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BOLERO SIN MUSICA

Semana
7 de octubre de 1985


Cuando yo era joven -en época de bárbaras naciones- los muchachos de entonces teníamos que poner serenata con un tocadiscos de baterías. En San Bernardo del Viento no había músicos porque la única guitarra del pueblo, la de mi compadre Juan Manuel Pacheco, estaba colgada en un rincón polvoriento desde aquel día malhadado en que se le rompieron las cuerdas.
Con el primer salario que me pagaron en la "Arrocera tres estrellas" fui a Montería y compré un aparatico japonés hecho de pasta y que funcionaba con cuatro baterías. Mis hermanas me regalaron unos discos de Roberto Ledesma y cuando caía la noche, en medio de las sombras que arropaban el mundo, nos íbamos sigilosamente por los pretiles de cemento hasta la ventana de la bienamada.
El romanticismo terminaba a veces de una manera abrupta y prosaica cuando se agotaban las pilas en medio de una canción. La situación se volvía dolorosa porque nos tocaba a los enamorados terminar la serenata a grito herido y en seco. Los perros del vecindario, que dormían plácidamente en los patios, se despertaban sobresaltados y empezaban a ladrar como si hubieran visto al diablo. Fue por eso que nos pusieron el remoquete de "La orquesta trasnochaperros" para desquitarse de la algarabía que armaban los animales y que no dejaba descansar a nadie.
Aquellos días felices se han ido perdiendo en las telarañas traicioneras de la memoria. Pero todavía recuerdo que las noches de amor se acabaron una madrugada en que poníamos discos ante la balaustrada del cuarto de Miguelina Negrette. De repente se oyeron ruidos y estropicios en la casa. Su padre, abotonándose la camisa de la piyama, apareció en la puerta con una furia jupiterina, reclamando respeto y gesticulando. En la aparatosa fuga que emprendimos el tocadiscos rodó por el sardinel y se destripó como una naranja podrida.
Se acabaron las serenatas para siempre. Pero fue esa experiencia de novio de baterías la que me enseñó a amar el bolero como se quiere a un compañero de toda la vida. La gente cree que el bolero es una variedad musical con la cual se hacen canciones y se prensan discos. Sospecho que están equivocados porque el bolero no es una melodía sino un estado de alma. Una forma del temperamento. Una manera de ser y de comportarse. El bolero es un modo de sufrir y de reír, es el mejor nombre de la melancolía, es un corazón en verso.
Los mejores boleros del mundo no son los de Agustín Lara ni los de Cantoral. Tampoco los que canta, con esa voz de arrabal que huele a sangre, ese mago del amor herido que se llama Alberto Beltrán. El bolero auténtico no necesita guitarra ni un piano llorón que se mece al vaivén de las lágrimas. El bolero de verdad es el que se le escapa a uno en el supermercado, en el taxi, en el baño, sin que nadie se lo proponga.
A eso me he dedicado en estos días: a recoger y coleccionar frases dichas al desgaire en los momentos más solemnes o en los instantes más insubstanciales, pero que tienen la belleza elemental y corroncha del bolero. Es lo que yo llamo el bolero sin música . El otro día había una reunión del Directorio Nacional Conservador en el comedor del Congreso Nacional. Cuando se levantaron los comensales un reportero le cayó encima, micrófono en mano, al ex presidente Pastrana Borrero. Le preguntó si se conocía alguna respuesta liberal a su sugerencia de desmontar el articulo 120 de la Constitución. "Todavía no --replicó el señor Pastrana porque parece que nuestras cartas son misivas que no tienen respuesta ".
Eso es un bolero, carajo, aunque el doctor Pastrana no haya tenido la más mínima intención de hacerlo. Manzanero podría ponerle música y agregarle un par de versos.
Parece que los conservadores son más románticos que los liberales. Debe ser porque son un poquito más anticuados. Claro que, de acuerdo con esta teoría, Lucho Gatica debería ser gobernador de Boyacá y Alfredo Sadel podría aspirar al Senado por el departamento de la Guajira. Pero, en todo caso, fue otro conservador el que hizo en estos días el mejor "bolero sin música" de los últimos tiempos. Se trata del canciller Ramírez Ocampo. Al llegar a Cartagena para una de esas reuniones centroamericanas que se celebran cada cuatro horas, fue interpelado por la radio sobre los objetivos de ese encuentro, respondió con esta joya: "Lo único que yo pido es que le demos a nuestras relaciones una reunión sin sombra sin dolores". Para componer un "bolero sin música" se Puede ser hombre o mujer, personaje o anónimo, rico o pobre, inteligente o torpe ilustrado o asnal. Una de las maravillas que he encontrado en esta búsqueda es la nota que le dejó en su máquina de escribir la mujer de un periodista que fue a buscarlo a la redacción y no lo encontró. "Mujer triste dióse el ancho -escribió la joven señora-. Parto ruta apartamento. Comida calientita. No llegar tarde a los sueños".
Hay un autor de "boleros sin música" que es, sin embargo, mucho más brillante que todos los que he citado a manera de ejemplo. Los supera con creces. Se trata, naturalmente, del presidente Betancur. Para comprobarlo basta con leer o con oír sus discursos, sea cual fuere la ceremonia en que los dice: por television o en un sepelio, hablando de economía o del proceso de paz, en la ONU o en la plaza de Amagá.
Escojan ustedes, al azar, una página del señor Betancur, seleccionen cualquier párrafo o léanlo: de inmediato pensarán, como yo, que Belisario es el Agustín Lara del gobierno...

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