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Barbie for President

Un candidato a la presidencia de los Estados Unidos es simplemente un producto de marketing,como un detergente de lavadora o como una muñeca parlante.

Antonio Caballero
30 de noviembre de 1992

EL SUEñO DEMOCRATICO NORTEAMERIcano reposa sobre el hecho de que cualquiera puede ser presidente de los Estados Unidos. Cualquiera, literalmente: un prospero plantador de tabaco como George Washington o un petrolero reconvertido en agente secreto como George Bush, y entre el uno y el otro, de todo: abogados, generales, católicos irlandeses, ricos, pobres.
Muy pronto, incluso un negro: ya Jesse Jackson ha sido precandidato serio. Y a lo mejor también -aunque eso por ahora se ve algo más remoto- una mujer. Por el momento, con Bill Clinton, vamos apenas en un muñeco Barbie. (Para quien ignore todavía en que mundo vive, el muñeco Barbie compañero de la muñeca Barbie se llama "Kent").
La muñeca Barbie -eso sí lo sabe todo el mundo- últimamente sabe hablar. Dice: "Yo estudio para ser doctora". Bill Clinton es igual, sólo que él dice: "Yo estudio para ser presidente de los Estados Unidos". En lo demás no hay diferencias: ni físicas (el molde es el mismo) ni de programa (se trata de vender el producto: por eso el molde es el mismo).
Es posible que el verdadero Bill Clinton no sea una muñeca Barbie, sino un hombre de carne y hueso, con cerebro, corazón, etc. Pero nadie conoce al verdadero Bill Clinton. Sólo conocemos la imagen que han querido proyectar él y sus estrategas electorales, que es la imagen de una Barbie, y que, como la propia Barbie, ha ido cambiando, durante la campaña para adecuarse a las exigencias del mercado. Así como la muñeca Barbie parlante cambió su disco cuando protestaron las feministas (decía: "Los cursos de matemáticas son difíciles"; ahora dice que quiere ser doctora), así el disco de Clinton ha ido cambiando de acuerdo con sus públicos, y para gustarles a todos. Blancos, negros, hispanos, ricos, pobres, clases medias, mujeres, jóvenes, veteranos de guerra, Ku Klux Klan, Black Panthers, industriales, obreros, ecologistas, contaminadores, homeless, The Wall Street Journal) republicanos, demócratas y perotianos. Según el público, Clinton dice que hay que bajar los impuestos o que hay que aumentar el gasto público, que la guerra de Vietnam fue una tragedia nacional o un deber patriótico, que las minorías deben ser protegidas o que hay que protegerse de las minorías. Es lo que Dan Quayle llama "hacer un Clinton": decir por la mañana una cosa y por la tarde la contraria.
Eso ha afectado incluso a la mujer de Clinton, que al principio de la campaña despertaba reticencias en el importante sector votante de las amas de casa porque era una brillante abogada, y que ahora les encanta porque se ha convertido en una abnegada ama de casa. Y ha afectado la relación entre Clinton y su mujer: de los rumores de adulterio de hace unos meses se ha pasado a los besos ante las cámaras de la televisión. La identificación de Clinton con la Barbie es tal que a veces, en la mitad de un discurso, se le ha ido la voz, como si se le hubieran descargado las pilas de la barriga.
Si se tratara solamente de una característica individual de Clinton la cosa no importaría mucho. Todos los políticos están obligados a ser algo camaleónicos, incluídos hombres de tan recio carácter como el general De Gaulle o el ayatola Jomeini. Lo grave del asunto es que la adecuación al mercado es el método que se utiliza para elegir presidente en los Estados Unidos. Lo sabemos desde los libros célebres de Theodor White ("The making of a president", "Cómo se hace un presidente") y sus secuelas más cínicas ("The selling of a president", "Cómo se vende un presidente"). Un candidato a la presidencia de los Estados Unidos es simplemente un producto de marketing, como un detergente de lavadora o como una muñeca parlante.
Y esa corrupción electoral -no sólo la deformación del dinero, que existe en todas partes, sino la suplantación del fondo por la forma: ya no cualquiera, sino sólo el que parezca una Barbie puede ser presidente- ha tenido como consecuencia la perversión completa del sistema democrático. El gobierno de los Estados Unidos se ha vuelto cada vez mas secreto, más autoritario y más arbitrario, y engaña de modo sitemático al Congreso, al poder judicial, a la ciudadanía y a la prensa: desde la crisis de Cuba hasta la guerra del golfo, pasando por la escalada en Vietnam, la guerra en Camboya, el Watergate, los rehenes de Irán, y el Irán-gate. Y eso es así justamente desde que para elegir al presidente se usa el método del marketing, descrito por primera vez por White en la campaña de John Kennedy.
Ahora sólo nos falta ver con que gate particular nos sorprende el presidente Barbie Clinton.