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Vicio en los colegios

El microtráfico es la mayor amenaza para la nueva generación de bogotanos. Un fenómeno que ha incrementado su impacto en las ciudades colombianas y en los últimos años, ha centrado su accionar en los jóvenes de los barrios y localidades más vulnerables.

Semana.Com
2 de febrero de 2016

El microtráfico es la mayor amenaza para la nueva generación de bogotanos. Un fenómeno que ha incrementado su  impacto en las ciudades colombianas y en los últimos años, ha centrado su accionar en los jóvenes de los barrios y localidades más vulnerables. Los parques y colegios se convirtieron recientemente en su principal escenario, es allí donde día a día buscan enviciar a los jóvenes y luego reclutarlos para sus actividades delictivas.

Los parques y los sitios circundantes a los colegios se convirtieron en los puntos finales de distribución, de una gran cadena de actividades ilícitas alrededor del narcotráfico. Con frecuencia se encuentran zapatos tennis colgados en los cables del alumbrado público,  parecería ello un juego más de jóvenes inocentes del barrio, pero la verdad, es la marca de la pandilla para afirmar que èste parque me pertence.

Los jibaros (encargados de la venta al menudeo) son los que regalan primero las papeletas a ciertos jóvenes, los envician, les piden favores y finalmente, los involucran en pequeñas acciones de hurto o venta en el mismo parque o dentro del colegio. Todo este pequeño andamiaje que llega al barrio, realmente pertenece a una gran estructura criminal.

En Bogotá se han identificado por varios estudios más de 617 puntos de consumo y expendio. Cada uno de ellos está asociado a una “olla” satélite, la cual también esta relacionada con una de las “ollas” mayores que existen en la ciudad, ejemplo de ellas “El Bronx” o “El Amparo” barrio colindante a Corabastos. Esta cadena de narcotráfico ,que inicia con las rutas de distribución desde el departamento del Meta o Caquetá,  tiene los ganchos para llegar a las ollas en cada zona y finalmente a los jibaros  que la distribuyen en cada parque o entorno de colegios; èsta  es la mayor amenaza para la sostenibilidad de nuestra ciudad.

Dejustica en estudio demuestra que en Bogotá; los hurtos, las lesiones, los conflictos de inasistencia alimentaria y los homicidios relacionados con estupefacientes son los que más ingresan a valoración de la Fiscalía. Hace un par de semanas, una masacre de 5 personas en el barrio el Divino Niño en Ciudad Bolívar fue consecuencia de un arreglo de cuentas de bandas de la zona. El microtráfico es origen y causa del incremento de la violencia urbana y tiene a los jóvenes como víctimas y víctimarios.

 Los jóvenes en los colegios públicos son el principal objetivo de estos grupos delincuenciales. En la encuesta de Clima Escolar y Victimización 2013 de la Secretaria de Educación aplicada a 118 mil estudiantes, se evidencian resultados realmente alarmantes; El 17 % de los jóvenes de colegios públicos y privado  afirmaron que se venden drogas en el colegio y el 28%  de ellos ratifican que venden en los entornos cercanos. Lo preocupante es que en el 30% de los colegios púbicos se manifestó que sí se vendían drogas y una tercera parte de los estudiantes manifestaron que habían visto a algún compañero de su curso consumiendo dentro del colegio.  

En Bogotá el nivel de consumo de sustancias psicoactivas se ha venido incrementando entre los jóvenes, con los consecuentes efectos en la salud, su desarrollo emocional e incremento de la violencia y degradación del tejido social en las familias y de sus barrios. A nivel nacional se ha presentado un aumento global en el consumo de todas las drogas ilícitas (marihuana, cocaína, bazuco, éxtasis y heroína), siendo la marihuana y el bazuco las de mayor prevalencia entre los jóvenes. El inicio a este consumo ya ronda en los 14 años.

Una de las mayores preocupaciones de los padres en Bogotá es el riesgo que corren sus hijos en el camino al colegio y dentro de este,  no solo por la inseguridad que afecta sus entornos, sino por la permanente presión de los jíbaros para que se inicien en el vicio. Tampoco confían en dejarlos solos o ir con ellos a los parques, pues están tomados por los expendedores de drogas y los consumidores, la amenaza más latente para niños,  jóvenes y adultos mayores.

Para las familias con hijos consumidores, el suplicio es peor. La oferta por parte de entidades de salud y del ICBF para las jóvenes consumidores es muy limitada por su alto costo, lo que conlleva todo tipo de dificultades para acceder a este tratamiento. En Colombia, de acuerdo con el Estudio de Consumo de Sustancias Psicoactivas hay alrededor de medio millón de consumidores, el 50 % de ellos viven en las grandes ciudades y áreas metropolitanas.  Uno de cada cinco consumidores de marihuana tiene menos de 17 años y se inició en este vicio a los 14 años, eso quiere decir, que no ha cumplido la mayoría de edad y lleva gran parte de su vida consumiendo drogas.

La otra cara de esta amenaza son los victimarios.  En Bogotá, solo  en los últimos 3 años, más de 25 mil jóvenes ya ingresaron al sistema de responsabilidad adolescente; eso quiere decir, que antes de ser adultos ya cometieron un delito, han sido juzgados y cumplen su pena. El 80 % de ellos consumen drogas.

La delincuencia juvenil es el resultado del acecho diario del vicio a los jóvenes en parques y colegios. Entre el año 2007 al 2014, 172 mil adolescentes menores de 17 años cometieron algún delito en Colombia.  En su mayoría son hombres;  26% de ellos fueron sancionados por un hurto y el 28 % por traficar, fabricar o portar estupefacientes. Si además se consideran los  jóvenes mayores de 18 años recluidos en centros penitenciarios para adultos, hay 45 mil de ellos en la que su pena esta relacionada también con hurto o tráfico de estupefacientes.  Los jóvenes son usados por estas estructuras criminales de narcotráfico y además de enviciarlos, los  convierten en delincuentes para que la justicia tenga dificultades para juzgarlos o penalizarlos por su régimen especial como adolescentes.

El microtráfico es la mayor amenaza para el futuro de nuestros hijos, estamos perdiendo una generación de jóvenes. En  Bogotá hay más de 300 mil que ni estudian, ni trabajan. Están a merced de bandas delincuenciales en los parques y calles de los barrios y comunas. Es imperativo que la ciudad no siga ignorando las proporciones devastadoras de este fenómeno. No se puede pensar que con operativos que persigan algunas bandas, capturen ciertos jibaros o destruyendo una sola olla,  èste va a ser erradicado.

La Capital  debe abordar con decisión una estrategia contundente de seguridad; que incluya inteligencia, fuerzas especiales,  romper las rutas de entrada y seguimiento a las estructuras zonales, pero a la vez, se requiere acción social y comunitaria para recuperar las zonas circundantes a las ollas. Los jóvenes tienen que volver al colegio, sus familias deben ser apoyadas y se les deben brindar oportunidades para desarrollar sus talentos y capacidades. Este es el reto más importante en este periodo que inicia, volver a que los niños y jóvenes jueguen y disfruten  los parques,  no que  se envicien.

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