo inglés del siglo XVII, que a su vez sin duda repetía lo dicho por algún sofista griego del siglo III antes de Cristo– lo descubrió Jorge Luis Borges: la retórica, que es el modo de expresión de la literatura, no es otra cosa que la repetición de un puñado de temas milenarios. Los mismos que recitó de memoria, o con teleprompter, da igual, Melania Trump: lo de siempre. Ahora que acabo de mencionar el nombre de Cristo: hasta los fundadores de religiones nuevas se van plagiando sus dogmas los unos a los otros. A estas horas de la vida todavía no sabemos si hace 40 siglos el patriarca judío Moisés copió al faraón egipcio Akenatón, o si Akenatón copió a Moisés, o si los dos eran la misma persona. Como todos, ambos decían que su discurso se lo dictaba personalmente su ghost writer, que era Dios.

Todo es plagio. Nada nuevo hay bajo el sol, dice el antiguo libro de sabiduría del Eclesiastés. El primer hombre primitivo de las cavernas que se encaramó en una tarima –un dolmen, se llamaban entonces, y eran hechos de grandes piedras planas colocada en equilibrio sobre un menhir– para echarles un discurso a sus primitivos semejantes ya les dijo: “¡Bienvenidos al futuro!”. No sabía que, sin saberlo, estaba plagiando otro discurso pronunciado 30.000 o 40.000 años más tarde ante sus primitivos semejantes por un presidente neoliberal de la república de Colombia, después del cual vendrían otros más, idénticos a él. E idénticos también a la exmodelo eslovena a quien le escriben discursos para presentarla como la compañera de la encarnación del futuro, que es el desenterrado homínido primigenio Donald Trump.

Habría que averiguar de qué pensador árabe o romano o babilonio o de las cavernas de Altamira el literato catalán Eugenio d’Ors plagió su original aforismo sobre el plagio.

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