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El pez león

Un mal uso de la lengua tiene malas consecuencias no solo sobre la lengua misma, sino sobre la comprensión de la realidad, que viene con la lengua.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
26 de diciembre de 2015

La famosa definición de la democracia que dio Lincoln –“el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”– traducida al idioma colombiano de hoy sería “al pueblo, al pueblo, al pueblo”. Pues sucede que, por alguna razón enigmática como esa Ley de Gresham de la economía que hace que la moneda mala expulse a la buena, en la Colombia actual la lengua mala expulsa a la buena. Y así la preposición a está expulsando a todas las demás, y sustituyéndolas por ella misma. De, por, para, como en la frase de Lincoln. Y también ante, bajo, hacia, hasta, según, sobre, tras…

Basta con hojear dos o tres periódicos y con oír en el taxi medio programa de entrevistas para encontrar la omnipresencia devoradora de la preposición a. Veamos:

A por de: “Apología ‘al’ sexo” –y no “‘del’ sexo”–, denuncia un procurador general. “Estigmatización ‘a’ la izquierda” –en vez de “‘de’ la izquierda”–, se queja un alcalde mayor. “En la antesala ‘al’ posconflicto”, perora un senador de la República. “Cómplice ‘al’ carrusel de la contratación”, señala una candidata a la Alcaldía. “Alegan el derecho ‘a’ las minorías”, censura una secretaria general de esa misma Alcaldía. “Reforma ‘al’ campo”, anuncia un ministro de Agricultura. “La absolución ‘al’ coronel”, exulta un general. “La toma ‘al’ Palacio de Justicia”, rememora una presentadora de noticias. “Nunca habíamos estado tan cerca ‘a’ la paz”, se felicita un presidente de la República.

A por por: “Su gusto ‘a’ la fiesta brava”, insiste la misma secretaria general del Distrito (¿al Distrito quizás?). “Mi admiración ‘a’ su obra literaria”, escribe un escritor. “Ojo ‘a’ ojo y diente ‘a’ diente”, sentencia un locutor deportivo. “Menores reclutados ‘a’ las Farc ‘a’ los primeros días de diciembre”, reitera un defensor del pueblo.

A por para: “Saquean el programa de alimentos ‘a’ los niños guajiros”: un columnista de prensa. “Estas discusiones servirán de insumos ‘a’ la mesa de La Habana”: la presentadora de un foro. “Cientos de millones en recursos ‘a’ reforestación”: un funcionario del ministerio.

Eso, en cuanto a las tres preposiciones del discurso de Lincoln. Pero lo mismo pasa con todas las demás. A nadie le llama la atención el a por hacia que han impuesto los profesores de economía: “‘a’ futuro”. Ni tampoco el afrancesado (o “de Cataluña”, como me aclaró un novelista cuando le reproché la frase “‘al’ momento de su muerte”) o tal vez anglicado a por en. “Rock ‘al’ parque”, por ejemplo, en vez de “‘en’ el parque”; o el invasivo “‘al’ momento de” en lugar de “‘en’ el momento”. Pero a mí me sorprendió un “se depositan ‘a’ una licuadora” leído en una receta de cocina, y me asombró encontrar lo mismo en el artículo de un historiador: “La confusión de muchedumbres ‘a’ fuga”. También hay a por contra: “La lucha ‘al’ narcotráfico”, le oí a un portavoz de la guerrilla. Y a otro historiador le leí un rarísimo a por sobre: “Don Pedro reinó ‘a’ Portugal”. Y a un tercero un inimaginable a por so: “Crimen prohibido ‘a’ pena de muerte”. ¿Qué le espera a la pobre so, que ya no tenía uso más que en esa frase? El embate de la a parece incontenible, como el de esas plagas apocalípticas surgidas de la hibridación irresponsable, como la de las abejas africanizadas asesinas del Brasil, o del trasplante imprudente, como la del pez león traído del océano Índico que se traga los corales del Caribe. Solo resiste la preposición cabe: prácticamente extinta, porque ya nadie la usa ni sabe para qué sirve, pero refugiada en la cautividad del diccionario de la Academia, como un rinoceronte blanco de Java en un parque zoológico.

Aunque también existe el caso inverso: el de una preposición que, desesperada, se arroja a la yugular de la a como una rata acorralada. Citaré dos ejemplos tomados de sendos magistrados: una expulsión de a por de (“traidores ‘de’ la patria”) y otra de a por para (“me apresuro ‘para’ añadir”). Y tenemos el fenómeno del hasta colombiano, único en el vasto ámbito de la lengua española, que salta por sobre la cabeza de a para ponerse a significar desde: “‘Hasta’ enero abrimos las matrículas” dice un rector universitario.

Yo no soy un gramático de oficio, ni un académico, ni un corrector de estilo. No sé a ciencia cierta –aunque sí por instinto, de oído– ni cuándo ni por qué una preposición, o una interjección, o un adverbio, están bien o mal usados, ni para qué sirve el pretérito pluscuamperfecto, ni qué es exactamente un diptongo (fuera de que es tal vez la palabra más fea que tiene el español). Pero sé muy bien que la lengua es del pueblo: la crea la gente que la habla, y la afianza el uso de quienes la usan. Pero creo también que hay usos antinaturales, perversos, que corrompen la lengua, que le son repugnantes al genio de la lengua y en vez de enriquecerla la empobrecen, porque no son indicios de audacia creadora, sino de apocamiento. Así es este mal uso de las preposiciones que está imponiéndose en Colombia por obra de los hablantes profesionales: periodistas, parlamentarios, publicitarios, profesores, políticos, predicadores, procuradores, presentadores de noticias. Un mal uso de la lengua venido del miedo a usarla mal. Y que tiene malas consecuencias no solo sobre la lengua misma, cada día más pobre y tosca, sino sobre la comprensión de la realidad, que viene con la lengua. Así, las preposiciones sirven para establecer relaciones: entre las palabras, entre las personas, entre el yo y el mundo. Entender mal las preposiciones y confundir unas con otras, como estamos haciendo hoy en Colombia, equivale a no entender bien la realidad.

Un ejemplo práctico. Lo tomo de un anuncio publicitario de una compañía aérea, que ofrece vuelos a mitad de precio entre Bogotá y Barranquilla. Los describe así: “De Bogotá ‘hacia’ Barranquilla”. ¿Quiere decir eso que, siguiendo el trayecto ofrecido, el avión se estrellará a la mitad del camino?

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