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El diablo no tuvo la culpa

¿Por qué el ‘Desalmado’, autor de la masacre de los niños de Caquetá, dice haber sido poseído por un poder sobrenatural?

Armando Neira, Armando Neira
31 de marzo de 2015

Cristofer Chávez Cuéllar, alias el ‘Desalmado’, es uno de los protagonistas de la información de esta Semana Santa. El domingo, se fugó de la cárcel Las Heliconias, de Florencia, a donde había sido enviado tras confesar la matanza de cuatro niños en Caquetá. Fue recapturado y, en las últimas horas, enviado a Cómbita, cárcel de máxima seguridad en Boyacá.

Antes de ser trasladado se sentó ante las cámaras y habló de ese episodio que hizo llorar al país: “Quiero decir que en el momento de cometer la masacre fue un poder sobrenatural que me poseyó y me llevó a hacerlo”, dijo. Luego agregó con cinismo: "Pido perdón".

Su declaración es la de un mentiroso, que miente sin pudor como se le vio en televisión. Ese hecho fue obra suya y no del diablo. Basta recordar su propia confesión, que abarca desde el mismo día que Luzmila Artunduaga lo contrató por ser uno de los más despiadados sicarios de la región.

“El 3 de febrero a las 8:30 de la noche recibo una llamada de Jáiner, donde me dice que suba a su casa porque me tiene un trabajito. Cuando llego me presenta al muchacho Édison, el cual me manifiesta que una viejita de nombre Luzmila paga 500.000 pesos para que amedrente y desplace a Jairo Vanegas y su familia”. ¿Amenazar y desplazar son actos sobrenaturales?

“Al otro día Jáiner me pasa el revólver Smith &Wesson calibre 32 con 14 tiros para que con ese fierro fuera a cometer el hecho. También me dijo que si no los notaba asustados o no querían irse, que los matara para que no hubiera excusa de pagarnos”. ¿Era o no consciente de que iba a asesinar a unas criaturas indefensas?

Morir en el cambuche

“Antes de llegar al sitio, Chencho (Énderson Ordóñez o el ‘Enano’) y yo ya habíamos sacado los revólveres de la moto. Cuando llegamos al cambuche la parqueamos a orillas de la carretera, subimos unas gradas y saludamos. Un muchacho (Samuel Vanegas, el mayor de los niños asesinados) nos contestó desde adentro y salió alumbrando con una linterna. Yo me le arrimo y le pregunto por Jairo Vanegas, él me dice que ni la mamá ni el papá están y que se pueden encontrar siete kilómetros más abajo en la casa de una tía. En ese momento Samuel, asustado, salió corriendo hacia el fondo de la casa donde estaba su hermano de 16 años, mientras Chencho, siguiéndolo, le gritaba que no corriera”. En ese momento, según su propia confesión, los niños presentían que algo terrible les iba a pasar.

“Yo les digo que uno de los dos tiene que acompañarnos hasta la otra casa porque tengo un mensaje para los padres. El menor, de 16 años, le dice a Samuel que vaya él, pero nos repite que por favor volvamos a traerlo. El muchacho se sienta en la moto en medio de nosotros y cuando llegamos al otro rancho grita el nombre de su padre. Su hermana (Juliana, de 14 años) sale y le dice que los papás no están, que se fueron a Florencia porque Jairo estaba enfermo. Chencho, con el arma en la mano, entró y registró la casa”, añadió con pasmosa frialdad.

“Chencho se puso a acariciar un ternero que los niños le dijeron que era muy mansito y después de un rato, susurrándome, me dijo que estaba haciendo mucho frío y que como los viejos no estaban, entonces matáramos a todos los muchachos para poder cobrarle la plata a la viejita Luzmila. Él los hizo entrar y les dijo que se acostaran bocabajo, cuando se acostaron en la cama les dijo que ahí no, que en el suelo bocabajo y en la pieza del fondo, acomodándose uno cerca del otro”. Cuando alias el ‘Desalmado’ relataba lo hecho por él algunos investigadores lloraron. Él en cambio se ufanaba como si rememora una hazaña.

Un tiro a cada uno

“Ahí los maté, empezando por el mayor porque él estaba en la orilla, pegándoles yo de a un tiro a cada uno así como estaban acomodados en el suelo. Primero el de 17, luego el de 12, después la de 10 y de último el de 4. La niña de 14 años estaba con Chencho en una piecita al lado de la señora discapacitada y yo me fui para allá, pensando que los otros cuatro ya estaban muertos. En ese momento me doy cuenta de que el niño de 12 años (Pablo Vanegas) estaba saltando por la ventana, sin poder yo alcanzarlo para cogerlo. Igual no me preocupé porque creí que no le quedaban muchos minutos de vida”. Por su experiencia en el mundo criminal, alias el ‘Desalmado’ imaginaba que el niño moriría desangrado en la montaña. Milagrosamente vivió para contarlo.

“Con Chencho trajimos a la niña de 14 años, ella intentó desnudarse y me dijo que hiciera con ella lo que quisiera, pero que no la matara”. El ese momento no estaba para placeres efímeros sino para matar y rematar. La obligaron a acostarse encima de los cuerpos de los otros niños que yacían en el suelo. “Finalmente se acostó encima de los otros niños y al hacerlo le movió la capucha de la chaqueta al más chiquito y le tapó la cara. Chencho me dijo: ‘Mátala’, mientras empacaba el computador que tenían. Luego de hacerlo vi que el niño de 17 años estaba todavía respirando y ahí le pegué otro tiro y salí de la casa. Chencho salió con el bolso terciado en la espalda y adentro llevaba el computador. Cogió un tizón y escribió en el suelo la palabra FAC. Yo creo que quiso escribir FARC, pero como casi no tiene estudio, no sabe escribir bien. Luego envolvimos los revólveres en unas medias, los guardamos en el baúl y nos fuimos a toda velocidad”.

Horas después, alias el ‘Desalmado’ siguió su rutina como si nada. “Al día siguiente de matar a los niños Vanegas, el 5 de febrero, a las 8:30 de la mañana fui con mi mujer a una cafetería en el barrio el Raicero. Como a las 9 llegó Jáiner. Yo le devuelvo el revólver calibre 38 que no usamos. Él lo guardó en el canguro. Cuando le iba a devolver la 32 con la que maté a los niños, él me dijo que me quedara con ella y la vendiera en 600.000 pesos o la empeñara. Yo no la vendí y se la di a Chencho. Cuando estábamos ahí llegó un muchacho de unos 20 años que, según me dijo Jáiner, era hermano de Édison y me entregó los 500.000 pesos. Por la tarde Jáiner me llamó otra vez y me dijo que en el periódico estaba la placa de la moto y que tenía que desaparecerla. Yo busco a Chencho y desguazamos y enterramos las partes de la moto en el patio de mi casa. Después de eso todos quedamos tranquilos”.

La frialdad del asesino

Este es el relato de un asesino nato. De un hombre que planeó una acción sangrienta y dolorosa. Él y sus cómplices. Nada de algo del más allá. ¿Por qué lo hace? Los expertos en derecho advierten que podría ser una fría y calculada estrategia para argumentar una inimputabilidad, aquella figura legal que exime de responsabilidad penal a quien haya cometido un hecho delictivo sin estar consciente de sus actos. Lo mismo ocurre con Jonathan Vega, quien lanzó ácido en el rostro de Natalia Ponce como quedó registrado en las cámaras de seguridad. Sus abogados han planteado la tesis de que él no tenía conciencia en el momento de ejecutar la acción.

Vega fue y compró los ácidos, planeó el ataque y lo concluyó. Después, también, pidió perdón. Lo mismo ocurre con el 'Desalmado’, quien, según las evidencias y su propio testimonio, mató, uno a uno, a los niños. Ahora, como si nada, recurre al pretexto de una fuerza sobrenatural. Es una argucia jurídica que llena de más vergüenza esta triste historia. Y ambos casos deben de ser motivos de reflexión en estos tiempos en que se discuten cuáles son los alcances de la reconciliación y el perdón.

El perdón no es un rosario de palabras huecas. Como el de estos dos casos y el de muchos actores del conflicto que creen que pronunciando esta breve palabra ante las cámaras exculpan sus pecados. El perdón, además, debe nacer en el corazón de las víctimas y no en la puesta en escena de los victimarios. 


Foto: Captura Noticias RCN


Captura: Caracol Noticias

* Director de Semana.com
Twitter: @armandoneira

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