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Santos quiere repetir

Mientras llega ese plan USA, que no vendrá, hay que decir que el Plan Colombia ha sido un fracaso en toda la línea.

Antonio Caballero, Revista Semana, Antonio Caballero
6 de febrero de 2016

Viajó esta semana a Washington el presidente Santos a celebrar los 15 años del Plan Colombia y a pedir que se repita. No ya para el conflicto armado, sino para el posconflicto; pero otra vez, eso sí, para la lucha contra la droga –que como el gringo de que hablaba el asesinado Jaime Garzón sigue ahí. La celebración, un poco traída de los cabellos –pues el plan no cumple 15 años exactos, sino 16 y medio–, no salió tan lucida como estaba previsto porque se excusaron de asistir por la parte norteamericana los expresidentes Clinton, que aprobó el plan, y Bush, que lo aplicó; y por la colombiana el expresidente Uribe, que fue su principal beneficiario al usarlo para su Seguridad Democrática. No sé, cuando esto escribo, si aparece en la foto el expresidente Pastrana, que fue el que tuvo la idea, pero ahora anda irritado de que se haga la paz con las guerrillas en vez de castigarlas.

Con motivo del aniversario Julio Sánchez Cristo acaba de publicar un libro de entrevistas con los implicados: los presidentes y expresidentes, los generales de aquí y de allá, y algunos observadores. Me tomo la libertad de citar dos frases que resumen lo que dije en la entrevista cuando me llegó el turno. Sobre si el plan era necesario entonces: “Se dijo que era exclusivamente para combatir el narcotráfico; y, explícita y enfáticamente, que no era para frenar a las guerrillas. Dos mentiras. Resultó muy eficaz contra las guerrillas, y completamente inocuo frente al narcotráfico”. Y sobre si, gracias al plan, Colombia dejó de ser un Estado fallido: “‘Estados fallidos’ es la expresión eufemística que usan los gobiernos norteamericanos para referirse a los Estados que ellos se proponen invadir. Colombia nunca lo ha sido, ni siquiera cuando en plena guerra civil de los Mil Días el presidente Teodoro Roosevelt usó el concepto, aunque no la frase, para justificar su toma de Panamá. Quince años después de la condena anunciada por el general McCaffrey Colombia se ha acercado, ahora sí peligrosamente, a ser un Estado fallido como consecuencia de la corrupción generalizada (de la política, de la economía, de la justicia), causada a su vez por el omnipresente poderío criminal del narcotráfico financiado por la prohibición y el consumo norteamericanos de drogas ilícitas. Pero Colombia no será invadida: los Estados Unidos necesitan un eficiente abastecedor de drogas prohibidas”.

Debo decir que esa opinión mía va en contravía de la de casi todos los otros 25 entrevistados. Ellos, casi unánimes, aplauden el Plan Colombia como una “historia de éxito” (success story): “Un éxito rotundo”, lo llama el expresidente Pastrana; “el plan de cooperación internacional más exitoso que pueda mostrar Estados Unidos en los últimos tiempos”, lo califica el presidente Santos; y el prologuista del libro, el presidente del BID y exembajador de Pastrana en Washington, Luis Alberto Moreno, no vacila en compararlo con la que Winston Churchill llamó the finest hour, “la mejor hora” de la historia de Inglaterra: cuando se enfrentó, sola, a la embestida del Tercer Reich. El autor de las entrevistas, Sánchez Cristo, es casi el único que le pone algún pero al plan. Muestra su extrañeza por la inexistencia de capos de la droga de nacionalidad norteamericana, habiéndolos de todas las demás, y se pregunta quiénes son los fantasmas invisibles que reciben allá las avionetas, las mulas y los submarinos que llegan cargados de droga desde acá. Y concluye, con razón, que hace falta “un Plan USA, un Plan Estados Unidos” que sirva “para desenmascarar a los socios de allá”.

Habría sorpresas.

Mientras llega ese Plan USA, que no vendrá, hay que decir que el Plan Colombia ha sido un fracaso en toda la línea. En su aspecto contraguerrillero no tuvo, es cierto, las catastróficas consecuencias de vietnamización del conflicto colombiano que muchos temíamos; y al triplicar el pie de fuerza de la Policía y el Ejército y darles helicópteros y bombas inteligentes les devolvió su capacidad de enfrentar a las Farc y al ELN y darles los duros golpes que los tienen renunciando a la ilusión revolucionaria a cambio de modestas reformas. Pero eso se logró al costo de la agravación de la guerra y la degradación de su métodos, macabramente reflejados en la proliferación de los falsos positivos (más de 3.000). Y en su aspecto antidroga el plan ha sido peor que inocuo: contraproducente. La producción y exportación de las sustancias prohibidas se ha mantenido intacta en cantidad y ha mejorado en calidad, aumentando las ganancias para los traficantes locales y los “socios de allá” de que habla Sánchez Cristo, incluidos los grandes bancos lavadores. La destrucción de los cultivos solo los ha hecho trasladarse, llevando a la fumigación de 4 millones de hectáreas en 16 años y medio y arrojando a los campesinos cocaleros en brazos de las guerrillas que los defienden y a las que pagan protección. Se han multiplicado los minicarteles herederos del de Medellín destruido por Gaviria y del de Cali desmantelado por Samper y han financiado por igual a las guerrillas y a los paramilitares. Y ha crecido la marea de la corrupción: de la justicia, del Ejército, de la Policía, de la política…

De ese caldo, Santos quiere que le den otra taza.

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