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APOLOGIA ARDIENTE DEL CORRONCHO

Alto ahí, lenguas viperinas! No hay nada más diferente que un lobo y un corroncho

Semana
22 de julio de 1985

La germanía se ha convertido en los últimos tiempos, en un lenguaje cifrado que los rufianes utilizan para entenderse entre ellos como si fuera una clave, impidiendo que los extraños --y especialmente las autoridades-- puedan enterarse de sus conversaciones.
Pero, antiguamente, formaba parte de la germanía todo dialecto que sirviera de medio de comunicación verbal entre los integrantes de una sociedad, de un grupo, de una tribu. Germanía era el lenguaje "calo" de los gitanos o el "lunfardo" de Buenos Aires. O cualquier palabra que se iba formando con retazos de otras, con pedazos de ideas, con asociaciones gráficas. El ejemplo perfecto viene a ser, en nuestra época, el voquible colombiano "sanahorio", con el cual se designa a la gente casta y buena, a la gente sana, y que no tiene nada que ver con el alimento preferido de los conejos y de las madres cansonas para torturar a sus hijos.
Hay, sin embargo, un vocabulario más remoto y misterioso que la germanía, más recóndito. Es el nacimiento de las palabras que nadie se explica. De origen desconocido, como los atentados terroristas y los hijos naturales, pero que el pueblo usa con la mayor espontaneidad del mundo. No hay investigador, académico, sociólogo ni linguista que sea capaz de rebuscar en el río turbulento de la cultura popular la cuna de esas palabras.
Una de ellas es "corroncho" estandarte inmarcesible del idioma costeño, definición consagrada en el país entero, vocablo que empezó a caminar en los tenderetes del norte del país y que ahora entra en los salones perfumados, en los campos de Boyacá en las calles antioqueñas, en los heliotropos de Bogotá, en los bailaderos de salsa de Cali.
¿De dónde viene la palabra corroncho? Desafío al gallo más pintado a que trate de averiguarlo. Se la pongo de tarea a Argos y al séquito interminable de imitadores que le ha salido en todos los periódicos colombianos. El inolvidable Mario Alario Di Filippo, momposino él, magistrado de todas las cortes, filólogo de la vida popular, escribió en su estupendo "Lexicon de colombianismos" que el corroncho es un árbol típico de las regiones ardientes de la Costa Atlántica. El padre Tobón agrega que es también el nombre de un pez. Alfredo de la Espriella recuerda que las buenas familias de las ciudades costeñas llamaban así al campesino zafio, burdo, patan.
Pero nada de ello es suficiente para describir este término que adquirió vida propia gracias al soplo mágico de lo que vuela de boca en boca, del rumor, de "radio bemba", como dicen los antillanos. Yo voy a cometer ahora el atrevimiento de contribuir en la busqueda de la verdad con unos ejemplos que no definen nada pera que ayudan.
Alguien escribió alguna vez en un periódico capitalino que el corroncho es la versión calurosa del "lobo" bogotano. ¡Alto ahí, lenguas viperinas! No hay nada más diferente que un lobo y un corroncho. El lobo es un desperdicio, un producto de la subcultura, un residuo. Lobo es el que, tratando de imitar a los señores que tienen un Botero en su casa, compra una litografía de cualquier "madonna" italiana y le pone marco café con verde. Corroncho es el inspector de policía del Retiro de los Indios, cerca de Montería, que no sabe que existen ni Botero ni las virgenes del Renacimiento. Y que recorta de un almanaque de la farmacia "La Mano de Dios" una imagen del rico que vendió al contado y el arruinado que vendió a crédito y la pega con cuatro puntos de almidón en la pared de boñiga de su rancho.
Lobo es el que compra una maleta "Samsonite" de color rosado en Nueva York para ir a impresionar a sus primas de Fusagasugá. Corroncho es el hombre inocentón que sale de Cereté a visitar a la parienta que vive en Bogotá, y al llegar al aeropuerto se acerca a un policía y le pregunta, con la misma naturalidad que si estuviera en la estación de buses de Chinú:
--Dime una cosa: ¿tú sabes donde es que vive por aquí Carmita, la hija de mi comadre Dioselina?
El lobo es un imitador de baja índole, arribista, que brota de la hojarasca social, de la resaca cultural. El lobo, como las latas de cerveza, es un simple reciclaje maltratado por el uso. El corroncho, en cambio, es puro como el agua de una acequia, como el cagajón de un burro, como el matarratón que florea en verano. Lobo es el que cree que los zapatos más bonitos del mundo son esos de dos colores que hacen en Venezuela.
Corroncho es el que sabe --¡maldita sea-- que no hay cascos "Florsheim" que puedan compararse con las abarcas de tres puntadas que hacen en las sabanas de Bolivar.
Lobo es el esmeraldero que tiene un caballito de plomo sobre la tapa del motor de su jeep y que el día en que su hijo se fractura la mano arma un escándalo en la clínica porque insiste en que al chico no lo curen con yeso sino con mármol. Corroncho es aquel labriego de "Mateo Gómez" que llevaron picado de culebra al hospital de Lorica y que al tercer día, aburrido del suero glucosado con que lo estaban alimentando, llamó al medico le mostró el frasco con la aguja y le dijo sin sombra de malicia:
--Dócto: ¿no sería posible que a ese caldo me le revolvieran un pedacito de bollo?
Corroncho, y de los mejores que he visto en mi vida, fue aquel alcalde de La Doctrina al que el Concejo del pueblo le encargó pronunciar la oración fúnebre ante la tumba del maestro de la escuela, al que todos amaban. En medio del silencio y el recogimiento, el alcalde, que se había tomado media de "gordolobo" en el velorio, sacó pecho, se secó los mocos, y dijo:
--Señoras y señores, hoy va a saber la tierra lo que pesa un hombre...
Y se sentó a llorar.--