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La verdad verdadera

Como se ha dicho siempre a propósito de la guerra, su primera víctima es siempre la verdad. Y esta vez va a ser además víctima de la búsqueda de la paz.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
6 de septiembre de 2014

Se conformó por fin, tras mucho tire y afloje por las dos partes que discuten sobre la paz en La Habana, una Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas. Y habrá sin duda también mucho tire y afloje dentro de la propia comisión, pues es un batiburrillo de tendencias ideológicas, y, en consecuencia, de interpretaciones de la verdad histórica. Pero lo cierto es que, desde el momento mismo de la instalación de la comisión en una breve ceremonia en La Habana, se reanudó con vigor el tire y afloje.

Entró en danza, como era previsible, el gran inquisidor Alejandro Ordóñez bramando desde la Procuraduría: “La verdad no se negocia” (y por él menos que por nadie, pues la tiene revelada). Y descalificando de antemano el nuevo “credo” (obviamente, el término es de su cosecha) dictado por las Farc en que va a convertirse la historia oficial de Colombia. Aclaró el presidente Juan Manuel Santos (quien, como los que no son idiotas, cambia de verdad a menudo): esta “no es la misma comisión futura de la verdad”, la cual “debe ser independiente”. Y eso entra en contradicción (no es la primera vez, ni será la última) con lo dicho por el negociador de las Farc Iván Márquez: que la comisión es “para que construyamos la paz sobre el cimiento sólido de la verdad”. Ante lo cual terció de nuevo Santos: esta “no es la comisión de la verdad, sino uno de sus insumos”. Y, en efecto, si nos remitimos al Comunicado Conjunto de la Mesa de La Habana sobre el asunto, vemos que los propósitos buscados son mucho más modestos que lo que cree el suspicaz procurador Ordóñez: la comisión se crea “con el objetivo de contribuir a la comprensión de la complejidad del conflicto interno, y para proveer insumos para las delegaciones en la discusión de los diferentes puntos del Acuerdo General que están pendientes”.

En resumen: que como se ha dicho siempre a propósito de la guerra, su primera víctima es siempre la verdad.

Y esta vez va a ser además víctima de la búsqueda de la paz.

Porque salta a la vista que es imposible que en unos cuantos meses una comisión tan variopinta como la designada de común acuerdo, o desacuerdo, por el gobierno y las Farc llegue a conclusiones coherentes sobre lo que han sido cincuenta años de conflicto. O muchos más, si se buscan sus raíces profundas en la inequidad y en la lucha por la tierra, que se remontan a su vez a la Conquista de América, hace más de cinco siglos. La tarea es ardua, y probablemente ímproba. Recordemos que ya entonces, cuando empezó todo, las versiones de lo sucedido eran bastante contrapuestas. No solo en la “visión de los vencidos”, las naciones indias aplastadas, sino en la de los vencedores: cada cronista de Indias español se sentaba a escribir su propia “verdadera historia” para refutar la escrita por su jefe, por su rival, o por su vecino.

La comisión es, como dije ya, variopinta. Son doce historiadores, politólogos, sociólogos, que cubren todo el espectro de la ideología política; y en consecuencia, repito, todos los matices de interpretación de la historia. Van desde Jairo Estrada, profesor marxista de ciencia política en la Universidad Nacional, hasta Vicente Torrijos, profesor uribista de lógica estratégica en la Escuela Superior de Guerra. En la mitad hay de todo. Javier Giraldo, jesuita del Cinep odiado a muerte por el uribismo militar; Daniel Pecault, académico francés a quien las Farc consideran “un intelectual comprado por el establecimiento”; una sola mujer, María Emma Wills, investigadora del Centro de Memoria Histórica; un agrarista, un reformista, un escritor testimonial. La comisión es, en sí misma, un laboratorio de paz. Y en sus dos puntas, como relatores designados a quienes les corresponderá resumir y coordinar los informes disímiles de la docena de expertos, el exrector de la Universidad Nacional Víctor Manuel Moncayo y el actual embajador ante La Haya Eduardo Pizarro, víctima de un atentado de la ultraderecha paramilitar pero sospechoso para las Farc de haber sido “cooptado por la derecha”. Los dos relatores tendrán que hacer encajes de bolillos.

No creo mucho que surja la “verdad verdadera” si es que semejante cosa existe, de la encajería de ese cajón de sastre. Pero ojalá este se convierta en una caja de Pandora que, como la del mito griego, conserve en su fondo la esperanza.