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Belisario: ¿quo vadis?

Semana
11 de junio de 1990

Hay muchas formas de ser ex presidente de Colombia. Los hay como Alberto Lleras, quien hasta algún tiempo antes de su muerte ejerció como presidente del club de ex presidentes, cuyos miembros conforman una especie de junta directiva que maneja el país. Los hay como Carlos Lleras, prolífero con la pluma y con los temas nacionales, siempre ahí, conciencia en movimiento perpetuo, como el péndulo de Faucault. Los hay como el ex presidente Turbay, sinónimo de la estabilidad institucional, y dispuesto siempre a sacar el pecho por temas tan desacreditados como el Congreso de la República. Los hay como el ex presidente Pastrana, empeñados en el ejercicio pleno de la oposición, o como el ex presidente López, concentrado en verle siempre el ángulo distinto a los temas, y aceptando cada tanto una entrevista para expresar las cosas que todo el mundo piensa pero que nadie se había atrevido a decir. Y hasta hay ex presidentes como Alvaro Gómez, que no han sido presidentes.
Pero en Colombia tambien hay hombres como Belisario Betancur, quien habiendo sido Presidente no cuenta como ex presidente. Los periodistas ya no lo buscan para que les interprete el acontecer nacional, no lo busca el gobierno en aquellas horas de crisis en que los ex presidentes firman documentos de respaldo a las instituciones, no lo buscan las guerrillas para que ejerza de notable, no lo busca el Partido Conservador como alternativa de unión ni de división. Ni siquiera lo busca un país tan necesitado como ahora lo está Colombia, de liderazgos capaces de aglutinar las conciencias e imponer un tono moral que nos devuelva la disciplina nacional.
El hombre que logró romper con su magnética personalidad política el destino implacable de las mayorías liberales y que se inventó un camino hacia la paz que enrumbó al actual gobierno en las exitosas gestiones con el M-19, se autocensuró, al término de su gobierno, y jamás volvió a hablar del país. Dicen que ahora anda por ahí, acompanando al ex presidente Pastrana en unas giras nacionales, en las que intentan salvar la candidatura de Rodrigo Lloreda. Y de vez en cuando se le lee algo en el periódico La Prensa, a través de una columna de opinión en la que parece escribir como un ex presidente argentino o costarricense.
Frecuentemente habla en sus escritos del escudo y del tricolor de la bandera, de Franklin Delano Roosevelt, de Borges, de Willy Brandt, de Mallea, Bioy, Bianco, De Torre, Supervielle, Henríquez Urena y del libro yerto. Ha hablado de cosas que nos tienen tan sin cuidado como la Argentina de finales del siglo XIX. Pero de la Colombia del siglo XX, de la década de los 90, que se desangra en medio del narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y las sospechas, que ya no cree en nada y en nadie, y que sobre todo, ni siquiera sabe si tiene futuro, Belisario ni mú.
El 20 de abril escribió en su columna de La Prensa sobre los 100 años del nacimiento de la argentina Victoria Ocampo y sus tormentosas relaciones con el conde Keyserling."Comencé a vivir como en una náusea perpetua", dice BB que escribía doña Victoria, de sus aspiraciones amorosas con el conde. Aquí en Colombia, en cambio, los colombianos estamos dedicados a leer un libro sobre otro tipo de relaciones amorosas, las de Maturana con Pablo Escobar, y las intimidades económicas del fútbol colombiano, uno de los temas que mató al ex ministro de Justicia, Rodrigo Lara.
El jueves 26 de abril Belisario habló en su columna de lo estupendas que son las ferias del libro, en especial para un país como Colombia, "donde el libro se ha vuelto puente entre la pesadumbre y la esperanza en una patria agobiada por toda suerte de lacerías". A la misma hora en que los colombianos leíamos eso, en el aeropuerto Eldorado se estaba escribiendo el único libro que por ahora estamos leyendo los colombianos: el de la violencia. Habían matado a Carlos Pizarro. El regreso de este antiguo archienemigo de Belisario a la vida institucional no mereció un sólo comentario público del ex presidente. Su muerte tampoco.
Y cuando creíamos que en su siguiente columna rompería su silencio, nos salió con un cuento chino: que como la famosa "franja" electoral no es continuista, está más cerca del candidato Lloreda. Ese mismo día, por la noche, su co!ega, el ex presidente López, bastante más aterrizado, lanzaba un polémico cuestionamiento a la eficacia de los organismos de seguridad del Estado.
En su última columna, publicada el 11 de mayo, Belisario ni siquiera pudo cumplir la misión para la cual lo tiene reclutado el ex presidente Pastrana: convencer a los colombianos sobre las virtudes de Lloreda. Su escrito me sorprendió, por la forma tan simplona como resumió la alternativa del país, entre el continuismo gubernamental o el cambio, proponiendo algo en que ni los candidatos presidenciales se atreven ya a insistir, por lo superficial: que si el país esta satisfecho con Barco vote por Gaviria, pero que si quiere el cambio vote por Lloreda.
El ex presidente López ha hablado, no en relación con Belisario, pero de pronto podría aplicarse a su caso, de lo que llama el "síndrome de Santa Helena", o síndrome de los vencidos, para hacer alusión a la época en que Napoleón vivía en esta isla rodeado de una pequeña corte esperando que vinieran a llamarlo. A lo mejor Belisario está en lo mismo. Esperando que lo llamen nuevamente a la palestra nacional, cuando a los colombianos se nos acaben las personas a las cuales preguntarles qué es lo que nos esta pasando.
Ignoro si esta es la explicación de su obnubilante silencio. Pero a lo que sí no hay derecho, tratándose de un hombre que ha recibido todos los honores nacionales, es que el ex presidente Betancur esté tan empeñado en desperdiciarse a si mismo.

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