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Atizar la guerra

“No es matando guerrilleros, o policías, o soldados como vamos a salvar a Colombia -nos recordaba hace 30 años el médico antioqueño Héctor Abad Gómez-. Es matando el hambre, la pobreza y la ignorancia”.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
25 de mayo de 2015

Los señores de la guerra están felices. Una operación conjunta entre el Ejército, la Policía y la Fuerza Aérea  acabó con las vidas de 27 guerrilleros, 27 colombianos que peleaban del otro lado. Una lluvia de metralla y 250 kilos de explosivos dejaron en un radio de poco menos de un kilómetro cuadrado trozos de cuerpo calcinados, árboles gigantescos partidos por la mitad, cráteres enormes, utensilios de cocina regados por doquier y muchos fusiles convertidos en chatarra. La felicidad reflejada en el rostro del procurador general de la Nación, Alejandro Ordóñez, era inocultable, y sus palabras una confirmación de esa felicidad: “El Estado debe cumplir con su deber constitucional”. Y agregó: “El cese al fuego unilateral de las FARC era una caricatura”.

Siempre he creído que lo peor que le ha pasado a Colombia en sus 200 años de historia es haber tenido funcionarios como este señor y presidentes como Uribe, que le han hecho mucho más daño al país que el levantamiento en armas de un grupo de campesinos que, con el tiempo, perdieron su norte. Y lo es porque el colombiano promedio cree a pie juntilla la versión de los hechos que por los medios difunde la voz oficial. Los colombianos, en este sentido, somos poco reflexivos. Cuando a mediados de abril se divulgó la noticia de la masacre de los 11 militares en una zona rural de Cauca, la voz oficial dijo que había sido una emboscada, que los soldados dormían cuando se desató la plomacera sobre el pequeño coliseo donde se protegían de la lluvia. Sin embargo, campesinos de la zona entrevistados por medios independientes aseguraron que los combates habían empezado mucho antes de que se ocultara el sol y la muerte de los soldados se produjo casi a la medianoche. Pero la versión de la emboscada prevaleció por encima de la otra, y Noticias Caracol y RCN ayudaron a alimentar el mito oficial del desafortunado suceso.

Un periodista de verdad sabe que las declaraciones oficiales hay que agarrarlas siempre con pinzas y someterlas al remojo. Convertirlas en verdades absoluta es inclinar la balanza, y en el periodismo serio no hay cabida para eso. No se trata de ser una caja de resonancia del gobierno de turno ni de quien ostenta, en el momento, el poder. Pero en Colombia, desgraciadamente, algunos medios convierten la voz oficial en verdades de a puño. Cuando un periodista es enviado por una de las grandes empresas de comunicación del país a conocer la reacción de un funcionario como Alejandro Ordóñez sobre la muerte de los 11 militares a manos de la FARC, o de los 27 guerrilleros por las bombas de los soldados, este, por el conocimiento previo que tiene del funcionario, intuye sus respuestas. Sin embargo, su obligación es entrevistarlo y corroborar esa intuición, pero no casarse con esas declaraciones y difundir esa parte de la unidad como si se tratara del todo.

Por eso, es sumamente lamentable la posición adoptada por Noticias RCN ante hechos tan dolorosos como la muerte de los 11 militares y luego ante los bombardeos de la Fuerza Aérea que dejó recientemente 27 guerrilleros destrozados por el golpe de la metralla y de la onda expansiva. Uno se pregunta qué busca un medio como este al difundir y recalcar unas declaraciones tan irresponsables como las del procurador Ordóñez, quien aseguró, sin que le temblara la voz, que el cese unilateral al fuego de la FARC había sido una caricatura. ¿Será que este señor sólo escucha y ve las noticias que difunde Claudia Gurisatti? Si hubiera leído el último informe del Centro de Recursos para Análisis de Conflictos [Cerac] se habría evitado decir tantas babosadas que en nada contribuyen al fortalecimiento de los diálogos de paz. Se habría enterado de que durante los seis meses que el grupo guerrillero llevó a cabo su propuesta, las acciones de guerra, producto de los enfrentamientos entre los dos bandos, disminuyeron en un poco más del 85 %. Se habría enterado de que desde el momento en que las FARC anunciaron el cese unilateral al fuego, sólo 21 acciones se presentaron a lo lo largo y ancho del territorio nacional.

Atizar el fuego de la guerra no debería ser la función de Ordóñez, ni de Uribe, ni de ningún funcionario que ostente un cargo de poder. Decir que las FARC no han cumplido lo prometido es tergiversar, en gran parte, la verdad. Es meterle más leña a una hoguera que, entre todos los colombianos, deberíamos, por el contrario, contribuir a su extinción. Y los medios de comunicación, como formadores de opinión,  tienen la obligación moral y ética de tender puentes de concordia y reconciliación entre los colombianos. “No es matando guerrilleros, o policías, o soldados como vamos a salvar a Colombia -nos recordaba hace unos 30 años el médico antioqueño Héctor Abad Gómez-. Es matando el hambre, la pobreza, la ignorancia, el fanatismo político o ideológico”.

Lo demás, podríamos agregar, es paja. Y los medios y funcionarios que le apuestan a la guerra como única salida posible a los problemas que nos afectan deberían saberlo: en una guerra nadie gana. Todos perdemos. Todos nos vamos a la porra, como solían decir los abuelos.

En Twitter: @joarza
E-mail: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.

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