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‘Body Count’

No solo son las causas subjetivas las que cuentan –la voluntad de lucha– sino las objetivas: las circunstancias que impulsan esa lucha. Y esas siguen existiendo en Colombia como hace tres décadas.

Antonio Caballero
7 de abril de 2012

Sueltan a los últimos diez soldados y policías que tenían secuestrados las Farc desde hace años. Y no hay que darles las gracias a la guerrilla ni al gobierno, sino a Piedad Córdoba y al grupo de Colombianos y colombianas por la paz que se empeñaron tercamente en lograr esa liberación improbable. Pero faltan los secuestrados civiles, claro, que son varios centenares. Es un buen momento para hacer cuentas.

Cuentas de muertos. Las hace El nuevo siglo en un recuadro titulado 'Las cifras de la década', con el que acompaña una entrevista triunfalista del comandante del Ejército, el general Sergio Mantilla. Asegura el general que la organización guerrillera "es inviable". Y aconseja: "Lo que tienen que hacer es simplemente tomar la decisión y acabar la lucha que no tiene sentido". Pero volvamos a las cuentas.

Según "cifras oficiales" -dice el diario- desde enero de 2002 hasta ahora han muerto 14.494 guerrilleros de diversos grupos, 55.007 han sido detenidos (no se dice de ellos si han sido juzgados, si han sido condenados, si han sido dejados en libertad, si siguen presos; ni se aclara si se trata de guerrilleros en armas o de colaboradores, pero sí se informa que 15.161 pertenecen a las llamadas 'bacrim', o 'bandas emergentes al servicio del narcotráfico'), y 21.126 se han desmovilizado. Entre tanto, la fuerza pública ha tenido 5.266 bajas mortales y 18.158 heridos.

No sé si se incluyen las cifras de los 'falsos positivos', que al parecer son casi 2.000. Pero también aquí faltan los civiles. Los caídos en el fuego cruzado, los secuestrados, los asesinados, los desplazados: cientos de miles de personas. "De sangre y llanto un río se mira aquí correr", como en el hiperbólico verso del himno nacional, que cantamos todos con toda tranquilidad y que transmiten por radio al menos dos veces al día. Es una realidad espantosa, y vista sin espanto, escandalosa y recibida sin escándalo.

El body count, la cuenta de cadáveres, es tan antiguo como la guerra misma: se ha hecho contando orejas, o narices, o manos cercenadas, de acuerdo con los lugares y las épocas. Pero no sirve para ganar las guerras. En su versión actual -la utilizada por el Ejército colombiano, y que dio origen a los 'falsos positivos' auspiciados por las recompensas instituidas por el ministro de Defensa Camilo Ospina-, el body count viene de la guerra de Vietnam. Se trataba de mostrar publicitariamente que las tropas norteamericanas iban ganando porque estaban matando muchos vietnamitas, tanto soldados como civiles. Pero las guerras no se ganan solamente con muertos. Sino quitándole al enemigo la voluntad de combatir o las razones para hacerlo. En estricta aritmética macabra, la guerra de Vietnam la ganaron de sobra los Estados Unidos: hubo un millón de muertos norvietnamitas y vietcong, y solo cayeron 60.000 soldados norteamericanos (las bajas de las tropas de aliadas de Vietnam del Sur ni se contaron: carne de cañón. Otro millón, tal vez). Y sin embargo, los vencedores fueron los vietnamitas del norte: los norteamericanos, destruido el país, se fueron, derrotados.

Pero no son solo las causas subjetivas las que cuentan -la voluntad de lucha-, sino las objetivas: las circunstancias que impulsan a esa lucha. El 'sentido' del que habla el general Mantilla. Y esas causas objetivas siguen existiendo en Colombia tanto como hace tres décadas, cuando se refirió a ellas el entonces presidente Belisario Betancur en aquella primera, y fallida, tentativa de paz. Tales causas objetivas se nombraron entonces, pero no se tocaron. Y ahora, cuando el gobierno de Juan Manuel Santos está por fin empezando a tocarlas a través de ley de tierras y de víctimas, se multiplican los tropiezos sangrientos: porque son muchos los que no quieren la paz.

Santos dice que la liberación de los diez soldados y policías secuestrados por las Farc no es motivo suficiente para sentarse a conversar con la guerrilla. Tiene razón. Pero es que con quien tiene que sentarse a hablar de paz primero es con los que, en teoría al menos, no son los enemigos del Estado, sino sus amigos. Para convencerlos a ellos de lo mismo que les dice a sus contrarios el general Mantilla: convencerlos de que su situación es inviable.

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