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¡Gracias, abuela!

La injusta muerte de mi abuela ha dejado un gran vacío en los corazones de quienes la conocimos y un sentimiento de infinita gratitud por lo que con sus actos nos enseñó.

Aura Patricia Bolivar Jaime
13 de octubre de 2015

Hace exactamente diez días recibí la conmovedora noticia: mi abuela paterna había fallecido. Llevaba dos días hospitalizada por algunos problemas de salud. La falta de atención médica, a pesar de los gritos de auxilio de una de sus hijas, condujo a que una remediable congestión de pecho la asfixiara hasta la muerte. Gilma Barragán se convirtió en una nueva víctima del paupérrimo sistema de salud.

A pesar de la indignación, enojo y profunda impotencia que dicha tragedia me produce no quiero dedicar estas líneas a insistir en los innumerables reclamos y demandas que le caben a este denigrante sistema.  

Quiero en vez de ello compartirles las enseñanzas de mi abuela. Una mujer vehemente que desde temprana edad luchó contra el maltrato, la explotación, la humillación, el encierro y el silencio al que aún hoy nos somete esta sociedad.

Querida abuela:  

¿Cuántas cadenas fueron puestas sobre ti para evitar que volaras? ¿Cuántas veces sentiste morir de asfixia por el encierro al que quisieron someterte? ¿Cuántos golpes y maltratos tuviste que recibir por aclamar libertad?, ¿cuántos otros diste para que escucharan tu voz y te respetaran? ¿Cuánta hambre soportaron tu, tus hijas e hijos por hacer valer tus decisiones?

No me alcanza este corto espacio para relatar las tantas acciones que emprendiste para gritar al mundo: ¡No más cadenas! ¡Quiero ser libre!

Trabajaste desde muy niña para ganarte el pan y probaste negocios diferentes para que ningún patrón te sometiera. Te levantabas con mi padre a las tres de la mañana para distribuir el periódico a lo largo de la ciudad. Te acostabas tarde porque era necesario seguir trabajando para darle de comer a tus chicos. Te separaste de tu esposo, después de siete años de matrimonio porque no soportaste sus maltratos. Desde entonces enseñaste a tus primeros dos hijos a trabajar, porque la independencia sí que cuesta. Sin duda fueron días difíciles. El hambre, el dolor de la separación y la frustración dejaron una huella imborrable en sus vidas.

Con el vigor de tu aguerrido ser convertiste tus dolores y sacrificios en la oportunidad para demostrar con hechos que no hay imposición que valga para anular al otro o impedirle soñar.

No fueron tus palabras, abuela, sino tus actos los que enseñaron a los tuyos el valor del amor, el respeto, la dignidad y el trabajo colectivo.

Te gustaba volar, abuela, por eso no resistías ni tolerabas la mojigatería de una sociedad machista que condena los actos libertarios de las mujeres y al mismo tiempo aplaude la bellaquería.

¡Querías conquistar el mundo!

Emprendiste por segunda vez una relación de pareja porque creías en el amor. A los compañeros, a la familia, a los amigos. Acompañaste a tus hijas e hijos hasta el día de tu muerte. Trabajaste incansablemente por y con cada uno para que tus nietas y nietos no pasaran hambre.

Bailaste y bebiste con quienes amabas porque valorabas en extremo la complicidad, la compañía, la solidaridad y la ternura que traen consigo las grandes amistades. Sin duda tu entrañable amiga Carmen extrañará las intensas e incomparables jornadas de regocijo y libertad. Sí que te gustaba gozar: querías beber hasta el último trago, bailar hasta la última pieza, amar y ser amada.

Cada instante de tu vida luchaste por ser libre y soportaste agravios por exigir un trato igualitario y no agachar la cabeza. ¡Escogiste ser tu, escogiste seguir tus sueños!

Las lágrimas que recorren los rostros de quienes te conocimos son de dolor por tu triste partida y nuestras sonrisas no son más que el reflejo de la enorme gratitud que sentimos hacia ti. Gracias abuela por enseñar con tus actos que no es natural la opresión, la humillación, ni el silenciamiento y que la libertad no es una opción sino una decisión de vida.

¡Gracias Gilma por demostrarnos que vale la pena luchar por un mundo mejor!

La firmeza de tus actos y la potencia de tu voz fueron inquebrantables. Por eso más que una historia, mujer, has dejado todo un legado de valentía y orgullo. Las palabras y consejos de mi padre retumban en mi cabeza porque me hacen sentir que aquí estás. Espero que nuestra voz y nuestros actos sean un reflejo de estas invaluables enseñanzas. Te echamos de menos.


(*) Investigadora del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad - Dejusticia
@aurabolivar83