Home

Opinión

Artículo

ANÁLISIS

Guerra virtual, guerra real

Colombia escenifica una intensa batalla en Twitter y olvida una guerra con víctimas de verdad.

Armando Neira, Armando Neira
10 de febrero de 2015

Colombia es escenario este martes de dos guerras distintas. En el ciberespacio las fuerzas chocan sin tregua a través de sus cuentas de Twitter. Aliados y simpatizantes retuitean cada ‘tuiterazo’ de una causa para golpear a la otra en un estado de frenesí que pareciera que van a explotar la red. Nadie sale ileso en esta confrontación. Incluso los que lo hacen para llamar a la calma, salen tocados en mayor o menor grado. A pesar de lo fratricida, Antanas Mockus le ve un aspecto positivo: “Si las guerras son por Twitter y no causan muertos… ¡Háganme la guerra!”

Entretanto, distante a los centros urbanos se libra la otra guerra con víctimas de carne y hueso. Su sufrimiento es silencioso, oculto entre tanto ruido. Como el que debe estar padeciendo hoy Fredy Palacios Ramírez, alcalde del municipio de Alto Baudó (Chocó), quien va a cumplir dos meses secuestrado por el ELN, una guerrilla que en los discursos habla de paz, pero con los fusiles dice otra cosa. A este funcionario, por ejemplo, lo plagiaron cuando estaba acompañado de varios adultos y cinco niños. Estos pequeños carentes de internet no olvidarán jamás que la violencia tangible no puede ser descrita en toda su dimensión en 140 caracteres.

Tras dejar a sus acompañantes en libertad, la guerrilla se internó en la profundidad de la selva. Nada se volvió a saber de su suerte hasta ahora cuando, en un escueto comunicado, anuncia que lo está sometiendo a un juicio por corrupción. (Ver artículo)

Así pues, la guerrilla se arroga el papel de Procuraduría, Fiscalía y Contraloría, porque sí. Y porque al fin y al cabo en esta tierra del olvido no hay otra ley que la de los alzados en armas. ¿A quién puede interesarle un pueblo al que para llegar hay que “combinar varios sistemas de transporte por rutas difíciles, costosas y de alto riesgo”?, como informa la Alcaldía. Hay que ir a Quibdó, luego a Istmina, de allí a Puerto Meluk y desde este punto coger un bote o una canoa y persignarse para que el río Baudó esté navegable: si el caudal baja, no hay nada que hacer.

Un pueblo que, según el ELN, el alcalde se robó. Ladrón o no, pero ¿de qué? Allí muchos cuentan asombrados que además de su espléndido paisaje, de su variedad de flora, de esas tonalidades de verde estremecedor, no hay nada más. Se estima que el desempleo supera el 50 % y basta imaginar la miseria con un dato demoledor en, para colmo, uno de los departamentos más pobres del país: el municipio ocupa el lamentable primer puesto en cuanto al mayor índice de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI). Esto es sencillamente que el diagnóstico en vivienda, servicios sanitarios, educación básica e ingreso mínimo da ganas de llorar. La gente que tiene trabajo siembra plátano, maíz, cacao, arroz o pesca. Los niños andan descalzos y cuando juegan, patean pelotas de trapo.

Sus habitantes, que forman parte también de los sectores más abandonados del país –73 % de origen negro y 27 % indígenas–, han sido testigos de una presencia avasalladora en toda la región. Una plaga de deforestadores que tiene en este momento en riesgo inminente el 12 % de la flora regional. El eco del sonido de los árboles que caen es monótono, permanente.

Pobreza, olvido, violencia son las situaciones diarias que se viven en ese otro país que poco se menciona en Twitter. Y en el que los violentos se endilgan el derecho a imponer sus leyes. Con un crimen atroz –el secuestro– fungen de justicieros y dicen hacerlo porque están en la construcción del hombre nuevo. Es esa otra guerra que hoy también se libra en el país ante la indiferencia de las mayorías. Jorge Humberto Botero, presidente de Fasecolda y miembro del Consejo Gremial, lo dijo en una entrevista reciente con El Tiempo: “El conflicto es una realidad virtual para la mayoría de la población. De las 13 principales ciudades, el 90 % de la población vive el conflicto como una realidad noticiosa, no lo vive como algo que afecte directamente sus vidas”. Hoy en las urbes, millones se toman la cabeza por lo que pasa en el ciberespacio. Mientras Fredy Palacios Ramírez soporta en la soledad de su cautiverio la guerra que se libra en ríos, montañas y selvas.