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Ahogado con sombrero

Los elenos son curas guerrilleros de una ‘yihad’ revolucionaria marxista leninista. La suya no es una guerrilla práctica y realista, como las Farc, sino una guerrilla fanática.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
28 de mayo de 2016

Cuando escribo esto –jueves por la noche– el gobierno acaba de confirmar que la desaparecida periodista de El Tiempo Salud Hernández, y los dos periodistas de RCN Diego D’Pablos y Carlos Melo, que habían ido a cubrir la noticia de su desaparición en el Catatumbo, están en manos del Ejército de Liberación Nacional, ELN.

Sin dar detalles. No se sabe todavía si se trata de un secuestro o simplemente de la clandestinidad de un reportaje periodístico. En todo caso, la salida no va a ser fácil, pues en la región hay ahora fuerzas del Ejército y de la Policía con sus correspondientes generales. La organización guerrillera, por su parte, a través de sus medios electrónicos se ha limitado a decir que no sabe nada: que está esperando las habituales noticias semanales de sus frentes, los cuales las mandan por un propio, y en mula. Lo cual toma tiempo.

Porque para los jefes del ELN un secuestro es noticia habitual y semanal. Se calcula que en sus 50 años de existencia han cometido unos 10.000: de a 200 por año, de a cuatro por semana. Pura rutina. No les parece que el secuestro político o extorsivo sea el más repugnante crimen que pueda perpetrar una guerrilla que dice (también rutinariamente) “servir al pueblo”, y el más contradictorio con el ideal de “liberación” que lleva inscrito en su nombre. Les parece que el secuestro es su derecho natural. “Es que los bancos no nos prestan plata” para financiar la revolución, bromea cínicamente no sé cuál de sus negociadores, si el risueño Pablo Beltrán o el ceñudo Antonio García, para explicar por qué cobran rescates por carne humana. Y desde las montañas su jefe nominal, Gabino, insiste en que ellos no se han comprometido a dejar el secuestro, que eso ni se ha discutido ni está en la agenda acordada, y que quien abusa es el gobierno al pretender imponer condiciones previas.

Sean las que sean sus justificaciones, y sea un secuestro o no el de Salud Hernández, el caso es que el mensaje implícito que mandan los del ELN es que no están hablando de paz en serio. Hasta las Farc, que de manera tan cruel usaron y abusaron del secuestro, y no hace mucho todavía se burlaban de sus víctimas con el infame “quizás, quizás, quizás” canturreado por Jesús Santrich, entendieron que no se puede negociar el final de una guerra si no se abandonan sus métodos más horrendos y más envilecedores, tanto para quienes los sufren como para quienes los practican. Pero es que las Farc sí están dejando la guerra en serio: resignadas a no poder ganarla y transándose por rescatar al menos el sombrero del ahogado. El ELN no la está dejando, aunque sepa tan bien como las Farc que no la va a ganar nunca: prefiere ahogarse con el sombrero puesto.

Ese sombrero es su convicción de que la guerra es buena en sí misma, independientemente de sus resultados: es la “forma superior de lucha” del verdadero revolucionario, aquella en que, como decía el Che Guevara, “se triunfa o se muere”, sin aguas intermedias. Y morir es ya un triunfo, como sucede en las guerras santas, cuya visión martirológica comparten los elenos: no en balde ha habido tantos curas y monjas en sus filas, y tantos mártires, empezando por el cura Camilo Torres. Los elenos son curas guerrilleros de una ‘yihad’ revolucionaria marxista leninista. La suya no es una guerrilla práctica y realista, como la de las Farc, sino una guerrilla fanática. Para ellos la paz es la derrota, o algo peor aún: la traición a sus ideales y a sus muertos. Muchos de los cuales son de su propia cosecha: ejecutados por la guerrilla misma –Jaime Arenas, Ricardo Lara Parada– precisamente por traición: por haber abandonado la lucha armada.

Otro cura, el jesuita Francisco de Roux, le escribe a Pablo Beltrán una carta de angustia: “La guerra no cambió nada e hizo todo peor”. No creo que lo convenza.

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