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DIANA SARAY GIRALDO Columna Semana

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En Colombia, según estadísticas de la Policía Nacional, entre enero y agosto del 2023, se presentaron 8.295 delitos sexuales contra menores, de los cuales 4.605 fueron contra niños y niñas, y 3.690 contra adolescentes.

Diana Saray Giraldo
27 de abril de 2024

La primera gran alerta fue el escándalo por el hallazgo del estadounidense Timothy Alan Livingston junto a dos niñas entre 12 y 14 años en una habitación del hotel Gotham en Medellín. A pesar de que el hombre fue visto con las menores entrando a su habitación y que encontraron drogas y elementos que daban cuenta de que allí había ocurrido un abuso sexual a las niñas, este pederasta ni siquiera fue detenido por la Policía. Regresó a su país como si nada.

Luego vino la captura en Medellín, hace solo una semana, del chino Zhan Liu, de 42 años, gracias a una llamada en la que se alertó que estaba ingresando a un apartamento con una niña de 14 años. En el lugar también fue hallada otra mujer, quien, al parecer, era quien la explotaba sexualmente. La niña se identificó con una cédula falsa. Un juez consideró que el ciudadano chino había sido engañado frente a la edad de la menor y lo dejó en libertad. La mujer que, al parecer, sometía a la niña ni siquiera fue capturada. La única acción legal fue contra la menor por portar un documento falso.

Mientras que el chino quedaba en libertad, el colombo-australiano Juan Pablo González Delgado, de 29 años, fue remitido a la cárcel después de ser encontrado en su apartamento con un niño de 12 años, a quien había contactado por Facebook.

El hecho más escandaloso es el registrado hace solo unos días, cuando fue capturado, en el aeropuerto de Miami, Stefan Andrés Correa, un norteamericano de 42 años que registraba 45 entradas al país durante 2023. Todos estos viajes eran para abusar de niñas entre 9 y 12 años.

A este aberrado sexual le decomisaron nueve teléfonos celulares con videos pornográficos con menores y conversaciones con el proxeneta encargado de conseguir a las menores para que las abusara. Leer los apartes de estas conversaciones revuelve el estómago. Como si encargara un par de zapatos o pidiera un domicilio, este pederasta requería a niñas que acabaran de cumplir 10 años. “Ya sabes mi gusto, flaquita, ¿cuántos años tiene y cuándo cumple?”. “12 en julio”, le responde la proxeneta. Y pregunta: “Amor, y si llevo a … ¿cuánto por ella?”.

Leer los chats es morirse del asco y muestra lo que tienen que sufrir estas menores. “¿Está lista para todo?... ¿Me va a dejar llegar hasta el final o va a llorar y a pedir que pare?... Ella necesita entender que necesita que yo disfrute sin marcha atrás, aunque sea virgen y le duela, lo vamos a hacer en diferentes posiciones, no quiero que me apresuren, quiero disfrutarlo y poder repetirlo… Necesito que ella entienda, si llora, voy a seguir adelante…. Si todo va bien, puede que (le dé) un iPhone XS… Y tal vez sea un XS Max… Ella necesita comprender la belleza de amor y alegría”.

Por abusar, someter y dañar a estas niñas, este degenerado pagó 300.000 pesos.

Trescientos mil pesos vale en este país destruir la humanidad de un niño, denigrarlo y ponerlo en el lugar de objeto de satisfacción de las más bajas perversiones. Trescientos mil pesos vale romperle el alma a un ser humano para siempre, dejarlo marcado para toda su vida, sumirlo en el abuso y dejarlo a merced de infames comerciantes de su abandono.

Porque estos niños, sin excepción, tienen tras de sí una historia de abandono. ¿Dónde están sus padres prodigando el cuidado y la protección que les corresponde? ¿Dónde está el sistema de salud, que tiene la obligación de llevar registro de las condiciones de todos los niños colombianos? ¿Dónde está el sistema educativo, donde se supone que deben pasar los días estos niños aprendiendo no solo matemáticas o geografía, sino que su cuerpo es sagrado y nadie tiene jamás el derecho de tocarlo? ¿Dónde están los amigos, los vecinos, los primos, el entorno que alerta que algo no está bien?

Estos niños víctimas de abuso y explotación sexual son la consecuencia del abandono y la indiferencia de todos. Detrás de ellos hay decenas de adultos miserables que los dejaron solos y otros que se lucran de su vulnerabilidad.

El último de estos hechos es la captura de un estadounidense de 51 años que fue encontrado con una menor de 15 años en la zona de San Isidro en Medellín. En lo que va del año, en la capital antioqueña van nueve capturas por violar menores.

En Colombia, según estadísticas de la Policía Nacional, entre enero y agosto del 2023, se presentaron 8.295 delitos sexuales contra menores, de los cuales 4.605 fueron contra niños y niñas, y 3.690 contra adolescentes.

A pesar de las aberrantes cifras, este negocio de explotación sexual es continuo y boyante. Y lo que dejan ver estas últimas capturas es que cuando hay intención de perseguir a los pederastas hay resultados.

Necesitamos que estos resultados que comienzan a verse en Medellín se conviertan en una política nacional. Pero de nada sirve capturar a estos asquerosos si inmediatamente recobran su libertad como si nada.

Cada niño entregado a las fauces de estos lobos es una vida destruida.

Es cuestión de decisión política. De alguien que levante la mano y asuma el liderazgo de esta lucha contra la explotación sexual de menores. Ojalá alguien lo haga y que Colombia deje de ser el paraíso de los pedófilos en Latinoamérica.

¿Dónde está la ministra de la Igualdad liderando esta ofensiva contra los pederastas? ¿Dónde está la primera dama divulgando estrategias de prevención de este crimen? ¿Dónde está la directora del ICBF luchando sin descanso por restablecer los derechos de estas niñas abusadas?

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