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¿Somos los más felices del planeta?

No es por aguar la fiesta, pero ¿vale la pena sacar pecho por este título?

Armando Neira, Armando Neira
24 de marzo de 2015

Una de las noticias de este martes en Colombia es el júbilo, expresado principalmente en varios medios de comunicación, por el subcampeonato mundial como los más felices del planeta. Se trata de una encuesta global de una firma tan seria como Gallup, que se atrevió a medir este concepto a propósito del Día Internacional de la Felicidad.

Según el comunicado oficial de Gallup, durante el 2014 se preguntó a adultos de 143 países sobre cinco experiencias positivas en el día. De acuerdo con las respuestas surgió el listado, que encabeza Paraguay, porque es allí donde hubo los porcentajes más altos de, en las horas previas, haber experimentado diversión, sonreír, reír mucho, sentirse descansados y haberse sentidos tratados con respeto.

Dice la encuesta que los diez países donde se experimentan estas emociones positivas de forma diaria están en América Latina. Tras el campeón de la felicidad, Paraguay, y el subcampeón, Colombia, siguen Ecuador, Guatemala, Honduras, Panamá, Venezuela, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua.

¿Los colombianos, en particular, y los latinoamericanos, en general, somos realmente las personas más felices de la humanidad? Un peruano, el escritor Mario Vargas Llosa, escribió hace unos días una profunda reflexión sobre la felicidad tras la divulgación de un sondeo distinto que le dio el título a Dinamarca: “Leí en alguna parte (dice el premio nobel) que una encuesta hecha en el mundo entero había determinado que Dinamarca era el país más feliz de la Tierra y me disponía a escribir esta columna, prestándome el título de un libro de cuentos de mi amigo Alfredo Bryce que venía como anillo al dedo a lo que quería —burlarme de aquella encuesta—, cuando ocurrió en Copenhague el doble atentado yihadista que ha costado la vida a dos daneses —un cineasta y el guardián judío de una sinagoga— y malherido a tres agentes”.

“¿Qué mejor demostración de que no hay, ni ha habido, ni habrá nunca ‘países felices’?" –agrega- “La felicidad no es colectiva sino individual y privada —lo que hace feliz a una persona puede hacer infelices a muchas otras y viceversa— y la historia reciente está plagada de ejemplos que demuestran que todos los intentos de crear sociedades felices —trayendo el paraíso a la Tierra— han creado verdaderos infiernos. Los gobiernos deben fijarse como objetivo garantizar la libertad y la justicia, la educación y la salud, crear igualdad de oportunidades, movilidad social, reducir al mínimo la corrupción, pero no inmiscuirse en temas como la felicidad, la vocación, el amor, la salvación o las creencias, que pertenecen al dominio de lo privado y en los que se manifiesta la dichosa diversidad humana. Esta debe ser respetada, pues todo intento de regimentarla ha sido siempre fuente de infortunio y frustración”.

En el texto, Vargas Llosa anota, así mismo, que la felicidad o la infelicidad de los daneses está fuera del alcance de las mediciones superficiales y genéricas de las estadísticas. Para él, habría que escarbar en cada uno de los hogares de ese bello país y, probablemente, lo que resultaría de esa exploración impertinente de la intimidad danesa es que las dosis de dicha, satisfacción, frustración o desesperación en esa sociedad son tan varias, y de matices tan diversos, que toda generalización al respecto resulta arbitraria y falaz.

Y a propósito de una encuesta similar, el -también latinoamericano- ecuatoriano Rafael Correa en una Reunión del Comité Especial de la Cepal sobre Población y Desarrollo, abordó el tema de la felicidad. El mandatario hablaba cosas muy serias. Como por ejemplo, que “el imperativo moral de nuestro tiempo es erradicar la pobreza, que ya no es fruto de ausencia de recursos, sino de sistemas perversos”.

En su discurso pareció salirse de un asunto tan trascendental, no obstante, ahí iba a lo que quería anotar. “Pero, preciso, también es indeseable, como nos demuestran las nuevas investigaciones sobre felicidad, donde quedan en muy buenos puestos los países latinoamericanos y no hay una relación continua entre mayor ingreso por habitante y mayor grado de felicidad. Pero aquí otra alerta, en sociedades tan desiguales como las nuestras, y con significativos niveles de pobreza absoluta, sentirnos felices puede ser lo más cercano a la inconsciencia, y aunque algunos puedan considerar esto como una virtud, yo prefiero recordar a ese filósofo moralista inglés, John Stuart Mill cuando decía ‘prefiero ser un Sócrates triste, a un idiota contento’”.

Así pues, en medio de esta vorágine informativa, vale la pena preguntarse ¿en serio, somos los más felices del planeta? ¿a estas alturas del paseo y con los problemas que tenemos encima, es sensato sacar pecho por este título?

* Director de Semana.com
Twitter: @armandoneira

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