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BIENVIENDO, MISTER MARSHALL

Antonio Caballero
26 de octubre de 1998

Venía el candidato presidencial Andrés Pastrana hablando de una especie de 'Plan Marshall' que a él, y sólo a él, le había prometido en la intimidad el presidente Bill Clinton de Estados Unidos para ayudar a Colombia. Un plan para solucionar el problema de la droga mediante una generosa inversión oficial norteamericana en un vasto proyecto de sustitución de los cultivos malignos que dan comida y trabajo a decenas de millares de familias campesinas por cultivos benignos que hicieran otro tanto, pero sin envenenar a la juventud del gran país del norte. No sonaba muy verosímil, pero el candidato presidencial hablaba mucho de eso.
No sonaba verosímil por varias razones. La primera es que nadie en Estados Unidos hablaba de semejante Plan: y tal vez vale la pena recordar que el Plan Marshall verdadero, el que sirvió para que se recuperaran las economías europeas deshechas por la guerra mundial, no fue propuesto por sus posibles beneficiarios, sino por el secretario de Estado de Estados Unidos, el general George Marshall: el donante. El gobierno norteamericano no hablaba del nuevo Plan (salvo, de creerle al candidato, a su oído), y el Congreso, que es en últimas el que autoriza el gasto, no parecía particularmente dispuesto a emprenderlo: ni siquiera permite que su gobierno pague los compromisos que tiene adquiridos con la FAO (el fondo de la ONU para la agricultura) para evitar la hambruna en zonas urbanas desprotegidas de los propios Estados Unidos _por no hablar del Sudán de Bangladesh o de Etiopía_. La segunda razón es que la erradicación de los cultivos de drogas de Colombia tendría, si se lograra, la consecuencia indeseada de quebrar a buena parte de los bancos norteamericanos, que viven del lavado del dinero sucio de la droga. La tercera, en fin, consiste en que la ingente inversión en infraestructuras de transporte, publicidad, etc., necesaria para hacer llegar a los mercados los posibles productos sustitutivos de las drogas no parece garantizar el hecho de que tales productos vayan a tener comprador. La cocaína de la coca, la heroína de la amapola, y la marihuana, tienen una demanda gigantesca en el mundo, y en particular en Estados Unidos. Más aún: se trata tal vez de los únicos productos tropicales que la tienen. Pretender cambiarlos por otros 'cultivos amazónicos', como los llamaban los asesoreas del candidato Pastrana _¿cuáles? Auyama, chontaduro, yuca brava... ¿quizás el bejuco alucinógeno del yagé?_ no parecía una propuesta seria.
No lo era. Apenas elegido presidente, el ex candidato Pastrana dejó de mencionarla. Y ahora su gobierno vuelve a la estrategia que frente a los cultivos malignos han practicado todos sus predecesores desde hace por lo menos 20 años, y que es la única que cuenta con el respaldo (no económico, pero sí político y militar) del gobierno de Estados Unidos: la erradicación forzosa mediante la fumigación aérea con herbicidas y defoliantes.
La erradicación forzosa tiene tres características, que en 20 años han sido comprobadas de sobra. La primera es que es muy costosa. No para Estados Unidos (como lo hubiera podido ser el fantasmagórico 'Plan Marshall' que nadie propuso nunca ni estaba dispuesto a aprobar nadie), sino para Colombia. La cual, además de dedicarle a ella miles de hombres del Ejército y de la Policía, todos los helicópteros y aviones que ha adquirido del gobierno norteamericano, y millones de horas de combustible, compra en Estados Unidos los herbicidas que el gobierno de Estados Unidos le obliga a utilizar: primero el paraquat, después el glifosato, y ahora el tebutirión granulado y el imazapir.
La segunda característica de la erradicación forzosa es que es muy dañina. Ecológicamente, socialmente y políticamente. No para Estados Unidos, por supuesto, que se limita a imponerla, sino para Colombia. Envenena tierras y aguas, mata la fauna y enferma a las personas. Castiga a los ya mencionados decenas de millares de campesinos cocaleros o amapoleros, y a sus familias, por dedicarse a la única actividad agrícola que les permite, no enriquecerse, sino sobrevivir. Y que al verse no ya sólo abandonados, sino además directamente agredidos por el Estado, van a aumentar las filas de 'la subversión', que es algo que en Colombia se parece cada día más a la defensa propia.
Y la tercera característica de la erradicación forzosa de los cultivos ilícitos mediante la destrucción ecológica y la persecución social es que es absolutamente inútil. En 20 años de practicarla, la extensión de tales cultivos se ha multiplicado por 100. Lo que eran unos pocos centenares de hectáreas dedicadas a la siembra de marihuana en la Sierra Nevada se han convertido en casi 100.000 hectáreas de marihuana, coca y amapola desperdigadas por medio país. Hectáreas nuevas: pues en el mismo lapso han sido esterilizadas por la fumigación por lo menos otras tantas.
A esa costosa, dañina e inútil estrategia piensa el gobierno de Andrés Pastrana dedicarle los próximos cuatro años. Y a eso lo llaman un nuevo 'Plan Marshall'.

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