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Así fue la historia

Les cuento que el cine de época no es mi debilidad, hay demasiada ropa involucrada, mucho carruaje sobre empedrados y unos textos excesivamente manieristas para películas maravillosas que requieren un don muy particular para la tristeza o para la estupidez...

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17 de diciembre de 2011

El pasado 18 de octubre, la agencia Mediática (de Relaciones y Comunicación), que tiene como cliente especial al canal de cable TCM entre otros 17, envió un correo que decía, más o menos, que requerían del criterio de la prensa para conformar una lista de "50 películas que debes ver antes de morir"; invitaron a participar a cerca de 500 periodistas más en América Latina, quienes además debíamos responder a la pregunta ¿Qué escena de película te gustaría que fuera parte de tu vida y por qué?

No sé ustedes, pero yo debo confesar que me vi tentado a involucrar en mi respuesta el frenesí erótico que se apodera del compañero de Madonna en El cuerpo del delito... pero el final de la escena no me habría favorecido y además mis ocasionales dolores de espalda tampoco me habrían permitido la comodidad que parecía vivir Willem Dafoe en el gimnástico ajetreo de una mujer que –ciertamente– ha convertido el sexo en un verbo que conjuga en todas las personas. Lo pensé mejor y se me antojó que la visión de Michael Douglas en la sala de interrogatorios de Bajos instintos podría haber sido interesante... pero la descarté por efímera. Una escena cinematográfica para la vida de uno... no sé, debe durar por lo menos tres minutos, ¿no les parece?

Dejé entonces de lado la obviedad de lo sensual y pensé en la aventura... Bond no habría estado mal, pero yo prefiero el martini revuelto, no agitado, y la Walter PPK es un arma que siempre me ha parecido un poco femenina. La idea de encarnar a Indiana Jones no me seduce del todo, ese pobre tipo anda siempre de afán y quienes me conocen saben que soy muy calmado. Terminator tampoco me sonó porque a pesar de que no veo muy bien por el ojo derecho, eso de perderlo de un tiro parece un poco doloroso, y ni hablar de Rocky o cualquiera de los personajes de Sylvester Stallone; es que la boca de ese actor lo hace parecer como si hubiera sufrido un derrame cerebral.

Tampoco era entonces la aventura la solución. Opté por el suspenso o el terror y recordé La ventana indiscreta y a James Stewart, uno de los mejores actores de Hollywood, pienso que habría sido muy bueno ser dirigido por Hitchcock... lo descarté porque nunca (afortunadamente) me he fracturado un hueso y ahí habría tenido que enyesarme sin motivo. Me fascina El Resplandor, pero no habría podido hacerlo mejor que Nicholson y descarté también a Freddy Krueger porque la idea es que me reconozcan, y a uno con la cara quemada y un suéter roto no lo voltean a mirar.

Les cuento que el cine de época no es mi debilidad, hay demasiada ropa involucrada, mucho carruaje sobre empedrados y unos textos excesivamente manieristas para películas maravillosas que requieren un don muy particular para la tristeza o para la estupidez... como la que refleja Hugh Grant en Sensatez y Sentimientos... bueno, la estupidez de Hugh Grant es proverbial, si no, cómo se explica uno que haya traicionado a una mujer como Elizabeth Hurley en una aventurita barata en Los Angeles.

Nada parecía representarme apropiadamente. Nada es completo –pensé–; no me interesaba creerme el cuento de que de buenas a primeras podría convertirme en Tom Cruise y abrazar desnuda a Nicole Kidman; o en Antonio Banderas y, como el Zorro, destruir a espadazos el vestido de Catherine Zetta Jones; o en Clint Eastwood seduciendo amorosamente a Meryl Streep; o en Brad Pitt… pero es que eso de nacer viejo me parece tenaz... Todo lo que vivió el personaje de Forrest Gump fue interesante y casi elijo el momento en que aparece sentado al lado de John Lennon, pero cuando me enteré de que Tom Hanks se sentó solo, frente a la cámara, para realizar un efecto de Chroma Key, deseché la idea.

¿Qué me quedaba para poder responder apropiadamente y no traicionarme en este amor irrestricto y no siempre bien correspondido que siento por el cine?... ¡Los dibujos animados! Las he visto todas y ahí podría haber cosas interesantes, pero eso sí, me impuse la obligación de conservar mi naturaleza humana, no iba a adoptar a estas horas de la vida el papel de un venadito huérfano, o de un león traicionero por más que tenga detrás la identidad de Jeremy Irons; admití, por otra parte, que no iba a entrar a disputar con el conejo, el amor de Jessica Rabbit y entonces, como un soplo venido de alguno de esos reinos mágicos en los que Disney disfrazó con sonrisas su anti semitismo, me llegó el recuerdo de –créanme– la película que más veces he repetido en la vida... esa era... ahí estaba la escena ideal... la que mantuvo su magia con el paso del tiempo... la que siempre me hizo soñar como se sueña cuando uno quiere ser alguien en la vida.

Quise entonces salir a caminar una tarde cualquiera, acompañado de "mi fiel" Pongo para ver el atardecer de los suburbios de Londres luego de una tarde de trabajo frente al piano, y quise que en una típica imprudencia, el dichoso perro me enredara en un nervioso movimiento circular con su correa y me juntara en un imposible equilibrista con la mujer más adorable de la tierra para culminar la escena con la estrepitosa caída en un lago y con el comienzo de una felicidad absoluta para el resto de la vida

Recordar y apropiarme de la tonta poesía de esta escena, que me ha asaltado muchas veces últimamente, fue considerado por un jurado internacional la respuesta más original... me gané un ipad, que me sitúa de improviso en lo más actual de la tecnología cibernética pero, más allá de eso, me devolvió la confianza en esa terca certidumbre de que la poesía es fundamental para existir.

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