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El señor presidente

Es con el uribisimo con quien no se puede negociar la paz, porque no la desea. Por eso se opone a que se logre usando todas las formas de lucha.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
11 de julio de 2015

Anuncian las FARC un nuevo cese el fuego unilateral de un mes a partir del próximo 20 de julio. Y los enemigos de la paz lo rechazan de inmediato. Dicen que es una trampa.

El expresidente Uribe Vélez escoge, como suele, la contundencia de la mentira frontal: “El país ya vivió cese bilateral y fue un desastre”, asegura. “Vamos a seguir igualando a las Fuerzas Armadas de la democracia con el terrorismo”. El senador Alfredo Rangel empieza, como es habitual en los conversos, por presumir la mala fe: “Es nuevo engaño y nueva farsa de las FARC”. Y añade: “Seguirán extorsionando, amenazando, reclutando, rearmándose y narcotraficando”. Y el sibilino procurador Alejandro Ordóñez recurre, fiel a su carácter, a la insinuación velada de quien sabe algo más pero se abstiene de decirlo: “Es un paso dentro de su estrategia terrorista y resultado del sometimiento del gobierno a la imposición de un cese bilateral”. Pero a la vez se indigna porque no sea inmediato: “El gobierno no puede permitir que esa organización criminal decida los tiempos en que los colombianos estarán sometidos al accionar terrorista y los días en que no. Las Fuerzas Militares y de Policía deben garantizar, todos los días, la seguridad de la población civil y la infraestructura nacional”.

(Para ilustrar el sinuoso método dialéctico que usa el procurador, el de sugerir sin afirmar, guardando seca la ropa, tomo unas frases suyas de una entrevista publicada en El Espectador sobre otro tema: el de la irregularidad dolosa de su elección, demandada ante el Consejo de Estado. Dice el procurador, con blandura evasiva, cosas así: “Vale la pena advertir que hay un acuerdo no escrito entre el gobierno y las FARC para sacar al procurador. Hay razones, circunstancias, que me permiten hacer esta aseveración… En su momento ello se conocerá… No quiero referir nombres, quiero hablar de circunstancias… Hay demasiados indicios que se conocen, pero en el escenario mediático yo no lo voy a decir… tengo esa información, y otras…”).

Tergiversa las cosas el procurador con gran finura. “Sometimiento del gobierno”, llama a lo que es su propósito anunciado, e “imposición de las FARC” a lo que es acercamiento a ese propósito. Pues se trata de llegar allá, que es a donde los enemigos de la paz no quieren que se llegue: al cese el fuego bilateral, que es el prólogo de la paz. Y descalifica con desenvoltura lo logrado: “El gobierno no puede permitir…”, como si no llevaran los gobiernos cincuenta años sin poder impedir; y las FF. AA. “deben garantizar…”, como si no llevaran otro tanto sin conseguir hacerlo. El expresidente Uribe, por su parte, niega despreocupadamente la realidad: el cese el fuego “fue un desastre”, sentencia, sin recordar que mientras duró –cinco meses– cesaron los secuestros, disminuyeron en un 85 % los choques armados, empezó el desminado conjunto de militares y guerrilleros y no hubo ni un solo atentado contra la infraestructura. Y el senador Rangel, por la suya, se limita a establecer con desparpajo un sofístico proceso de intenciones sobre lo que de verdad pretenden las FARC, aunque digan lo contrario: traficarán, extorsionarán, etcétera.

En cuanto al presidente Juan Manuel Santos, responde al anuncio de las FARC diciendo que “valora el gesto”, pero que hacen falta “compromisos concretos”.

Parece como si, por temor al matoneo de los enemigos de la paz, Santos se hubiera dejado convencer de que es con ellos con quienes hay que negociar la paz, y no con las FARC. Con Uribe y Ordóñez y Rangel, que trinan por Twitter, y no con Timochenko y Márquez y Catatumbo, que disparan con fusil. Por lo visto eso piensan muchos. Yo discrepo. Es con el uribisimo con quien no se puede negociar la paz, porque no la desea. Por eso se opone a que se logre usando todas las formas de lucha: la filtración de coordenadas, la calumnia, la provocación, las demandas constitucionales, la contrainformación, tal vez incluso –como en los tiempos del buen muchacho Noguera en el DAS– los falsos atentados. Y la fingida colaboración, como en esa hipócrita propuesta que hizo Uribe hace unos días y que algunos tomaron ingenuamente como una concesión generosa hacia la Mesa de La Habana. Una propuesta que sabe impracticable, porque es absurda: la eliminación de las guerrillas, que él no pudo lograr en ocho años con todos los fierros, mediante la simple invitación a que se encierren voluntariamente en un campo de concentración “de extensión prudente” situado en una zona deshabitada y remota y rodeada por el Ejército, que se abstendría de atacarlas. Uribe propone la rendición previa a la negociación: sin condiciones.

Porque ni él ni los suyos quieren la paz. Les repugna que el traidor Santos consiga por las buenas lo que ellos no consiguieron por las malas. Electoralmente no les conviene ese logro del país, y sí les sirve su fracaso. Y no les interesa que se llegue a ella: para ellos, la guerra es mejor negocio.

A estas alturas alguien debería recordarle a Juan Manuel Santos, con todo respeto, que el presidente de Colombia no es Uribe, sino él.

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