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Golpe al distrito

Una constituyente: la reclaman todos los autoritarios, para refundar la patria a partir de ellos mismos. Petro, Uribe, las Farc, como en sus tiempos Laureano Gómez y Rojas Pinilla.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
22 de marzo de 2014

El alcalde Gustavo Petro tiene razón. Pero exagera. Del mismo modo que exageró el procurador Alejandro Ordóñez cuando abusó de su poder para destituir a Petro e inhabilitarlo por quince años, de manera descaradamente antidemocrática pero formalmente legal, por lo cual la Comisión Interamericana de Derechos Humanos le otorgó al alcalde la protección de las medidas cautelares que a continuación rechazó el presidente Juan Manuel Santos.

Antidemocrático, pero legal: una contradicción gemela de la que vimos cuando esa misma CIDH le dio esas mismas medidas cautelares al entonces candidato a la Alcaldía de Caracas Leopoldo López, perseguido allá, como Petro aquí, por razones políticas disfrazadas de jurídicas. Aunque antagónicas: allá desde la izquierda y aquí desde la derecha. El entonces presidente venezolano Hugo Chávez hizo con la recomendación o la orden de la Comisión lo mismo que hace hoy aquí el presidente Santos: pasársela por la faja. Los abusos de poder son los mismos desde todas las ideologías. Como lo son los gritos populares: ese “¡Uh!¡Ah! ¡Petro no se va!” que corean los partidarios del alcalde condenado a la muerte política, como lo coreaban los chavistas en Venezuela con el nombre de su jefe cuando Chávez se iba a morir.

Abusos de poder los hubo también sin duda, y sin cesar, de la parte del alcalde Petro desde que fue elegido más o menos por descarte por un tercio de los votantes bogotanos. Con la prohibición de las corridas de toros, con la renegociación de la recogida de basuras, con la redestribución del agua de Chingaza, con la expedición del POT, con la ampliación y la reducción del pico y placa, con la contratación de las rutas de buses, con la suspensión de la avenida ALO, con la interrupción de la concesión de los colegios del Distrito. Medidas buenas unas y otras malas, y discutibles una por una. Pero tomadas todas por el alcalde Petro de manera autocrática: porque él mandaba. Ahora se queja porque ya no manda más. Y clama, en su, digamos, última proclama, desde el balcón de la Alcaldía:

–¡El voto en Colombia no sirve!

Cuando después de pasar por doce o quince instancias judiciales lo que está queriendo decir es que en Colombia no sirve la justicia.

Pero exagera. Sí, lo del procurador Ordóñez es un abuso, y no sé si un delito: ningún funcionario debería tener el poder de condenar, por sí y ante sí, a la muerte política a alguien elegido por voto popular como sanción por faltas administrativas. “¡Gravísimas!”, dice el procurador, y se escuda asegurando que puesto que eran gravísimas él no podía hacer otra cosa que condenar al culpable a la máxima pena: quince años de inhabilitación. Pero era él mismo quien las había calificado de “gravísimas”, de manera arbitraria, y para verse obligado por sí mismo a pronunciar esa condena. Petro, pues, tiene razón en patalear cuanto quiera y cuanto pueda. Pero, repito, también él exagera al darle el nombre tremendista de “golpe de Estado” a su destitución administrativa y compararla con el derrocamiento sangriento de Salvador Allende por los generales chilenos, o con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán que desató la sublevación popular del 9 de abril del 48. Exagera. Es, a lo sumo, un golpe de Distrito, incruento, y lento y atravesado de dilatorias peripecias jurídicas. Un golpe de Distrito capital: en cámara muy lenta.

Exagera además al identificarse, también a la manera del asesinado Gaitán, con “el pueblo”: “Nosotros, el pueblo colombiano…”, peroraba en el balcón de la Alcaldía. Y sin transición pasaba de ese “nosotros” demagógico a la megalomaníaca tercera persona con que suele referirse a sí mismo: “El alcalde se va a asentar en los barrios populares en el sur de la ciudad con la campaña de la movilización popular…”, “el alcalde va a convocar a una Asamblea Constituyente…” con los trabajadores y las trabajadoras, los indígenas y las indígenas, los recicladores y las recicladoras, los del hip hop y los artistas.

Una Asamblea Constituyente: la reclaman todos los temperamentos autoritarios, para refundar la patria a partir de ellos mismos. Petro, Álvaro Uribe, los jefes de las Farc, como en sus tiempos Laureano Gómez y el general Rojas Pinilla. Todos, desde sus divergentes posiciones ideológicas, están igualmente convencidos de que la van a manejar ellos. ¿Es que la quieren nombrar a dedo? La respuesta es que sí.

Entre tanto el presidente Santos teje y desteje su tela de Penélope, y hace sumas y restas electorales.

Tiene razón Gustavo Petro cuando dice que “quienes dirigen son incapaces”. Él, que ha dirigido a Bogotá rumbo al caos desde hace más de dos años, es el mejor ejemplo de que es así.

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