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SILVIA PARRA

El tesoro escondido en Asia

Un misterioso punto dentro del mapa del sudeste asiático esconde tesoros inimaginables que sólo desde los años 80 abrió sus puertas al mundo.

Silvia Parra, Silvia Parra
14 de enero de 2014

Para muchos imperceptible, para algunos casi invisible. En el continente asiático existe un país que se oculta bajo la popularidad de las grandes metrópolis y que vive bajo la sombra de los países orientales más promocionados por las agencias turísticas.

Entrar a este recóndito país es devolverse en el tiempo unos 40 años. La gente no sigue el modelo de la vida sofisticada y moderna abarrotada de tecnología y redes sociales, de codicia, de vandalismo, de estrés y de estratos sociales. Allá poco de Internet ni de “yoísmos”, no se habla de deudas ni de pesares. Moriría de hambre Carolina Herrera y Gucci o Prada. Estos se asocian más a nombres de mascotas. Una marca de carro jamás sería sinónimo de bienestar y sencillamente los bienes materiales y el estatus social no entran a la lista de prioridades para un birmano.

En la “tierra de Oro”, como acertadamente la llaman por sus ricos recursos naturales y la enorme cantidad de jade y rubíes escondidos en sus montañas, más allá de sus riquezas y de sus imponentes pagodas, el verdadero tesoro que esconde la llamada también Myanmar es la filosofía de vida de su gente: serenidad, honestidad, tolerancia y solidaridad con el prójimo. Valores tan arraigados a su cultura que hacen de este país una experiencia fascinante para cualquier turista que, como yo, vive en constante violencia y con la malicia indígena heredada desde el nacimiento. 

Esa malicia indígena que llevo adentro me mandaba a estar con el radar alerta para ver en qué momento me iban a salir con un domingo siete, me iban a robar o a cobrar los favores recibidos, me hacían pensar que tanta amabilidad podría terminar o en un paseo millonario o sin el computador dentro de la maleta, o con mejor suerte simplemente topándome con personas rebuscándose alguito de plata con esta pobre turista.

Y pequé por juzgar. Es que es difícil entender por estos días que alguien nos haga favores y atenciones sólo porque sí, entender que para una comunidad el deber ser de ayudar a toda costa a cualquier persona que pase en frente o que necesite algo y que así implique tiempo o esfuerzo siempre será un placer es casi imposible. 

Y yo acostumbrada a que “de eso tan bueno no dan tanto”, no me explicaba cómo un país que durante años ha sido golpeado por una prolongada y brutal dictadura militar que causó abusos y violaciones a los derechos humanos iban a encontrar personas que lejos de generar más violencia y caos nacional, lejos de dejarse contaminar de tanto resabio y malas conductas, hayan decidido fortalecerse en su espiritualidad. 

Esta gente toma con seriedad a su “yo interior”, y se fortalece diariamente en la meditación como la vía más apropiada para desarrollar cualidades de consciencia, tolerancia, bondad y sabiduría, y para liberarse de los peores opresores de la vida: el odio, la codicia y la violencia.Los birmanos viven satisfechos con poco, siempre con un profundo respeto por el prójimo y agradecidos con la vida por cada cosa. 

Y es una tarea con recompensa, ya que para ellos el desprendimiento material y la entrega hacia los demás es la única clave para ser felices y vivir en paz. De esta manera a un birmano no se le ocurre entrar a un pagoda que está recubierta de oro y diamantes para ver cómo se roba una piedrita, ni se le ocurre robarle los zapatos a aquellos que entren a cada templo budista, no ofenden, no gritan ni abusan porque el oportunismo ante la necesidad de los demás y el irrespeto no hace parte de su dogma; sencillamente sus principios y valores se dirigen haciar el “hacer el bien” para vivir en paz consigo mismo y con el entorno.

Qué bien me sentí en este país, que poco parece haber pasado por tantos años de oppression militar, décadas de hambre, guerras y torturas. Simplemente el ambiente es de serenidad. Birmania no cuenta con un gigantesco Buda Reclinado como el de Bangkok, ni con las Torres Petronas de Kuala Lumpur, tampoco cuenta con el rápido desarrollo de Singapur o con el atractivo turístico mundial de la Gran Muralla China o el Tah Mahal en India; Myanmar aún con la majestuosidad de sus pagodas doradas el Tesoro más grande que guarda es la tolerancia, la honestidad y el amor al prójimo, riqueza que han sabido mantener de generación en generación, y que tanto anhelamos cultivar en nuestros países que en vía de desarrollo, que son pobres pero que son aún más pobres en valores y en principios resultado de una gran carencia espiritual.

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